Capítulo 1 - Año 1860

1595 Words
El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgo una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro. Martin Luther King  No hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente bien levantada. Friedrich Nietzsche —¡Vamos, Nikolái! ¡Acábalo! —gritó Ivánovich mientras contemplaba con gran alborozo la pelea frente a él. Sí, sabía que sería el ganador, no tenía duda de ello. Llevaba en su rostro una máscara de seda negra bordada con piedras preciosas e hilos plateados. Casi siempre ocultaba su rostro, excepto en su recámara. No le gustaba que los demás vieran la larga cicatriz rosada en su frente, producto de una terrible pelea con su hermano que terminó en desgracia. Ivánovich era un hombre alto y elegante, de porte varonil, atlético y apuesto. Su cabellera larga, de hebras doradas y mechones color ámbar, tan resplandecientes como el oro, la había amarrado como una cola de caballo. Sus ojos, que eran de un castaño granate, no reflejaban ninguna emoción. Sin embargo, poseía una sonrisa casi perfecta, tanto que podía dejar sin aliento a cualquier mujer; boca sensual y atrevida, de dientes blancos y bien alineados. Konstantín Ivánovich era fascinante y lo sabía. —Vamos, Lievin, ¡haz algo! ¡No te dejes vencer! —le dijo furioso el amo a su esclavo al escuchar el tono de satisfacción de aquel sujeto prepotente, dueño del mejor Elfo de todos los tiempos. Los espectadores, que no eran muchos ya que se trataban de peleas privadas, gritaban eufóricos para que Nikolái le diera muerte de una vez por todas a la criatura que agonizaba de dolor. Tenía el fémur izquierdo destrozado, tres costillas rotas, le había arrancado el ojo derecho y ambos hombros los tenía más que dislocados. —¡MUERTE!, ¡MUERTE!, ¡MUERTE!, ¡MUERTE! —gritaban todos como un himno mientras Lievin pataleaba con esfuerzo en el piso de madera de aquel pequeño ring debido a los intensos dolores. La sangre corría por el pecho de Nikolái, que se agitaba como un volcán, mientras respiraba con fuerza. Su contrincante era fuerte, pero no demasiado para él. Con habilidad y fuerza se encargó de dejarlo ahí en el suelo a punto de morir mientras permanecía sobre él. Ivánovich le aventó un martillo oxidado a los pies para poner fin a la terrible agonía de su oponente. Y así hizo Nikolái. Sostuvo el martillo con ambas manos y, con un rotundo golpe en medio de la frente, le resquebrajó el cráneo, quitándole en fracción de segundos la vida. —¡Así se hace! —exclamó Ivánovich, sumamente orgulloso. Aplaudió satisfecho por la victoria. —Oh... Lievin —musitó el derrotado contrincante—. No serviste para nada —se colocó su sombrero n***o de copa y chasqueó la lengua con disgusto mientras sujetaba su apreciado bastón hecho de marfil. Terminó humillado y ahora debía entregar a su mejor elfa. Nada podía salir peor. —Ve a descansar, muchacho —le dijo Ivánovich mientras le entregaba una fría botella de licor—. En una hora tendrás a la elfa en tu habitación. —Sí, señor —contestó el elfo al tiempo que le daba un trago a la bebida antes de retirarse. Nikolái se marchó. Subió por unas escaleras de madera en forma de caracol hasta llegar a las habitaciones. Estaba exhausto, y el hecho de saber que conocería dentro de poco a una elfa y que debía hacer todo lo posible para que esta quedara encinta lo agotaba aún más mentalmente. Pero ese era su trabajo, su obligación. Debía lograrlo. Al entrar en la habitación, un lujoso dormitorio con todas las comodidades, se dirigió al cuarto de baño para tomar una ducha de agua caliente. Una profunda mordida abierta en el antebrazo derecho necesitó de hilo y aguja. El agua y la sangre se mezclaban hasta caer en el suelo, perdiéndose en un pequeño remolino por la cañería. Los tensos músculos de su cuerpo poco a poco se fueron relajando y, al sentirse satisfecho, abandonó el baño con una toalla amarrada a la cintura. Sus párpados pesados no indicaban otra cosa mas que cansancio, así que se tumbó en la espaciosa cama expeliendo un suspiro. Lentamente sus ojos se fueron cerrando hasta que, sin darse cuenta, se quedó dormido. Tocaron la puerta al cabo de una hora. Nikolái despertó de súbito y se levantó del lecho mascullando unas cuantas maldiciones. Al abrir, se encontró con una elfa que no se atrevía a levantar la cara. Vestía muy simple, demasiado simple, tan solo con un camisón blanco y sandalias marrones algo roídas —¿Quién eres? —preguntó. La joven Elfa se estremeció de pies a cabeza al oírle. —Stahl Vronski —contestó con voz apagada sin alzar la mirada. —¿Qué haces aquí? —Eso ya lo sabes —respondió entre dientes. —¿Mi amo te ha elegido a ti? Vronski asintió como respuesta. —¿Qué edad tienes? —preguntó después de una larga pausa. —¿Acaso eso es importante? —Para mí lo es. No me interesan las elfas tan jóvenes y mi amo lo sabe. Será mejor que te marches y dile que escoja a otra. Habría sido más caballeroso invitarla a pasar y conversar tranquilamente, pero a Nikolái no le pareció tan importante mostrar buenos modales en ese momento. —No puedo hacerlo. Tu amo me advirtió que te negarías a aceptarme y me ordenó que hiciera lo que sea para que... me tomes. —¿Eso dijo? —soltó una risita seca— ¿Y qué se supone harás? Vronski alzó por fin la mirada y Nikolái pudo observar unos hermosos y vibrantes ojos llenos de inocencia y de color violeta. Solo en ese entonces notó que el rostro de la Elfa no tenía edad. Su piel era clara, tersa, sin ninguna imperfección; era joven y al mismo tiempo no lo era. Nikolái la miró con recelo en medio de un silencio tenso, donde Vronski parecía darle vueltas a lo que iba a decir. Luego, la Elfa se alzó con la punta de los pies, le tomó el rostro con ambas manos y lo acercó al suyo. —Hagamos esto fácil, Nikolái —dijo en tono firme—. Quiero dejarte claro dos cosas: primero, haz lo que debas hacer pues es lo que tu insolente amo te exige; pero te advierto lo segundo: no pretendo embarazarme de alguien al cual no amo. No voy a enamorarme de ti ni de nadie. Nunca lo haré —sentenció viendo aquellos ojos grises y sombríos. Nikolái apretó la mandíbula pero mantuvo su aspecto impasible. En ese momento, cuando sus miradas se encontraron, el elfo fue consciente de algo que lo estremeció. Por alguna razón, aquella Elfa de mirada inocente le hizo sentir un repentino deseo de acostarse con ella y, no solo eso, sino permanecer a su lado hasta la muerte. Sí, la deseó. Ansiaba estrecharla entre sus brazos, sentir el roce de ese largo cabello contra su pecho, besarla en los labios hasta desfallecer. —Me agrada tu actitud, Stahl —dijo con una leve sonrisa y sin apartar la mirada—. Y también me gustan los retos. La invitó a pasar. Vronski dio un vistazo por toda la habitación mientras Nikolái cerraba la puerta. Se dirigió hasta el lecho sin ánimos de hacer nada más, tan solo deseaba seguir durmiendo. La joven elfa no le despegó la mirada de encima y él, por consiguiente, pudo sentir cómo esta, de pie, le observaba con adustez. Aún así, bajo aquella mirada iracunda, sin duda alguna era bellísima; una hermosa elfa con ojos de gacela y una cascada de cabello color caoba. Sus cejas delgadas y sus largas pestañas eran del mismo tono, y tenía labios carnosos que representaban una tentación para cualquiera. Nikolái no había visto nada igual. Él, por otra parte, mantenía un cuerpo muy bien marcado, envidiable. Gallardo. De hombros anchos y ojos tan grises como un cielo nublado. El cabello oscuro como las sombras lo conservaba a la altura de los hombros, y en su rostro no se reflejaba nunca un atisbo de temor. —Mañana partiremos a Gvózdievo. Te gustará el lugar —informó Nikolái después de un largo rato de silencio. —¿Gvózdievo? —preguntó ella. —Sí. Es donde vive mi amo, en su palacio. Te agradará. —Lo dudo —espetó. —Vamos, preciosa, acepta tu destino. A partir de hoy me perteneces y a mi amo también. No lo hagas más difícil. —Me niego, ¿escuchaste bien? ¡Me niego! —contestó furiosa y le dirigió una mirada intensa que evidenciaba un carácter indomable, algo que Nikolái nunca había visto en ninguna otra Elfa. Vronski aún no entendía por qué la vida de la especie élfica tenía que ser de esa manera. Era absolutamente absurdo ser simples objetos, humillados, siempre dominados por los humanos. Además, le causaba repulsión aquellos elfos que vivían para hacer la voluntad de sus amos. Ella, Stahl Vronski, estaba decidida a revelarse en contra de todos, y no descansaría hasta cumplir su palabra así perdiera la vida en el intento. —Piensa lo que quieras —dijo él con los ojos cerrados—. Ahora intenta no hacer ruido y déjame dormir.
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