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Venganza después de la muerte

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Blurb

Mike Palmer, joven de veinticinco años e integrante de un peligroso grupo de mafiosos, debe cumplir con un trabajo sucio, siendo este el más doloroso para él.

Tras cumplir la tarea, es atrapado y asesinado con un disparo en la cabeza por la organización para quien trabaja. Lo que estos nunca se esperaron es que él, Mike Palmer, quedara con vida y regresara después de ocho años para acabar con los autores de su terrible desgracia.

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Encargo
«El mayor dilema del asesino —escribió ansioso el Lobo Feroz— es precisamente calcular el tipo adecuado de proximidad. Hay que estar cerca, pero no demasiado. El peligro radica en el viejo cliché: al igual que una mariposa nocturna hacia una llama, uno se siente atraído hacia la supuesta víctima. No te quemes. Pero la interacción es un elemento integral de la danza de la muerte. El deseo de escuchar, tocar, oler es abrumador. Los gritos de dolor son como la música. La sensación de cercanía a medida que se proporciona la muerte resulta embriagadora.» Red 123 - John Katzenbach. Ropa esparcida por todas partes. Las latas vacías de cerveza y restos de comida a domicilio se apiñaban en el suelo al no caber en los dos contenedores de basura, llenos a rebosar. En conjunto daba al lugar un aspecto sucio y desatendido. Sin duda, cualquiera diría que ese pequeño espacio era peor que un chiquero, pero Mike lo consideraba su hogar. Se encontraba sentado en un sofá individual, sosteniendo en su mano derecha un vaso con whisky; ya no le quedaba mucho, solo unas gotas de alcohol se deslizaban entre los cubitos de hielo que se derretían lentamente. Un leve pero constante y molesto dolor de cabeza le estaba haciendo la noche aún más difícil. Tres detonaciones se escucharon en la lejanía y el ladrido de los perros no se hicieron esperar junto con un «¡Calla a ese animal o lo mataré yo mismo!». Nada de lo ocurrido era nuevo para el joven que estaba acostumbrada a eso y cosas peores. Una llamada entrante hizo vibrar el móvil que reposaba sobre su muslo. Al sujetarlo con la mano libre y ver el nombre en la pantalla, soltó un suspiro de cansancio y pesar. —Ahora no, Tess —musitó mientras colgaba la llamada sin contestar—. No puedo hablar ahora. Las noches sin dormir y el no comer adecuadamente se reflejaba con notoriedad en sus ojos hundidos y cubuertos por oscuras y grisáceas ojeras. La pérdida excesiva de peso lo hacía lucir como una especie diferente, algo no humano, un muerto en vida. Y algo de verdad había en ello, por dentro lo estaba. Sobre de la mesa aún se encontraba el sobre manila color beige que le había hecho entrega personalmente su jefe. En el interior del mismo se mostraba toda la información necesaria para poder realizar su próximo trabajo, incluyendo la fotografía de la víctima. No hizo falta que leyera nada, ni tampoco se vio en la necesidad de contemplar la foto dos veces pues conocía muy bien a la joven en el papel. La conocía como a la palma de su mano. Cada gesto, cada reacción, el aroma de su piel, el sabor de sus labios, el brillo en sus ojos. Todo. Desde que recibió aquel sobre la tarde del lunes 5 de agosto, hasta ahora día 23, su vida se convirtió estrepitosamente en un desastre. En tan solo un par de horas debía acabar con la vida de Leslie Owen. Una de las reglas principales en su trabajo era «No hacer preguntas». Su único deber, sea lo que sea, se trataba en cumplir con lo que se le encargaba y nada más. El por qué o para qué se eliminaban a las víctimas no eran su asunto. Lo tenía claro aunque fuese un enigma, y cumplía su tarea al pie de la letra: limpio, sin testigos, perfecto. Sin embargo, ahora tenía un problema, uno sin solución, como quien recibe la noticia de albergar un tumor del tamaño de una nuez en el cerebro y que no puede ser operado. Aquella persona en la fotografía era la joven con quien mantenía una relación de muchos meses a escondidas. Sabía que no podía rechazar el encargo, era algo que debía cumplir. —¿Por qué ella? —se preguntó por milésima vez. Le dio el último sorbo al whisky hasta acabarlo. Arrojó el vaso contra la pared, el cristal chocó contra esta, cayó al suelo y se hizo añicos. Entonces, por primera ver en mucho tiempo, estalló en sollozos. «Eres un monstruo, Mike Palmer», pensó. «¿Ahora por qué te lamentas? Te convertiste en un desastre y nada puedes hacer. Eres una basura repugnante y lo sabes». Su móvil volvió a sonar. El número no estaba guardado en su agenda pero sabía de quién se trataba. —¿Qué sucede, Nick? —preguntó con voz apagada al contestar. —El jefe quiere saber si tienes todo listo. —Sí. —Bien, prepárate para entrar en media hora. Ya está en su apartamento —le comunicó e inmediatamente después colgó la llamada. Palmer inspiró profundamente antes de levantarse del sofá. Se dirigió hasta la mesa y bebió directamente de la botella de licor. La devolvió a su lugar y cogió media cajetilla de cigarros, los guardó en el bolsillo de su chaqueta y luego se dirigió a su habitación. Sacó debajo de la cama un maletín n***o de tamaño medio, lo colocó sobre la misma y, al abrirlo, vio la Beretta 9mm con silenciador más un cartucho de repuesto. A un lado, una navaja de doble filo y un par de guantes de látex color n***o. Antes de cerrar el maletín sacó la navaja y la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta de cuero. Todo se hallaba en orden. En ese instante llamaron a la puerta con fuertes golpes. Conocía ese golpeteo insistente, ya suponía de quién se trataba. —¿Ahora qué quiere? —gruñó entre dientes mientras caminaba hacia la sala. Tomó las llaves del auto y se dirigió con maletín en mano hasta la puerta. Al abrirla, se encontró con el arrendador; era un hombre regordete, de baja estatura y escaso cabello canoso. Casi siempre cargaba una franelilla blanca manchada de sudor o grasa. —Eh, niño —le dijo al verlo salir—. Ya debes pagarme el mes de renta. —Aún no es veinticinco —espetó al pasarle por un lado. —Eso ya lo sé. Pero necesito el dinero antes. ¡Por seguridad! —No tengo tiempo —dijo sin detenerse. —¿Cómo que no tienes tiempo? —gritó furioso, sujetándolo del brazo e impidiéndole seguir— Tienes que pagarme ahora o esta noche no pones un pie en mi edificio, ¿escuchaste? Mike se volvió con brusquedad al oír la amenaza. En su rostro se reflejaba hostilidad e irritación. Encaró al hombre y, con un movimiento rápido, sacó la navaja de su chaqueta y posó la punta afilada contra el sudado y gordo cuello del arrendador. El hombre tuvo la impresión de que todas las sombras del pasillo volaron y se acumularon en los ojos de aquel demente. —He dicho que no tengo tiempo —dijo Mike—. El día veinticinco te pagaré. Y si me sigues molestando juro que voy a rebanarte el cuello, ¿entendido? El arrendador asintió con la cabeza sin proferir palabra. Palmer regresó la navaja a su lugar y se dio la vuelta para terminar de salir de aquel pasillo y bajar las escaleras. Una vez fuera del edificio, se dirigió a su Cadillac convertible color n***o del 92', entró y colocó el maletín en el asiento del copiloto. Al mirar la hora en su reloj de pulsera chasqueó la lengua; quedaba poco tiempo. Puso en marcha el vehículo y, después de pisar el acelerador, condujo por la desolada calle hasta llegar a un semáforo en rojo. Le dio una profunda calada al Lucky que sacó hace un momento de la cajetilla en el bolsillo y lo encendió con un mechero. —¿Por qué ella? —musitó nuevamente cuando expulsó el humo por sus fosas nasales. Sus manos sujetaban con fuerza el volante. Viró a la derecha cuando la luz del semáforo cambió a verde y tomó la autopista hasta llegar a su destino: Stagg Road. Aparcó el auto a una cuadra del edificio donde se encontraba su víctima. Aún tenía que esperar siete minutos. La oscuridad de la noche le ayudaba a pasar desapercibido, y las luces opacas e intermitentes de los postes lo favorecían aún más. Observó a los dos matones que custodiaban la entrada, Bobby y Cross, los dos idiotas que se irían al bar del frente para beber unas cuantas cervezas mientras dejaban la entrada sin protección por al menos una hora. Momento que él aprovecharía. Le echó un vistazo a su reloj después de un rato. 9:59 p.m. era la hora que marcaba. Observó nuevamente a los dos guardaespaldas y notó que estos se dirigían al bar. Aventó la colilla del cigarrillo por la ventana y tomó el maletín. Había llegado el momento de actuar. Se apeó del vehículo, el viento soplaba con fuerza aquella noche. Cruzó la calle con pasos rápidos pero sagaces, como el andar de un felino. Pasó junto al bar y lanzó una rápida mirada; visualizó a los dos mafiosos sentados en la barra con bebidas en mano. Continuó su trayecto y se adentró al edificio iluminado. Subió por las escaleras hasta el segundo piso y caminó hasta la puerta 016. Miró aquel número en letras doradas por unos instantes e inspiró profundamente. Sin soltar el maletín, sacó la navaja y con sumo cuidado introdujo la punta de la misma en la cerradura hasta que logró abrirla. Entró antes que pudiera cambiar de opinión y, tras cerrar la puerta, echó un vistazo a su alrededor. Owen mantenía la habitación bien ordenada. El suelo estaba limpio y las paredes sin una sola mancha. En la mesa se encontraba el periódico de ese día, El Nuevo Diario, cuya primicia rezaba: "EL TERROR DOMINÓ HOY EN UN INSTITUTO PREUNIVERSITARIO DE MONTREAL, CANADÁ, AL QUE ASISTEN 10 MIL ESTUDIANTES". Palmer colocó él maletín en el suelo y dio unos cuantos pasos en silencio. En ese instante, una joven de veinte años salió del cuarto de baño secándose el rubio cabello con una toalla. Leslie Owen era hermosa, de buenas curvas y piernas largas que se antojaban infinitas. Al ver al joven de pie en medio de la sala dio un pequeño respingo por la impresión de encontrarse con una intrusa. Sin embargo, su semblante asustadizo se esfumó de inmediato al reconocer a Palmer. —¿Mike? —pronunció su nombre con el ceño fruncido mientras le miraba fijamente— ¡Qué susto me has dado! —exclamó ahora aliviada y con una sonrisa. Se le acercó rápidamente— ¿Qué haces aquí? Aquella pregunta no recibió respuesta alguna. El joven de cabello color como el champagne, con un ligero aroma a tabaco, permaneció en silencio mientras observaba aquellos vibrantes ojos verdes frente a él y que tanto le gustaban. Esos ojos que vería por última vez esa noche. «Te voy a asesinar», dijo para sí. «Te voy a enterrar una bala en la frente. ¿No es así?» «Claro que sí, Mike». Llevó su mano a la mejilla de Owen y la acarició con mucha suavidad. El contacto frío y húmedo de su piel le hizo sentir un fuerte estremecimiento en todo el cuerpo. Acercó sus los labios a los de Leslie y le propinó un beso cargado de nostalgia, amor, frustración y miedo. —Tenía que verte —susurró sin intenciones de separarse. Quería detener el tiempo y hacer de ese momento algo eterno. —Mike —dijo Owen al separarse lentamente—, ¿cómo lograste entrar aquí? —Eso no tiene mucha importancia ahora —su voz era como un susurro, y no dejaba de verla a los ojos. «Claro que no importa, ¿verdad, Mike?», pensó para sí. «Ella tiene la culpa por mantener a dos incompetentes como guardaespaldas». «Tienes toda la razón, Palmer». Owen aún no se explicaba cómo fue que logró entrar a su apartamento cuando Cross y Bobby vigilaban el edificio. ¿En verdad vigilaban? ¿Qué estaban haciendo? —Lamento no haberme comunicado contigo antes —dijo él. —Ya estaba pensando que no querías verme. Leslie tenía la certeza de que Palmer no conocía de qué familia provenía ella, los Owen, un grupo traficante de armas, siendo la hija menor del jefe. Pero también había otra cosa que ignoraba; nunca sospechó de que Mike podría ser integrante de una peligrosa organización como la mafia. —No era por eso, muñeca —respondió en un tono suave. Owen dio un vistazo al suelo y notó que, no muy lejos, se hallaba en el suelo un maletín que obviamente no le pertenecía. —¿Eso es tuyo? —inquirió en voz baja. Palmer volvió el rostro y observó el maletín por unos instantes, sintiendo un enorme remordimiento que le empezaba a molestar en el estómago. Volvió la vista hacia Owen y expelió un leve suspiro mientras le acomodaba tras la oreja un mechón de cabello. —Lo es —respondió al fin—. ¿Por qué no vas a la habitación y te colocas algo de ropa? Te puedes resfriar. —Eso iba a hacer antes de encontrarte aquí, guapo —contestó soltando una risita seca—. Me has tomado por sorpresa. —Las sorpresas siempre son buenas, ¿no lo crees? —Yo digo que no. Por lo general vienen acompañadas de alguna desgracia —respondió mientras se daba la vuelta para ir hasta su habitación. Palmer aprovechó el momento en que Leslie bajaba la guardia para coger rápidamente el maletín, colocarlo sobre la mesa sin hacer ruido y sacar el arma, no sin antes colocarse los guantes de látex. Sentía cómo su corazón comenzaba a latir con rapidez y eso, para él, era extraño. Casi siempre mantenía la calma al hacer aquel tipo de trabajos; el pulso nunca le temblaba y sus latidos eran normales. Pero ahora estaba hecho un manojo de nervios y dudas. Inspiró una buena bocanada de aire y le dio un vistazo a su reloj de pulcera para corroborar la hora. No podía perder más tiempo. Maldijo el día en que inició su vida dentro de la mafia. Y también maldijo el día en que se fijó en Leslie Owen. «¡Lo sabías, Mike Palmer!», pensó. «Sabías perfectamente que no debías enamorarte de nadie. ¿Por qué no me escuchaste?» «No lo sé». Para acabar de una vez, caminó con pasos rápidos hasta la habitación de Owen, alargando rígidamente el arma. Al entrar, se encontró a esta con una camiseta color azul en las manos la cual disponía a colocarse. El shock se podía apreciar claramente en el pálido rostro de la chica, con la mandíbula desencajada por la impresión. —¿Qué estás haciendo? —musitó sin mover un solo músculo. —Lo siento —dijo él, intentando en lo posible de que lágrimas no brotaran de sus ojos. Owen se sintió acorralada al momento en que su espalda tocó el televisor tras ella. En ese instante, las alarmas de peligro gritaron con desesperación en su cabeza. Iba a morir—. No puedo darte una explicación... Ni siquiera yo sé por qué debo hacerlo. —No me mates... —su voz era como un susurro áspero, ronco. No podía creer lo que estaba sucediendo. ¿En verdad su chico había ido a asesinarla?— No lo hagas. Palmer apretó el gatillo. La primera bala impactó en la frente de Owen. La sangre brotó de inmediato por la nariz y la cabeza se le dobló a un lado, como quien recibe una violenta bofetada, y otras dos balas impactaron en el pecho. Un ruido sordo se escuchó en la habitación, producto de los disparos con el silenciador, seguido de la estrepitosa caída del cuerpo baleado. Aunque todo sucedió en fracción de segundos, Palmer creyó ver todo en cámara lenta. El enorme charco de sangre no tardó en formarse bajo el cuerpo. Palmer no pudo evitar hacerse para atrás al ver lo que hizo. Contempló a la hermosa Leslie Owen, temblando, su malestar de estómago había empeorado y sintió temor de vomitar allí mismo. Cuando supo que no lo haría, se devolvió a la sala y fue por su maletín. Colocó el arma dentro y sacó del bolsillo de su chaqueta una pequeña bolsita transparente que llevaba consigo. Regresó a la habitación y se agachó al lado de la joven, le tomó la mano con cuidado e inmediatamente después, con la navaja, le arrancó el dedo índice. Si se hubiese tratado de otra persona no le habría importado en lo más mínimo arrancarle incluso la mano completa. Pero ahora se trataba de Leslie, y con un poco de suerte no logró desmayarse. Introdujo el dedo dentro de la bolsa y se alejó del c*****r. Guardó todo en el maletín y aventó los guantes dentro. Una vez listo el encargo, salió del apartamento sin mirar atrás y con el terrible dolor en el estómago. Abandonó el edificio lo más rápido posible para no ser visto y se encaminó hasta su auto. Una vez dentro, y después de haber aventado el maletín a un lado, permaneció inmóvil y en silencio por varios minutos. Apretó con tanta fuerza el volante que los nudillos se le pusieron blancos. Luego, estalló en sollozos. Ya todo estaba hecho y no había manera de volver atrás. Encendió el motor del auto y se marchó de aquel lugar. Al arrancar, los neumáticos despidieron una andanada de humo gris. Se enjuagó las lágrimas y condujo hasta llegar a la autopista. El semáforo con la señal de luz roja lo obligó a detenerse y esperar a que cambiara. Para aquel entonces, sintió en la nuca el contacto frío de un arma, alarmándolo pero no demasiado. Rápidamente observó al espejo retrovisor y notó que la persona tras él, y que le apuntaba, era Nick Graham. —Orilla el auto, Palmer —dijo, con su voz particularmente ronca—. Tengo otra arma apuntándote en la espalda. Si haces algo estúpido no dudaré en meterte un balazo. Palmer afiló la mirada, confundido, no sabía qué rayos estaba sucediendo. «¿Qué diablos cree que hace?», pensó. «Está claro. Te han puesto una trampa. ¿Imposible? No, no es imposible, Mike Palmer». Cuando el semáforo cambió a luz verde, Palmer pisó suavemente el acelerador y aparcó el auto a la orilla de la autopista. Un segundo vehículo, esta vez una camioneta blindada, una Cadillac escalade blanca, apareció con un ligero ronroneo de tigre. Dos sujetos se apearon y le apuntaron con sus armas. Aquellos eran los hermanos Deeth y Charles Flemington; los conocía, trabajaba con ellos. —¿Qué sucede? —preguntó al ser obligado a bajar del vehículo mientras que el mayor de los Flemington, Deeth, lo sujetaba con fuerza del brazo y lo forzaba a subirse con ellos en la camioneta. —Tú aquí no haces preguntas —contestó él con una sonrisa llena de perversidad. Charles lo amordazó, le colocó una capucha oscura y lo subieron al vehículo. Dentro de poco sus preguntas y dudas serían esclarecidas. Solo que, al saberlas, llegaría su fin. * * * Mike Palmer iba en la camioneta delantera, entre Deeth y Charles. Estaba sentado con las muñecas atadas a la espalda y los tobillos amarrados, todas las a******s con dos bridas blancas, delgadas pero prácticamente irrompibles. Deeth conducía despacio, con las manos aferradas en el volante. Charles le quitó a Palmer la capucha oscura y le aflojó la mordaza. Lo poco que el pobre diablo logró ver fueron sombras que se desvanecían por los faros del vehículo que iba detrás. Era su Cadillac y lo conducía Nick. Deeth apagó los faros que iluminaban el camino y casi al mismo tiempo lo hizo el auto que iba tras ellos. Continuaron su marcha en silencio. Charles había encendido un cigarrillo y lo sostuvo entre sus labios. Expulsó el humo en la cara de Palmer y a este le pareció amargo y desagradable cuando lo respiró. Además del humo del cigarrillo, podía percibir el olor de su transpiración sobre su ropa, el olor del miedo. Charles sonrió con un gesto de burla. Deeth aminoró la marcha hasta detenerse y dijo: —Hemos llegado, muchacho —dijo, hablándole a Mike—. La pasarás bien. Deeth apagó el motor y quitó la llave. Charles y él se bajaron del auto y Nick, que venía conduciendo el Cadillac, los alcanzó al poco tiempo. Palmer pudo observar cómo los tres sujetos se detuvieron frente a la camioneta e intercambiar un par de palabras. Nick sonrió con malicia e hizo un gesto de asentimiento. Deeth, con las manos sobre las caderas, vio cómo su compañero se dirigía ahora con Mike. Nick apoyó el codo sobre el marco de la ventanilla, del lado del conductor, y miró a Palmer. —Haremos esto rápido, Mike. —Qué amable —murmuró. —El jefe ordenó que fuéramos bastante rudos contigo, pero te haremos un favor. Lo haremos tan rápido que ni te darás cuenta. —Gracias, Nick, pero necesito tu compasión. —¡Muévete, Nick, y quítale las bridas de los tobillos. Graham abrió la puerta y le sujetó una pierna a Palmer. Cortó hábilmente la brida de plástico con una navaja y arrastró al pobre desgraciado fuera de la camioneta, tirándolo en el suelo. Lo obligó a ponerse de pie pero las rodillas de Mike flaquearon. Nick soltó un juramento y se inclinó para levantarlo. Palmer hizo un rápido cálculo en su mente y pensó que, si se mantenía en pie, podría tener aunque sea una oportunidad; no sería una oportunidad para salvar su pellejo, de eso nada, pero sería algo. —Suéltame —dijo Mike, y se puso firme. Nick soltó una carcajada y le dijo: —Tienes agallas, ¿eh? Veamos cuánto dura. Deeth y Charles se acercaron y lo sujetaron de los brazos (Deeth la derecha y Charles a la izquierda. Nick iba detrás). Lo condujeron hasta un galpón abandonado y Mike caminó lo más calmado que le fue posible. Se percató que Deeth lo sujetaba con firmeza, pero Charles no; entonces aprovechó y embistió con toda su fuerza hacia la izquierda. Su hombro impactó con brusquedad contra el de Charles. Este le soltó el brazo y cayó de bruces al suelo. Palmer intentó arremeter ahora contra Deeth, pero Nick se lo impidió dándole un culatazo en la nuca. Mike cayó de rodillas, mareado, pero no se desmayó. Charles, histérico, se puso en pie y le lanzó una patada a Palmer en el estómago. —¿Te quieres pasar de listo? —le gritó, propinándole otra violenta patada esta vez en la costilla. Nick arremetió otra vez con la culata de su arma pero el impacto aterrizó en la sien. Los tres iniciaron un ritual de golpes contra Mike Palmer, dejándolo en un estado de semiconciencia.

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