1.Todo lo que soñé
El avión aterrizó sin problemas. La tripulación fue dando indicaciones. Cada pasajero iba tomando sus cosas con el permiso de recoger los bolsos de mano, me abrigué con una bufanda blanca y una chaqueta de corderoy. Esperamos para poder salir a la plataforma dirigiéndonos a la banda mecánica del ingreso de las maletas. Me encaminé directamente allí. Tuve que recorrer un largo pasillo de grandes ventanales que mostraban un cielo tan despejado con un intenso sol. Pase frente a unas máquinas expendedoras, donde un joven de camisa blanca y unos cascos colgando de su cuello estaba observando su alrededor, imagine que igualmente se sentía atraído por el clima azul agradablemente cálido. Sonreí, entendía cómo se sentía. Todavía no estaba creía estar en un lugar tan histórico en el mundo. Roma. ¿Quién lo diría? Estaba cumpliendo una parte de mis sueños y creía que podía tenerlo todo con pequeños pasos en mi carrera. Al igual que mi vida.
Al atravesar aquella vacía y blanca sala de espera, llegué a las bandas mecánicas para recuperar mis maletas. La multitud del vuelo de Roma estaba tomando sus equipajes o conversando entre pares y otras personas que se conocieron en el avión. También se podía ver a la tripulación con sus impecables trajes pasando por este sector. Sentí que estaba en el continente y país correcto para cumplir mis metas y mis sueños.
—Disculpa.—dijo alguien a mi izquierda. Me hice a un lado dejando que el chico de los cascos con una botella de jugo recogiera un gran bolso. Estaba distraída.
Iluminada por estar aquí, por estar y querer seguir estando.
Logré reconocer mi nueva valija roja. Cuando la mitad de las personas habían tomado sus cosas, seguramente la mía había pasado treinta veces frente a mí. No necesitaba nada más que una. Iba a estudiar historia y conseguir una pasantía en un importante museo como empleo para sobrevivir. Y, era todo lo que quería: historia, trabajar y pastas de mis abuelos.
En la calle, era mucho mejor que el aeropuerto. Las personas no dejaban de moverse ni llegar a pedir un taxi. No tenía idea de cómo llegar que no sea en un taxi. No soy tan tolerante en situaciones cómo todo esto. Este era mi sueño, esto era Roma y todo era distinto a mi país.
—¿Queres compartir un coche?—escuché la voz del chico de los cascos.
El chico tenía el cabello largo por debajo de los hombros, algunas rastas ensortijadas en dorado y azul. Su tono de pelo era un castaño claro, casi caoba bajo los reflejos del sol. Sus ojos color miel destacaban en su piel mate, brillaba el collar de chapitas. Acepté viajar junto a él. Asintió con su cabeza examinando el área, igual ayude a buscar un taxi y dividir el precio. El chico veía a un grupo de coreanos discutir. Él me tomó de la mano guiándome al taxi de ellos. Nos acercamos rápidamente casi corriendo. Él habló con el conductor que estaba esperando a tener pasajeros, el joven de rastas me ayudó a colocar mi maleta en el baúl. Subimos, fuimos alejándonos del aeropuerto.
—Soy Al.—se presentó en el mismo idioma que el mío.—Soy colombiano, y medio argentino.
Estreché su mano extendida con calidez. Me presenté con una sonrisa.
—Soy Clara Azul, argentina.—le dije.— ¿Y, a qué te dedicas?
Al despedirme de mi compañero de viaje, compartiendo parte de la tarifa del taxi. También, intercambiamos números conociendo que no sería fácil conseguir amistades en Roma siendo extranjeros. Al era Alessandro Gómez, un joven colombiano que había decidido probar algo de suerte como auxiliar de laboratorio, y por mi lado, solamente quería extender mis conocimientos en la historia griega y romana adentrándome en la universidad de Doctorado en Historia.
El chofer era un tipo de piel tostada, bastante delgaducho para sus cuarenta años dejó mis maletas en la entrada de la casa de fachada blanca, una arquitectura gótica casi perdida entre los otros edificios que opacaban su belleza en columnas formando un arco en la puerta de roble. Los marcos de las ventanas diseñados con personajes de aquel tipo de arquitectura. El chofer se despidió, moviendo su boina grácilmente y se subió al taxi. Agité mi mano en despedida de Al, y el conductor hizo sonar la bocina.
—¡Qué agradables!—dije asintiendo con la cabeza. Toqué timbre.
Me abrieron la puerta, bastante pesada y la alfombra era una responsable de su peso. Sentí el fuerte perfume. Era una mujer de cincuenta años de edad, tenía su semblante fruncido, de brazos cruzados con autoridad y carraspeo con fuerza haciendo un movimiento de cabeza.
—Ah…soy la nueva estudiante, señora.—le dije. Extendí mi mano para saludarla con formalidad, pero la mujer de cabello blanco movió su cabeza hacia mi maleta.— Ah, si…—Regresé por mis cosas, ingresando a la casa, cerré la puerta..
—Flavia Zorrilla, coordinadora y titular de la casa.—se presentó ásperamente. Su voz era profunda y el acento italiano era tan natural.— Llegas con demoras, no soy partidaria de la holgazanería. Todos se levantan a las siete para organizar la casa y repartir las tareas del hogar, ya sabrás cuáles. Son cinco chicas. Lo que se rompe, lo pagan. El dinero que entra es parte de todas ustedes. ¿Dudas hasta el momento?