Ejecución

1263 Words
«Si bien hay mucho que decir y admirar acerca del asesinato repentino y al azar —en el que de repente se encuentra a la víctima adecuada y se perpetra el acto al instante—, este tipo de homicidios acaba por proporcionar nula satisfacción verdadera. No son más que un eslabón de la cadena que conduce a más de lo mismo, donde los deseos dictan la necesidad y esos mismos deseos acaban por superarte y nublar la capacidad de planear e inventar, por lo que es probable que conduzca a la detección. Son torpes y la torpeza acaba convirtiéndose en un policía que llama a tu puerta con el arma desenfundada. El mejor asesinato y el más gratificante es el que combina el estudio intenso con la dedicación continuada y, por último, el deseo. El control se convierte en la droga elegida. Hay que pensar, maquinar e inventar más allá y entonces es inevitable que el asesinato sea memorable. Satisfará todas las necesidades siniestras.» Red 123 - John Katzenbach. Palmer había perdido el conocimiento sin saber por cuánto tiempo, tal vez fueron horas, minutos o días; le resultaba difícil pensar. Escuchó unas voces a su alrededor que fueron como un susurro lejano, tenue, distorsionado, y le costó reconocer quiénes hablaban. —¿Está despierto? —preguntó el menor de los Flemington. —Yo qué sé. Parece muerto —contestó Graham. —Tírale agua a ver si reacciona, hombre. Cuando recibió el balde de agua helada, inhaló profundamente y gritó con fuerza. El sonido de su voz resonó hasta el último rincón del lugar donde se encontraba. Sus manos temblaban y su espalda sufrió un violento espasmo. Los vellos de su cuerpo se erizaron y su piel semejaba la de una gallina desplumada. Se mordió los labios aunque estaban agrietados e hinchados. Estaba perdido. No sabía qué hacer. Mientras tosía, volvió lentamente y con gran dificultad la cara en la dirección donde había escuchado las voces. Abrió los ojos, o eso intentó, porque tan solo logró ver por uno. Todo era borroso. No entendía por qué se encontraba ahí, no sabía en qué lugar se hallaba. Cuando intentó moverse, el dolor fue tal que una nube oscura y miles de estrellitas blancas cayeron sobre sus ojos. Estaba a punto de perder la conciencia nuevamente, pero luchó contra ello. Tragó saliva con dificultad y se pasó la lengua por los dientes superiores, notando lo astillados que estaban. Cuando Mike logró identificar al fin a los tres sujetos que le propinaron aquella brutal paliza, les agradeció por no haber dejado nada vivo dentro de él más que odio. Cualquiera, en su posición, estaría desesperado pensando en que todo por lo que estaba pasando serían sus últimos minutos de vida; pero en lugar de eso, lo único en lo que pensaba era en cómo sería la mejor manera de acabarlos. Por un instante se preguntó si se encontraría atrapado en una pesadilla y le llevó un minuto llegar a la conclusión de que no era así. Tenía que pensar rápido. «¿Qué sucede, Mike, qué sucede?», se preguntó. «¿No es obvio? Te han atrapado, te han torturado y seguramente te asesinarán». «Pero, ¿por qué? ¿Qué he hecho?» «Espera. Dentro de poco lo sabrás». —Sigue con vida —exclamó el hermano menor en tono —Traiganlo ante mí —ordenó con voz profunda e intimidante, Fabrizzio Vitelli, el jefe de la mafia. Le dio una profunda calada a su puro y expulsó el humo por sus fosas nasales. Vitelli era un hombre de aspecto inconfundiblemente italiano. No pasaba de los cincuenta años y era de mediana estatura; algo robusto también. Sus ojos de color marrón llegaban a confundirse con el n***o y tenía una mirada tan gélida como la muerte. Sus labios delgados y con un ligero tono violeta simulaban estar sin vida. El hombre tenía fama de ser sumamente violento, y su sola presencia llevaba la intranquilidad a cualquier lugar donde estuviera. Era capaz de intimidar al mismísimo demonio si lo tuviera al frente. No le tenía miedo a nada, ni a la policía, ni a Dios, ni a la mismísima muerte; no temía ni amaba absolutamente nada ni nadie. Existían pocos como él. Cuando Graham arrastró a Mike ante Vitelli, el italiano se agachó despacio y le sujetó con rudeza los cabellos para obligarlo a mirarlo a los ojos mientras le hablaba. —Creíste que podías burlarte de mí —preguntó sin tono dubitativo. Su voz profunda resonó en la habitación. —No sé... de qué habla —contestó Palmer con dificultad. El hombre de sangre italiana lo soltó bruscamente y se irguió. No podía permanecer a la altura de un traidor. —Yo diría que sí. ¿Pensaste que no me enteraría que le has estado suministrando información a Leslie Owen sobre nosotros, y que además mantenías amoríos con ella? —¿Información? —dijo, confundido— Eso es un error... Nunca le mencioné... a qué me dedico. Ni siquiera sabía lo... de su familia. —¿De verdad, Palmer? —musitó después de una larga pausa, al tiempo que soltaba una risa seca— No pienses que soy tan estúpido para creerte. —Señor —su voz sonaba exhausta mientras se colocaba de pie con esfuerzo—, le estoy diciendo... la verdad. Los hermanos Flemington y Graham comenzaron a reírse a carcajadas, como si hubieran escuchado un chiste. Palmer volvió la vista y observó a estos con gran odio. El cuerpo le temblaba debido al frío y los nervios, y casi no los podía controlar. Aún así, juró por lo más sagrado que si lograba salir ileso, su venganza sería terrible. Vitelli se llevó el puro a la boca y lo sostuvo con sus mortecinos labios mientras se le acercaba con una expresión fría y hostil. En su mano llevaba una navaja, tan filosa como un bisturí. Expulsó lentamente el humo contra el rostro de Palmer y luego, con un toque de malicia, le dijo: —Estuviste compartiendo información con Leslie Owen —gruñó, y con destreza le cortó las bridas de las muñecas—. No quiero volver a verte la cara, Mike Palmer. Así que da la vuelta y vete. «¡Es una trampa! ¡No le creas, Mike! ¿No te das cuenta? Algo no encaja», pensó. «Cállate, Palmer. ¡Cállate!» —¿Acaso no me escuchaste? Vete ya —le ordenó. Antes de obedecer, le dedicó una mirada escrutadora a Vitelli, como queriendo grabar en su mente hasta el más mínimo detalle de ese hombre. Luego se giró sobre sus talones y observó a los tres sujetos que se hacían llamar sus "compañeros". Estos intercambiaban sonrisas llenas de perversión y complicidad, cosa que Palmer pudo percibir en seguida. Tras haber dado unos cincos pasos, observó que la puerta del galpón se encontraba abierta. ¿En verdad Fabrizzio Vitelli estaba otorgándole la oportunidad de marcharse, así sin más? En ese entonces, el contacto metálico y frío de un arma contra su nuca lo sacaron de sus más profundos pensamientos, y sintió que el cañón lo empujaba con suavidad. Fue justo en instante cuando el terror lo invadió de pies a cabeza; fue el terror de una persona cuando sabe que está a punto de morir. Todo había sido una farsa, como si de una broma cruel se tratase. Iba a morir, sí, y Vitelli sería su verdugo. En solo tres segundos un estruendoso rugido invadió su cerebro, e inmediatamente un ominoso agujero n***o, viscoso como la brea, se lo tragó por completo.
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