CEDER

843 Words
Al día siguiente: 11 de diciembre Creía que poner tantos kilómetros de distancia me ayudaría a poder sanar, o mínimamente a poder dormir un poco mejor, pero ni siquiera con la paz que se respira en este sitio he podido dejar su recuerdo a un lado. Sigo llorándola como el primer día que me encontré sin ella, sigo culpándome de muchísimas cosas, pero, sobre todo, sigo amándola como un loco. Todo el personal de la estancia es muy amable, sobre todo Maria, la cocinera de la estancia quien me ha traído lo que aquí llaman “facturas”. Había probado las medialunas argentinas en Miami anteriormente, y es que a Aria le fascinaban, sobre todo con un buen café con leche. Incluso con estos pequeños detalles sigo extrañándola. Me cuesta concentrarme en el trabajo, pero debo hacerlo, es mi deber. Afortunadamente, el señor Pieres ha pensado en todo y ha contratado a un ayudante para que pueda hacer mejor mi trabajo. Gonzalo es un joven estudiante de veterinaria que me hace reír por su forma de ser. Sabe perfectamente que las jovencitas de la hacienda se vuelven locas por él, y es que sus ojos verdes son realmente llamativos. —¿Hay alguna cosa que te haga falta? —me pregunta Gonzalo, mientras terminamos de ordenar el cuarto que será mi consultorio. Miro hacia la ventana y sonrió al ver a la hija de Maria espiando por la ventana. —¿Qué tal si invitas a Paula a un café o algo? —bromeo. —No, ¿Cómo crees? Maria me mataría —se justifica—. ¿Qué tal si tu invitas a Paz? Desde que has llegado no te deja de ver —replica y sonrió. Paz es la agrónoma a cargo de estos campos y si bien es muy guapa, no puedo ni siquiera pensar en la posibilidad de tener algo con alguien. —El amor y yo ya no somos amigos —resumo y continuo ordenando los sueros de las vacunas. —¿Acaso te engañaron? —inquiere con algo de picardía, y niego. —No, ojalá hubiese sido eso —resumo y me mira con dudas. —No entiendo. —Mi novia falleció en un accidente mientras montaba su caballo —digo y su cara cambia drásticamente, pero es el ruido de algo cayéndose al suelo lo que me hace voltear a ver hacia la puerta y allí esta Caeli viéndome como si tratase de comprender lo que acaba de escuchar. —Perdón… —dice y se agacha a recoger una pequeña caja de metal que se le cayó. —Permíteme ayudarte, las pinzas están por todas partes —me ofrezco y recojo las pinzas. —¿Por eso no me quieres entrenar? —inquiere mirándome a los ojos y asiento. —Así es —me limito a decir y de verdad que no sé como verla a la cara sin llorar al recordar lo que paso. —Gonzalo, ¿nos darías un momento por favor? —le pide mientras que ella y yo nos levantamos. —Claro —dice y sale del consultorio. —Kian, siento mucho lo que le paso a tu novia —me dice ella dejando la caja y pinzas sobre la mesa. —No te preocupes, la vida a veces es así —minimizo y volteo para continuar ordenando, o tal vez para no verla ya que no puedo ocultar lo triste que estoy. De pronto siento su mano sobre mi hombro obligándome a voltear para verla y sus ojos se fijan en los míos. —Ahora entiendo porque has decidido venir al fin del mundo —bromea—. Quieres olvidarte de todo, pero al parecer yo y mi bocotá no te están ayudando —continua. —La gente no tiene porque saber todos mis problemas —digo y me apoyo en el borde de la mesa. —Eso es cierto, pero tal vez no te debería presionar tanto… si no queres entrenarme lo tendría que aceptar y ya. Cada uno tiene sus tiempos y yo debo aceptarlo —dice y respira hondo—. Buscare a alguien que quiera ayudarme con Moana —continua y se da la media vuelta con la intención de marcharse, pero de inmediato me acerco y la tomo suavemente del brazo. —Espera —le pido y me mira por encima de su hombro. —¿Qué? —Te ayudare, yo me encargare de que Moana sea la mejor compañera que puedas tener —le aseguro y es que en el fondo siento que no puedo permitir que a nadie más le pase lo que a Aria. Caeli sonríe triunfal y se acerca a mi para luego sorprenderme con un abrazo que me deja sin reacción. —¡Gracias! ¡Te juro que no te vas a arrepentir! —exclama y entendiendo lo extraño de este momento da dos pasos hacia atrás—. Perdón… como siempre yo y mis impulsos —justifica para después alejarse e irse haciéndome reír con su comportamiento tan inesperado.
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