Era un idiota.
Esa era la única respuesta que tenía Jude en ese momento para explicar el porqué había aceptado algo tan absurdo como vigilar a Nathaniel Gibson una vez que Roman decidió dejarle permanecer en el pueblo como un humano más, solo que uno completamente ajeno a la manada y cualquier tema que incluyera a esta.
Esa había sido la única advertencia de Roman para que el hombre pudiera quedarse en el pueblo, mantener su nariz fuera de los asuntos de la manada y no poder enterarse de la existencia de los hombres lobos a menos que este resultara ser la pareja de otro.
Hasta ese momento, Jude se seguía preguntando por qué Roman le había permitido quedarse en el pueblo, no se suponía que alguien completamente ajeno a la manada debía de permanecer en los alrededores, pero en cuanto él y su hermano menor se lo habían cuestionado a Roman, este simplemente se había quedado en silencio, anunciando que pronto sabría si funcionaria o no.
¿Pero funcionar qué cosa? Roman no dio explicación alguna y los echó de su despacho tan pronto como los tres invitados se habían ido. Claro que no sin antes decirle a Jude respecto a su nueva misión.
Misión que seguía encontrando estúpida.
Tenía muchas cosas que hacer a diferencia de Isaac, quien entre los tres era el que tenía más tiempo disponible, y aun así Roman le había dado el estúpido trabajo de vigilar al humano a él sin explicar sus razones.
Incluso durante la pequeña reunión entre los seis en el despacho, Jude en ningún momento había escuchado las supuestas razones y argumentos del porqué el hombre debía de quedarse con ellos, en todo caso, el humano ni siquiera había hablado por sí mismo, abogando por su caso.
No, Nathan se había mantenido en silencio detrás de la extraña mujer pequeña llamada Hanna y su pareja Adam. Él solo se había concentrado de mirar el suelo silenciosamente, esperando con sus hombros algo encorvados y solo cuando Roman le hablaba directamente, era que este alzaría su cabeza sin revelar sus ojos por su largo cabello y le enfrentaría respondiendo sus preguntas con monosílabos.
Pero aquellas cortas respuestas, habían demostrado un tono de voz… Cautivador, atrayente y le había fascinado de alguna forma su tono bajo, ligeramente ronco pero conciso, era casi… Hipnótica.
Joder, su lobo había movido sus orejas con atención y eso alertó a Jude, nunca era bueno que su lobo reaccionara de ninguna forma. Y su aroma… Era extraño, percibía el indudable aroma a medicamentos, pero también había algo más que le molestaba.
Pero aun así, no había podido apartar la mirada del tipo que no aparentaba tener más de unos veinticinco años, con rasgos… Perfectos. Al menos de los que pudo apreciar de su rostro, ya que lo demás seguía oculto.
Y precisamente porque le había prestado tanta atención, es que sabía que Nathan apenas pronunció tres palabras resumidas y entornadas en “si” “no” “como ustedes quieran”.
Luego de ello, habían sido despedidos dejando solo a los tres hermanos King en la habitación. Y justo después de eso, la orden había caído sobre él.
Isaac viéndose libre arrancó tan rápido como pudo, dejándole a solas para discutir con Roman, para cuestionar sus motivos, pero el idiota se mantuvo firme en no contarle nada, por lo que pronto se había rendido y salido para seguir cumpliendo con su trabajo.
Una semana transcurrió de ello, y el único momento en que Nathan había salido de la casa de Adam, ocurrió cuando este mismo le mostró los alrededores a su pareja, entonces el hombre se había mantenido un paso atrás, siguiéndolos y dándole algo de su tiempo a la pareja a pesar de seguir ahí.
Nathan no había vuelto a salir tras ello, ni con su hermana ni solo. Y sí, Jude había estado vigilando la casa de Adam en cada momento que tenía disponible para saber de aquello.
La misión podía ser molesta, pero eso no significaba que Jude no iba a cumplir con ella, aunque ya le estaba irritando quedarse quieto sin hacer nada, su lobo se comenzaba a agitar lentamente en su interior y eso nunca auguraba nada bueno, necesitaba una pelea para estirar sus músculos.
( * * * * )
Sentado en el pequeño escritorio de madera que estaba incluido en su estrecha habitación, Nathan dibujaba silenciosamente, concentrado en los trazos que plantaba sobre la hoja en blanco, intentando plasmar la idea que estaba en su mente.
Un cigarrillo colgaba de un costado de su boca, apagado, Nathan lo deslizaba de un lado a otro mientras su mano izquierda seguía moviéndose con el lápiz n***o.
Arrugando su frente, dejó caer el lápiz contra el escritorio y tomó la hoja entre sus manos arrugándola hasta formar una pequeña bola que arrojó al suelo. Chasqueando su lengua con disgusto ante lo que su mente le había llevado a dibujar, tomó el encendedor de su bolsillo con su mano derecha y lo acercó a su boca, encendiendo el cigarrillo.
Inclinando su cabeza hacia atrás, llenó de humo sus pulmones y luego lo expulsó. Contempló como la nube blanca se elevaba hasta chocar contra el techo y enseguida desaparecía extendiéndose.
Él no era realmente un adicto a la nicotina, pero en los momentos más débil, difícil… Muchas cosas podían cambiar.
Apenas y si había alcanzado a inhalar por segunda vez, cuando la puerta de su habitación fue abierta sin permiso y su hermana entró buscándole con la mirada hasta que le encontró, entonces colocó sus manos en su cintura y le observó alzando una ceja.
—¿Es en serio? —exclamó para nada feliz.
—¿Qué? —contestó y observó el cigarrillo en su mano, el cual Hanna observaba fijamente.
Antes de proponer algo tan simple como ir a fumar afuera, su hermana se acercó, se lo quitó de la mano y lo arrojó al suelo para apagarlo pisándolo con fuerza.
Hanna podía ser una mujer que no medía más de 1,60 de altura mediana entre las mujeres, pero seguía siendo pequeña entre los hombres, él en especial que le seguía llegando hasta su mentón prácticamente y que decir de Adam, su reciente novio, quien era más alto que él solo por unos centímetros.
Y siendo pequeña, tenía una actitud poderosa, ella era la clase de chica que sería la pasión en una protesta por x motivo, la imagen perfecta para capturar en una fotografía y ponerla en los diarios como loca fanática. Como si su cabello tintado de aquel extraño color verde mentalizado no lo dijera todo.
—Arruinarás el piso —advirtió simplemente.
Hanna rodó sus ojos dramáticamente y luego observó a su alrededor con su nariz arrugada.
—Es un bonito día, ¿qué haces aquí encerrado? —refunfuñó abriendo la ventana que estaba detrás de su anticuada, y sorprendentemente cómoda cama.
—Lo mismo de siempre, nada —respondió observándola tranquilamente.
—Has pasado más de una semana ya aquí y el único momento que saliste de la casa fue cuando Adam nos mostró los alrededores —gruñó—. Ni siquiera has terminado de desempacar toda tu ropa —señaló la maleta semi abierta sobre la cómoda.
—Vine simplemente porque no quisiste dejarme solo en tu departamento y armaste un escándalo monumental cuando te rechacé —le recordó—. E incluso, cuando llegamos aquí me llevaron con aquellos tres hombres extraños para pedir su permiso de quedarme, lo cual fue totalmente extraño, como Adam —indicó.
—Adam no es extraño —defendió inmediatamente, comenzando a ordenar la ropa de Nathan.
—Lo conociste hace ¿cuánto? ¿Menos de un mes? ¿Dos? Y Ya te has venido a vivir con él, dejando todo atrás… Bueno, no todo, ¿cierto? —sonrió amargo.
—Deja eso —indicó con tono suave.
—¿Dejar qué? —respondió.
—Deja de culparte por todo, no abandoné mi carrera por ti, ya había congelado —le recordó.
—E ibas a volver, pero no lo hiciste por… Eso —torció sus labios.
—Corrección, ya estaba pensando en la posibilidad de no hacerlo tras formalizar mi relación con Adam. Además, eso fue importante —contestó observando los brazos cubiertos por la manga larga de la camiseta de Nathan—. Estuviste en el hospital… —murmuró.
Nathan simplemente la miró en silencio, sin decir nada al respecto tal y como siempre hacía. No importaba cuántas veces le cuestionara e interrogara Hanna, él nunca contó cómo llegó ahí y cómo ocurrieron sus heridas, nunca.
Suspirando, Hanna negó suavemente y colgó sus chaquetas en el perchero de madera.
—Es un bonito día, deberías de salir.
—No quiero —respondió inmediatamente, dándole la espalda y volviendo a tomar su lápiz.
—Llevas encerrado más de una semana aquí adentro —insistió.
—Ya lo dijiste.
Nathan frunció el ceño cuando recibió un golpe en su nuca, con una mueca, observó a su hermana menor que había tomado esa pose mandona de “yo sé lo que es mejor para ti y lo vas a hacer”.
—Ahora mismo saldrás de esta habitación y no irás a la sala de estar a instalarte en el sofá. Saldrás de la casa y recorrerás este hermoso pueblito lleno de aire puro, te sentarás en la banca del parque y te quedarás tu buena hora allí antes de volver a casa —ordenó.
—Soy mayor que tú —protestó débilmente.
Su hermana solo arqueó su ceja perfectamente delineada.
—Me importa un pepino —se burló—. Ahora sal o le diré a Adam que te acompañe cuando llegue de su trabajo —advirtió.
—Adam no me cae exactamente mal —se encogió de hombros.
—Pero no te gusta su compañía.
—Ni la de nadie realmente —argumentó.
—¿Entonces quieres que vaya yo contigo? —le sonrió dulcemente.
Nathan frunció el ceño de forma pensativa.
Si iba solo, podría simplemente caminar y caminar sin concentrarse en entablar alguna conversación con nadie, en cambio si iba acompañado, en especial por su hermana, esta le haría detenerse e iniciaría una conversación con cualquier persona desconocida o no, obligándole a participar en ella a pesar de que sabía lo pésimo que era él para socializar.
Algunas personas nacían con la habilidad de ser una mariposa social, Hanna era una de ellas, él no, su gracia era como la de una roca, silenciosa y que estaba ahí, presente, pero no era atrayente.
Siempre había sido así, y nunca le había interesado cambiar esa parte de sí mismo, en especial luego de descubrir que sí se podía vivir sin relacionarse directamente con otras personas.
—¿Solo por hoy? —preguntó finalmente y su hermana chilló emocionada.
—Todos los días.
—Una vez al mes.
—Todos los días.
—Cada dos semanas.
—Todos los días.
—¿Día por medio? —intentó.
—Por dos horas —estableció.
—¿No era por una? —frunció el ceño.
—Solo si ibas todos los días, como irás día por medio mejor dos —explicó con una gran sonrisa emocionada—. Pero no puedes llevar tu celular, ni tus cigarrillos —advirtió tomando de su mano para instarle a levantarse—. Solo un libro o tu cuaderno de dibujo.
Alzando una esquina de sus labios en una mueca ante las opciones, finalmente se dirigió a su cama y estiró su brazo tomando de la pequeña repisa un libro de su colección. La nada prácticamente a la comparación de los que había dejado en su departamento.
—Me llevo este —anunció dando media vuelta.
Contemplando a su hermana agachada con un papel entre sus manos, Nathan dejó caer el libro sobre la cama y le arrebató de las manos la hoja arrugada a Hanna, sorprendiéndola.
—Pero ¿qué te pasa? —le gruñó cuando cayó sentada sobre su trasero ante la sorpresa.
—Nunca debes de observar mis dibujos sin mi permiso, no importa si están guardados en un cuaderno o desparramados en el suelo, no los ves a menos que yo te diga lo contrario —expresó con un tono de voz frío y monótono mientras volvía a formar una pequeña bola de papel con la hoja, guardándola en el interior de su bolsillo.
—¿Por qué? —cuestionó levantándose—. Antes siempre me dejabas ver tus dibujos sin importar dónde estaban guardados —expresó.
—Antes era diferente —respondió en tono bajo, mirando el suelo.
No podía decirle a su hermana que ahora sus dibujos representaban aquella pesadilla vivida, la destrozaría saber las cosas que le hicieron, lo que sufrió a manos de aquellas personas malvadas.
—Está bien, lo siento —pronunció y alzó su mano intentando tocar su brazo, pero Nathan instintivamente retrocedió.
—Me iré por mi par de horas establecidas fuera de la casa —anunció arrojando sobre la cama el paquete de cigarrillos junto a su celular.
Tomando su libro, salió de la habitación confiando en que Hanna no volvería a intentar revisar los papeles que decoraban el suelo de esta. Si lo hacía, entonces tendría una horrible pesadilla también.
Bajando la escalera, Nathan llegó a la sala de estar y giró hacia la entrada que estaba al lado de las escaleras. Abriendo la puerta de madera, salió al porche delantero y bajó los tres escalones para caminar el camino de piedras planas que cruzaba el pequeño jardín hasta la cerca pintada de blanca.
Abriendo la pequeña puerta, Nathan salió cerrándola detrás de sí y observó a su alrededor. El pueblo pequeño no estaba dividido por villas como en la ciudad, allí las casas estaban separas por una buena distancia y no había señales que indicaban una dirección realmente, o siquiera un semáforo, pero para qué haber uno cuando el único vehículo que podía apreciar en una bicicleta, tal parecía que la mayoría se desplazaba a pie y aunque no le gustara admitirlo, podía ver el porqué de ello.
Aunque se encontraba caminando sin una dirección realmente, Nathan estaba disfrutando del fresco aire chocando contra su piel, despeinándolo ligeramente mientras admiraba el verde por todos lados. Había también grandes corrales al aire libre en el cual se encontraban desde ovejas y vacas, dispersos en todo el lugar.
Unas pocas personas caminaban en diferentes direcciones, solas o acompañadas, y a Nathan no le interesaba en lo más mínimo establecer una conversación con algunas de ellas. Pero cuando una mujer pelinegra se concentró en él y sonrió, no dudo ni un segundo en cambiar de dirección, chocando con una persona.
—Lo siento —murmuró sin mirarle, observando sobre su hombro a la mujer antes de seguir adelante.
Frunciendo el ceño, Jude contempló al hombre que había sido encargado de vigilar alejarse de él sin siquiera haberle dado una mirada. Nathan solo murmuró una disculpa y se retiró rápidamente observando sobre su hombro.
En primer lugar, estaba sorprendido de que el hombre finalmente hubiera salido de la casa de Adam. Y en segundo lugar, ¿qué era lo que le había molestado u afectado tanto como para escapar tan rápida y distraídamente?
Alzando su mirada, contempló a una de las omegas de la manada que seguía observando en su dirección. Con solo fruncir el ceño, la mujer bajó sumisamente su cabeza y luego se retiró en dirección contraria.
Y ahora Jude tenía curiosidad respecto qué le había hecho aquella mujer a Nathan para que escapara así.
Dando media vuelta, comenzó a seguir los pasos de Nathan dejando una pequeña distancia entre ellos para no ser tan obvio. Descubrió en el pequeño paseo que el humano caminaba observando el suelo siempre, mirando de vez en cuando el frente y sus costados, y cada vez que una persona iba a pasar cerca de él, Nathan se alejaba o cambiaba de dirección como si los estuviera evitando.
Y considerando que ningún m*****o de la manada era realmente discreto respecto a la curiosidad que despertaba el humano en ellos, lo entendía, a nadie le gustaba ser el centro de atención entre personas que no conocía.
Siguiéndolo hasta el parque, se detuvo detrás de un árbol y contempló como Nathan observaba a su alrededor antes de tomar asiento en la banca vacía con un libro descansando en su regazo. Con cuidado de no llamar la atención, el humano observaría su entorno, sacando una leve sonrisa en aquellos labios rosados cuando su mirada se quedaría en los niños jugando, para enseguida borrarse cuando otra persona le miraba directamente.
Jude frunció el ceño al contemplar como el cuerpo de Nathan se tensaba, sus hombros subían y rápidamente abriría el libro en su regazo para meter su nariz en él, comenzando a leer e ignorando a cualquier otra persona que estuviera a su alrededor, se encontrara esta o no intentando llamar su atención.
Dos horas, se quedó Jude para ahí, simplemente observando al humano devorar las hojas del libro hasta que finalmente lo terminó con el atardecer pintando su costado.
Y entonces el alfa lo observó atentamente de nuevo, como lentamente bajaba el libro y observaba su alrededor, hasta que sus ojos repararon en él. Y como si todo estuviera a su favor, una brisa corrió logrando mover el molesto flequillo que ocultaban aquellos misteriosos ojos, un azul bebé que… Escondían algo que no alcanzó a apreciar.
Nathan lo siguió mirando aún mientras acomodaba su cabello nuevamente, y cuando terminó, se levantó con su libro entre sus manos y se retiró volviendo exactamente por el mismo camino que había recorrido hasta llegar a la casa de Adam, desapareciendo tras la puerta.
Ahora, Jude solo se preguntaba… ¿Qué era lo que escondían aquellos ojos azul bebé? ¿Cómo podía volver a apreciar solo una vez más? Y… ¿Qué era esa cosa en el aroma del humano que de cierta forma lo llamaba débilmente?