2. Dolce Vita

1418 Palabras
Odiaba el exagerado color rosa en las habitaciones, odiaba la colección insuperable de ositos de felpa. Por fortuna, esto era distinto: las paredes eran puramente blancas sin marcas, sin humedad ni nada. Las estanterías solamente tenía dos peluches; un conejo amarillo de los años 90 (alguien lo habrá olvidado) y otro, era un perrito estilo chibi. Los muebles eran de madera de roble, un tono chocolate y el ventanal tenía una hermosa vista a la ciudad, casi obstruida por un edificio, pero podía apreciar una parte del cielo azul, algunas torres de las iglesias góticas intentaban impresionarme, ¡Vaya que sí! Dejé mi abrigo sobre el perchero, también mi bufanda. Coloqué mis brazos sobre mi cintura, miré con más detalle la habitación. Tenía un pequeño televisor plasma en un largo mueble con cajones, un espacio para usar como estudio y repisas para guardar mis libros. El closet tenía una frase en italiano Dolce vita . El suelo era alfombrado de un tono beige que suavizaba el oscuro tono de los muebles. Me senté en la cama, era mullida tentadoramente podía dormirme en segundos. Pensé desempacar un tanto, agarre mi valija abriéndola completamente y lo primero que tuve delante, eran libros. Había dos manuales de italiano; diccionario básico y una guía de calles, lugares populares, museos. Fui guardando las remeras, pantalones, ropa interior en el closet llevándome unos minutos terminar de acomodar cada prenda en los cajones y estantes. Luego, miré la hora faltaba unas tres horas para preparar la cena, tendría un tiempo para recorrer el barrio, al menos sabría donde comprar leche o pan. Salí del dormitorio llevando mi bolso y una campera de algodón azul claro con el logo de DC en el lado superior izquierdo. Cerré la puerta dirigiéndome a la planta inferior, bajé con cuidado las escaleras escuchando voces del comedor, un italiano fluido llegaba a mí, casi perdí el hilo de la conversación cuando resbale con un escalón. —Mierda… Terminé de bajar la escalera, pase a la cocina para ver los comestibles de la heladera. Había bastante verdura, leche, queso y nada de carne, tendría que encargarme de conseguir algo de esto. Pensaba, cocinar ratatouille, mi comida preferida. Cerré la heladera, me detuve unos momentos a examinar el lugar. Era una cocina espaciosa, una larga isla de granito n***o con un lavabo y del otro lado, había tres banquetas. La estufa era eléctrica, lo veía un poco difícil de cocinar, sin embargo todo se puede aprender. Miré las alacenas, donde había galletas, cajas de cereales y algunas golosinas. Nada mal para empezar a convivir con otras chicas. —Clara.—Se dirigió Flavia a mí, entrando al lugar. —Sí, dígame.—le contesté, girándome. Ella estaba acompañada de un muchacho de unos treinta y tantos años; tenía el cabello lacio, castaño claro y corto hasta la nuca; sus ojos eran café, expresivos y serenos; su estatura era promedio y esbelto. Se presentó como Ezra Falcón, el nuevo casero que se ocuparía de problemas domésticos como reparación y mantenimiento, siendo una ayuda más para nosotras. —¡Un gusto conocerte!—le dije sonrojada, debía admitir que era atractivo.—Por cierto, ¿Cómo funciona esto?—le pregunté sobre la estufa, él se rió acercándose a mi lado. Y, me dio las instrucciones con paciencia, y pregunté algunas cosas que no me quedaban claras.— Ya entendí, gracias.—le dije sonriendo, disimulando mi sonrojo.— Señora Flavia, ¿está bien si algo a caminar hasta las seis? —No pasa nada, solamente asegúrate de regresar para la cena. Me despedí de ella y Ezra. Pasé al hall principal buscando en los bolsillos de mi campera las llaves y mi celular, que tenía que cambiar el número de línea con alguna compañía italiana para no tener que hacer gastos excesivos. Salí a la calle, al estar segura de tener lo que necesitaba para hacer compras. El sol era cálido golpeando suavemente el asfalto, me encamine a la izquierda siguiendo mi intuición, a unos metros, decidí hacer otro camino, retomando la derecha a la avenida que había pasado con el taxi. En eso, mi celular vibró dentro de mi bolsillo y tomé para ver de qué se trataba. *Soy Al, acabo de llegar a mi departamento. Y, mi compañero es un fanático de Juventus. ¿Qué tal todo allá?* —Fui la primera en llegar, conocía a la encargada y al casero. Ahora, estoy conociendo el barrio, y debo hacer la cena, ¡Qué divertido!—le respondí, guardé el teléfono. Cuando llegué a la esquina, noté dos tiendas: un almacén y una panadería. Lo demás eran edificios de estilo gótico, con la fachada pintada en colores neutros y algunos vecinos estaban disfrutando del clima estable, cálido a estar dentro pegados a la estufa para evitar enfermarse por el frío. Solo, quedaban dos calles para llegar a la avenida principal del Distrito uno. Había comprado unos pequeños souvenir para enviarlos a mis padres y hermanos; era la torre de pizza con un frase diferente en la base de la estatuilla, y también conseguí otra guía más actualizada en la misma tienda. Continué caminando por unas calles más, donde salía a una peatonal con tiendas de todo tipo. El atardecer iba presentándose pintando el cielo de matices anaranjados y rosados, formando líneas pares en el cielo meramente azul. Pensé, en visitar las librerías para comprar algunas cosas para las clases como cuadernos, lápices y una nueva agenda para organizarme. Las personas se paseaban de un sitio a otro, entrando y saliendo de estos. Observé los nombres de los lugares, había varias tiendas de indumentaria y disquerías, calzados y más. Esto me recordaba a Argentina, igualmente teníamos galerías y calles que se formaban en un corte de tránsito para explorar las tiendas libremente. Odiaba el exagerado color rosa en las habitaciones, odiaba la colección insuperable de ositos de felpa. Por fortuna, esto era distinto: las paredes eran puramente blancas sin marcas, sin humedad ni nada. Las estanterías solamente tenía dos peluches; un conejo amarillo de los años 90 (alguien lo habrá olvidado) y otro, era un perrito estilo chibi. Los muebles eran de madera de roble, un tono chocolate y el ventanal tenía una hermosa vista a la ciudad, casi obstruida por un edificio, pero podía apreciar una parte del cielo azul, algunas torres de las iglesias góticas intentaban impresionarme, ¡Vaya que sí! Dejé mi abrigo sobre el perchero, también mi bufanda. Coloqué mis brazos sobre mi cintura, miré con más detalle la habitación. Tenía un pequeño televisor plasma en un largo mueble con cajones, un espacio para usar como estudio y repisas para guardar mis libros. El closet tenía una frase en italiano Dolce vita . El suelo era alfombrado de un tono beige que suavizaba el oscuro tono de los muebles. Me senté en la cama, era mullida tentadoramente podía dormirme en segundos. Pensé desempacar un tanto, agarre mi valija abriéndola completamente y lo primero que tuve delante, eran libros. Había dos manuales de italiano; diccionario básico y una guía de calles, lugares populares, museos. Fui guardando las remeras, pantalones, ropa interior en el closet llevándome unos minutos terminar de acomodar cada prenda en los cajones y estantes. Luego, miré la hora faltaba unas tres horas para preparar la cena, tendría un tiempo para recorrer el barrio, al menos sabría donde comprar leche o pan. Salí del dormitorio llevando mi bolso y una campera de algodón azul claro con el logo de DC en el lado superior izquierdo. Cerré la puerta dirigiéndome a la planta inferior, bajé con cuidado las escaleras escuchando voces del comedor, un italiano fluido llegaba a mí, casi perdí el hilo de la conversación cuando resbale con un escalón. —Mierda… Terminé de bajar la escalera, pase a la cocina para ver los comestibles de la heladera. Había bastante verdura, leche, queso y nada de carne, tendría que encargarme de conseguir algo de esto. Pensaba, cocinar ratatouille, mi comida preferida. Cerré la heladera, me detuve unos momentos a examinar el lugar. Era una cocina espaciosa, una larga isla de granito n***o con un lavabo y del otro lado, había tres banquetas. La estufa era eléctrica, lo veía un poco difícil de cocinar, sin embargo todo se puede aprender. Miré las alacenas, donde había galletas, cajas de cereales y algunas golosinas. Nada mal para empezar a convivir con otras chicas. —Clara.—Se dirigió Flavia a mí, entrando al lugar. —Sí, dígame.—le contesté, girándome.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR