Sin rastro

1312 Palabras
POV Herse —Oh, volviste muy rápido —comentaba Marisa bebiendo de la taza que le acababa de servir el mayordomo mayor—. Creí que tardarían hasta el anochecer. Aunque claro —su mirada se dirige a mí—, no importa cuanto se le explique a un mono, este nunca comprenderá todo. —Permítame hacerle una aclaración SE-ÑO-RI-TA —me adelanto—. Si usted se refiere a mí, pues déjeme decirle que tal vez apenas estoy conociendo el mundo empresarial, sin embargo, tengo interés y por supuesto que no soy un cero a la izquierda, estoy estudiando, y eso es mucho mejor que estar sentada quejándome de todo, metiéndome en asuntos que no me importa y estar tomando tacitas de té con… Galletitas —agregué al ver que el mayordomo dejaba una fuente con galletas recién horneadas—. Con permiso —dije y les di la espalda tanto a Judas como a su hermana, para irme a mi habitación. Caminé sin parar hasta llegar a mi recamara, abrí la puerta y encontré a Eduina tejiendo una prenda. —Santo Dios, hasta aquí escuché el temblor de su llegada, ¿qué pasó señorita? —me preguntó, dejando de tejer. —¡Ah! —dije fastidiada, tirando mi bolso sobre la cama—. ¡Qué irritantes! —¿De quién habla señorita? —De casi todos, pero especialmente de la hermana mayor de Judas, esa mujer parece la misma serpiente de Lucifer, dejando su veneno por donde va. —¡Por Dios señorita! —Eduina se alteró—. No vuelva a decir eso que la escucharán. —Pues que escuchen, ¿ella si puede ofenderme diciéndome que parezco un mono? Eso no lo voy a permitir —respondí con decisión—. Podré ser una chiquilla, pero si hay algo que me enseñó muy bien mi querida tía es que en esta vida no debo dejar que nadie me pisotee, y por supuesto que llevaré esas palabras hasta el último día de mi vida. —Señorita Herse, solo está algo alterada, permítame ir a la cocina a prepararle una manzanilla. —No, no te preocupes Eduina —la detuve, empezando a tomar aire para relajarme—. Perdóname por venir a desquitar mi sentir. —Oh no señorita, no tiene que pedirme perdón, por el contrario, me gusta escucharla, siento que confía en mí —me sonríe. —Es que es así, eres la única persona en la que confío Eduina —también le sonreí y la abracé con fuerza. —Y bueno, ya que no desea la manzanilla, ¿qué le parece esto? —ella toma lo que estaba tejiendo y lo coloca frente a mí—. El color es de sus favoritos y cuando esté terminado le quedará precioso. —Eduina esto es… —Es un abrigo en tono vino, ayudará mucho en invierno, y aunque no es tan valioso como su demás ropa, yo… —¿Bromeas? —tomé el abrigo que ella aún no terminaba de tejer para mirarme en el espejo—. Será el más valioso de mi colección —dije con emoción en mi voz. —¿Lo dice en serio, señorita? —su voz transmitía gratitud. —¡Claro que sí! Siempre estas conmigo tratando de consentirme de una u de otra forma, por eso cuando el abogado dijo que tendría que dejar todo para venir a estar cada, le dije que lo haría, pero que ni loca dejaría a mi querida Eduina sola, eres más que una empleada, eres como una hermana mayor y estoy tan feliz de tener tu compañía en esta que siento que me quiere ahogar con su frialdad. Ella me mira en silencio, pues parece que no puede decir mucho, pero al final asiente con los ojos brillantes. —Solo diré una cosa señorita, mi lealtad la tiene asegurada por el resto que me quede de vida. Eduina y yo pasamos el resto de la noche conversando en la habitación, hasta que ella escuchó rugir mi estómago. Ella se levantó para traerme algo de comer, yo le respondí que no hacía falta, sin embargo, se negó y salió de todos modos para preparame una rica sopa caliente y un poco de jugo. —Oh Eduina. —Vine aquí con la intención de cuidarla, y es lo que haré —responde—. Colocando la fuente sobre la mesa de noche, mientras tomaba el plato con la cuchara—. A ver habrá la boca. —Ja, ja, ja Basta Eduina, no soy una bebé —reí—. Puedo comer sola. Ella suspira y permite que yo tome el plato para comer. —Es verdad, no es una bebé, es toda una señorita. Le ofrecí que me acompañara a comer, pero ella respondió que había comido mucho antes junto a los demás empleados de la casa. —Oh, por cierto, ¿y cómo está aquel joven mayordomo? Lo vi caer cuando limpiaba. —Oh, sí lo escuché, todos los empeñados lo comentaban, pero hizo sus actividades con total calma. —Pobrecito, imagino que él al igual que los demás están obligados a trabajar sin descanso por temor a ser despedidos por Judas. Creí cosas diferentes de él, pero veo que es igual de estirado qué los de su clase. —¿Por qué dice eso señorita? —Sé que no debo hacerlo, y que está mal juzgar, pero tiene una manera de comportarse muy brusca. Hoy cuando fuí a una de sus escuelas de modelaje, vi que una de sus empleadas tenía el mismo carácter de él, casi me hecha a patadas por creerme una espía. —¿Espía? —De un tal Fersen. —¿¡Fersen!? —exclama con sorpresa. —¿Tu lo conoces? —No en persona, pero al haber trabajado para gente rica, escuché sobre él, y tengo entendido que es un hombre muy poderoso en el ámbito de la belleza femenina. —¿Algo así como la competencia de MOVADEV? —Sé puede decir que sí, aunque MOVADEV es más grande en escuelas de modelaje. Fersen en cambio es netamente un crítico, jurado e incluso tuvo la oportunidad de participar más de una vez en el certamen de belleza más grande del mundo. —Comprendo. —Sé dice que una vez el señor Harel mandó a su mejor candidata para que represente a su escuela, y ella era la favorita a ganar, pero Fersen la calificó con un puntaje tan bajo que ya no pudo continuar, aunque existen otros rumores de su enemistad, se sabe que ninguno se tolera, por ello desde entonces nunca se les ha visto en un mismo lugar. ¿De verdad sería ese el motivo de su rivalidad? Me parecía difícil aceptarlo, pero en fin, esos eran asuntos en los que yo no tenía que entrometerme. … Al día siguiente, me levanté muy temprano para ir a la facultad, Eduina lo sabía, pero al parecer alguien no estaría de acuerdo en que vaya sola. —¿A dónde vas? —escucho que alguien pregunta cuando aparezco frente a la mesa del desayuno. —Llevo mis documentos de la universidad, es claro que no me voy de picnic. —Parece que debes enseñarle modales a tu pupila —comenta Marisa, llevándose un trozo de fruta picada a la boca. —Bueno, se me hace tarde —dije, mirando la hora en mi celular, dispuesta a dirigirme a la salida. Salí de la mansión Harel, sin embargo, cuando caminaba, escucho una voz que me llama con amargura y sujeta mi brazo. —Estás colmando mi paciencia, niña —dice Judas—. ¿Acaso no sabes pedir permiso? —Por supuesto que lo sé, por eso bajé a decirlo, de lo contrario me hubiera ido. —Claro, eso es típico de ti, irte sin dejar rastro.
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