Capítulo 03 | CONFUSIONES DOLOROSAS |

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Me levanto sobresaltada, por la alarma de mi celular. El libro se quedó abierto en mi pecho, luego de leerlo y quedarme dormida. Tomo mi almohada y colocándola en mi cabeza, suelto un grito hacia ella. Comenzar un nuevo día, siempre me ha costado. Admirando mi aspecto en el espejo, veo la falda tubo negra con la blusa que hace contraste, de color morada. Doy una vuelta en mis tacones, mirando mi trasero. ─No se ve mal─ observo, dándome una sonrisa. Termino de colocarme un poco de labial de sandía en mis labios, para tomar las llaves del Neon, recordándome que lo tengo que llevar al mecánico, porque ahora dispongo de ese cheque en blanco. Saboreo mi labio inferior, al pensar en Alejandro. ─En serio, tienes que salir de mi cabeza.─ Digo, cruzando la puerta del departamento. Cuando entro a clínica luego del que trafico me dejara atareada. Caigo en cuenta de que es día de cobranza. Y las personas suelen estar ocupadas u atareadas. Decido irme directo al laboratorio sin molestar a Anna, que se veía alterada. Me deslizo la bata blanca por mis brazos y me ocupo en mi asiento esperando el arduo trabajo que me espera. Sin pasar dos minutos el Señor Porkerface, alias mi jefe, entra al laboratorio y me exige unas biopsias que me mandó a organizar. ─Señorita Capuleto, necesito los análisis, ¿podría proporcionármelos?─Pregunta impaciente. Dejando su mirada, dándome un escaneo. ─Claro, espere un momento.─ Me levanto a revisar el archivero y siento su mirada en mi trasero ¡Pervertido!, que disfrute la vista, porque, nunca tendrá más que eso. ─Aquí tiene, señor Rodríguez─ le entrego una carpeta y una sonrisa falsa se acompaña de la acción. ─Está bien, por ahora limítese solo a trabajar─ acota. ¡¿Qué?! ¿Qué cree que he estado haciendo?, ¿Rascándome el trasero acaso?... ¡Hijo de...! ─Está bien, señor─ me limito a decirle, antes de lanzarle un puñetazo en la cara a ese Porkerface. Ya ni sé cuánto aguantaré en esta clínica, llevo ya un tiempo. Pero me seguiré amoldando... no podré conseguir trabajo tan fácilmente. Después de pasar una hora organizando todos los análisis, la recepcionista entra al laboratorio. Llamando mi atención. ─Hola, Katherina, el señor Salvatore la solicita en su oficina─ informa, sorprendiéndome. ─Está bien, gracias.─ Digo, viendo cómo ella sale. Me levanto, alisando mi falda, dejo la bata en un perchero, para cruzar el marco de la puerta ¿Por qué me llamaría? Me pregunto. ¿Acaso quiere despedirme, o quizás, volverme más loca? Subo al ascensor, y me dirijo a su oficina. Sin esperar permiso de su asistente, de voz chillona, voy directo hacia su puerta, dándole unos golpeteos a la puerta. ─Entre, señorita─ pronuncia, con su voz varonil, mi piel se alborota inmediatamente, erizándose. ¡Ese acento! Al entrar, me doy la vuelta cerrando la puerta detrás de mí, le miro, a esos ojos que me matan lentamente. Prefiero morir por su mirada y sufrir, que nunca verla más. Calma, Kathe. Tomo una bocanada de aire. Está sentado y está apoyado de sus codos en su escritorio, con sus manos sosteniendo su bello rostro, parece aburrido por su mirada. Al darse cuenta, posa sus ojos en mí, hasta que por fin decido quitar este silencio incómodo. ─¿En qué le puedo ayudar, señor Salvatore?─ Inquiero con bastante seguridad. ─Ya me está ayudando en este momento, señorita Capuleto─ responda rápidamente, con sus comisuras alarmantes. ─¿A qué se refiere señor?─Pregunto con perplejidad. ─Es que quería saber cómo estaba y, ya veo que muy bien─ dice, escaneándome con su mirada de arriba abajo. Con esa mirada intensa, se forma una sonrisa en su boca. ─¿Acaso es un chiste? Porque sí lo es, se lo puede meter por... ─Sé lo que dirá. Y no, no es un chiste, nunca haría una gracia sobre usted─ interrumpe mis prontas palabras vulgares. Me quedo perpleja ante su declaración. ─Señor Salvatore, ¿está usted coqueteando conmigo?─ Le inquiero tajante. Su comportamiento inestable, ya me está comenzando a molestar. ─Efectivamente señorita, solo si usted me lo permite.─ Aclara, relamiendo esos labios, mis muslos se aprietan ante esa demostración sugestiva. ─No, no se lo permito, señor.─ Digo, con desdén. No dejaré que él haga de mí, lo que se le dé la gana, por más dueño del mundo que se crea. Yo sí quiero. Salta mi zorra interior de su letargo. ─Entonces, es mejor que se retire, señorita Capuleto.─ Manifiesta. Haciendo que me descojone. Él me mira con su entrecejo fruncido. ¿Qué, no le ha gustado que le lleven la contraria? Pienso, esbozando una sonrisa hacia él. Si él me quiere echar de aquí, saldré de manera orgullosa. ─Con permiso y, si no tiene algo mejor que decirme, sobre mi trabajo, limítese a no llamarme o molestarme.─ Replico con frialdad. Sin dejar mi sonrisa sardónica. Me doy la vuelta y sin mirarlo, salgo de la oficina. Con la cabeza hirviendo del enojo que él se ha encargado de darme. Al introducirme en la caja metálica, entre las personas. Algo en mi interior explota. ─¡Idiota!─ Exclamo, sin importarme que estoy en compañía de otras personas. Refunfuño enervada. Vuelvo al laboratorio, con un mal humor del demonio. ¿Quién se cree ese Idiota para tratarme de esa manera?, ¡No se lo permito! De repente, la recepcionista entra de nuevo al laboratorio indicándome que me está llamando otra vez el Señor idiota Salvatore. Me hierve la sangre y le niego la ida a la chica. Pero lo pienso mejor y, decido ir. Él quiere verme, pues, me verá. Toco la puerta de la oficina de nuevo, pero esta vez, sin esperar a su aviso. Entro con la cabeza hirviendo y mis ojos demostrando la molestia. Cierro la puerta y me cruzo de brazos con mi mirada fija en la de él. Cayendo en cuenta de que ¡Se está riendo! Hijo de su... ─Estoy aquí de nuevo, más le vale decirme qué mierda ocurre por su cabeza al molestarme de esta manera ¿en qué le puedo ayudar, señor Salvatore?─ Farfullo, viendo cómo sus comisuras se elevan ante mis palabras indecentes. ─Ya como le comenté, ya me está ayudando.─ Manifiesta sin titubear. ¡Éste hombre me va a matar de un infarto por tanta rabia acumulada! ─¡Coño!─ Grito molesta. ─¿Con esa boca besa a su padre?─Inquiere. ─¿Con esa estupidez puede vivir?─ Replico con ironía. Él me mira con intensidad. ─Dígame, ¿solo quería verme de nuevo?─ Añado ante su falta de palabras. Achinando un poco los ojos. ─Exactamente,...veo que usted es además de un rostro bonito, es inteligente─ expone, viendo su juego. Buena, Salvatore, buena. ─Efectivamente, soy muy inteligente, señor Salvatore. Tan inteligente como para saber que si quiero ver a una persona la invito a tomar un café en vez de molestarla en su trabajo.─ Menciono, viendo cómo su semblante cambia. Seguro y este es mi último día de trabajo. ─Señorita Capuleto, ¿está usted coqueteando conmigo?─ Inquiere ahora con gracia y una sonrisa pecadora en su rostro aparece. Este hombre ¿quién se ha creído? ─No, no estoy coqueteando con usted, eso se lo dejo a usted, que al parecer es profesional en ese aspecto─ replico rápidamente. Me muevo incómoda en los tacones, su vista cada vez es más profunda. Haciéndome sentir, desnuda ante él. Tal vez, eso es lo que quiere mi mente. ─¿Profesional?, yo le llamaría profesional si mis coqueteos funcionaran. Pero al parecer hacerlo con usted, es de una forma demasiado difícil e imposible. ─¿Difícil?...puede ser, señor, pero con mis conocimientos diría que usted no lo está haciendo bien─ manifiesto, queriendo que me trague la tierra y me escupa en su regazo. ─¿Usted me está retando, señorita Katherina?─ Cuestiona, mientras su cuerpo se levanta, caminando hasta mí, su rostro queda a un beso de distancia. Sus labios esbozan una sonrisa erótica, haciendo vibrar mi interior. Doy un paso atrás, buscando alejarme del peligro. ─No es lo que quise decir, señor Salvatore─ respondo con nerviosismo, mientras, no aleja su mirada de la mía. Trago con dificultad, cuando el aroma de su perfume penetra mis fosas nasales, invadiendo mis sentidos. ─Yo creo que sí, señorita. Y solo por, eso quiero que acepte ir a tomar un café conmigo─ propone. Tomando de sorpresa su acotación. ─No, discúlpeme. No puedo salir con mi jefe.─ Me niego, tengo mis principios. Por más que quiera tenerlo dentro de mí. ─Relativamente, no soy su jefe, solo soy el dueño del lugar donde trabaja─ informa, con su egocentrismo. ─Igualmente, no puedo aceptar su invitación─ insisto, manteniendo mis palabras. Él se me acerca más, y mis pies sigue su acción, retrocediendo. Hasta que mi cuerpo tropieza con la puerta cerrada que está detrás de mí, siento el frío de la madera recorrer mi cuerpo y su mirada que cala mi interior. Su respiración palpa mis labios. ─Entonces... después que se retire, la seguiré llamando hasta quede total y completamente complacido y, eso no va a ser pronto ¿Quiere usted eso?─ Murmura en mis labios, su voz suena retadora. Cuando oigo sus palabras, me doy cuenta de que mi corazón se aceleró al igual que mi respiración. Sus palabras de alguna forma me llegan a alborotar aquello que se encontraba dormido. ─¡No!─Exclamo en negativa. ─¿Entonces me acompañará a tomar un café?─ Insiste, formando una pequeña sonrisa en su boca, pero, no llega a sus ojos. En sus ojos hay deseo y eso me hace hervir por dentro. ─Sí, señor Salvatore─ respondo finalmente. Cayendo en su juego de perdición. ─Entonces, ya puede retirarse, a la hora del almuerzo nos veremos, señorita Katherina. Le espero con ansias.─ Asegura, mientras se aleja de mí. Dejándome espacio para respirar. Tomo la manilla de la puerta, mientras lo miro encima de mi hombro. ─Espero y no arrepentirme de aceptar esto, Salvatore─ pronuncio, dejando salir el aire de mis pulmones cuando sus ojos se encuentran encima de mí desde la distancia. ─No lo hará, señorita Capuleto.─ Expresa dándome cierta seguridad en sus palabras. Termino de salir del lugar, con sus palabras repitiéndose en mi mente. Cada vez que estoy con él, tantas emociones pasan por mi cuerpo. Siento furia; pasión, lujuria, nerviosismo. Un sinfín de descontrol, él en realidad...me tiene mal. Él; descontroló mis sentidos. Cuando regreso al laboratorio, trato de terminar de trabajar. Pero, de solo pensar que tomaré un café con él. Me da el nervio, tenía tiempo sin sentir esto, hacia una persona. Creo que nunca lo he sentido de esta manera en la que me pone él. Es tan intenso y misterioso. Tendré que aprovechar esta oportunidad y sacarle toda la información que pueda a la hora del almuerzo y lo peor, es que no tengo nada de hambre, tengo un nudo en el estómago y dudo que pueda comer algo antes de encontrarme con él. Finalmente, el reloj marca la hora del almuerzo. Tomo mis cosas para caminar hacia el comedor. Mis pies se detienen en el camino, cuando vislumbro su figura erguida en la entrada del comedor. Teniendo las manos en los bolsillos, al darse cuenta de mi presencia, da unos pasos con sus largas piernas, hasta llegar a mí. Termino de acortar la distancia, acercándome y le indico para pasar al comedor. Pero, él se inmuta. Negándose. ─No tomaremos el café aquí, solo estaba esperando por usted.─ Declara. Le miro con sorpresa, bajando mi mirada a su mano, que hace un ademán, para regresarme e ir al sentido contrario. Cuando lo hago, su mano se posa en la parte baja de mi cintura. Miles de chispas se esparcen en mi interior, como una especie de corriente de deseo, cuando su tacto choca con mi cuerpo. ¡No dejes de hacerlo! Exclama la zorra interior. Me dejo guiar por su mano para darme cuenta de que salimos de la estancia de la clínica. Al salir, un señor en traje impecable nos recibe con una sonrisa. Reconozco al señor, siendo él, con quien tuve el altercado del accidente. ─Buenas, señorita Capuleto.─ Saluda formalmente, inclinando su sobrero de conductor, para mí. Le doy una sonrisa de vuelta, sé que él no fue del todo el culpable del accidente. Aun así, gracias a él, un Dios griego se encuentra a mí lado, hay que darle sus méritos. ─Buenas.─ Digo, respondiéndole. Él, con una curvatura en sus labios, abre la puerta de atrás del auto n***o que se encuentra con mis ojos. Dándome cuenta, que no es el mismo que el de antes. Prosigo a deslizarme en el asiento de atrás del auto, hago espacio para que entre Salvatore. Después de mí, él entra y el conductor cierra la puerta. El silencio nos inunda, pareciendo un poco incómodo el lugar dentro del auto. ─Bonito carro, señor Salvatore─ observo, detallando el auto por dentro. Hasta llegar a sus pupilas. ─Gracias, señorita Katherina, me alegra que sea de su agrado.─ Expresa y vuelve a fijar su mirada al frente, el conductor entra en su puesto. Encendiendo el motor, que suena como los Dioses, todo lo contrario al motor viejo de mi Neon. Los carros lujosos no son lo mío, pero este carro se ha robado toda mi atención. Deslizo mis palmas, palpando la piel del asiento. Proporcionándome una buena sensación. El conductor pone el auto en marcha, metiéndose en la vía, puedo sentir el rugido del carro debajo de mí. Nos quedamos en silencio, en realidad, no tenemos mucho de qué hablar, mis nervios de alguna forma me comienzan a domar, como para empezar una conversación y de mi boca no salga alguna estupidez. ─¿Quieren que coloque un poco de música?─ El conductor me saca de mi trance, ayudándonos de alguna manera. ¿Tan mal se siente el ambiente? ─¿Prefiere un poco de música, señorita Capuleto?─ Pregunta Salvatore, dándome una mirada. ¡Oh Alejandro, prefiero tantas cosas! Pero antes de dejar dominarme por mi zorra interior, decido responder de manera sencilla y concisa. ─Sí, por favor. El Señor Salvatore le hace una seña con la cabeza al conductor que lo observa por el retrovisor e inmediatamente enciende el reproductor, una canción familiar comienza a sonar, es Little Lion Man. Esa canción es muy hermosa, giro mi cabeza hacia la ventanilla; dejándome llevar por las notas, comienzo a tararear bajito. Al terminar la canción, siento la presencia de él, muy cerca. ─Tienes una voz muy preciosa, señorita Capuleto─ me susurra, frisándome la piel. ¡Me ha escuchado! Arrastro mi mirada hacia él y ha sido un error...me he puesto como un tomate al verle el rostro sonriendo. ─Lo siento, señor Alejandro─ murmuro. Él se queda mirándome y los segundos parecen una eternidad. ─Me encanta cómo vocalizas mi nombre─ dice suavemente. Cuando escucho lo que dice, pasé de color tomate a color carmesí pasión en una fracción de segundos. No puedo creer, lo que acaba de decir. ─No tienes porqué disculparte por eso, Katherina─ agrega, sin la formalidad esa que tenemos desde un principio. Solo mi nombre, pronunciado por su voz. Decido darle una curvatura algo nerviosa, para girar de nuevo mi cabeza a la ventanilla. Él me pone muy nerviosa, ninguna persona me ha puesto así, siempre soy la imponente como me ha enseñado mi padre. Y él hace que me comporte como una tonta precoz o peor. De repente, me doy cuenta que el carro se detiene, al frente de un lindo café, mi vista se queda instalada en ese lugar. ─Se llama El loto, sirven los mejores cafés que he probado, señorita─ me informa, sacándome del trance. Le miro con curiosidad por lo que me acaba de decir. El conductor, abre la puerta y prosigo a salir, Alejandro se posiciona a mi lado para caminar hacia la entrada, él me guía con su mano en mi espalda, haciéndome sentir segura. Nos sentamos en una mesita cerca de la ventana, teniendo la vista hacia la calle, repleta de carros y de gente, caminando por doquier. Caigo en cuenta de que estoy sentada al frente del hombre más guapo que he visto en mi vida. El David de Miguel Ángel, se queda corto al lado de este Dios griego. Alejandro solo se mantiene con un semblante serio, pareciendo más atractivo. Un joven muy simpático se acerca a nuestra mesa y nos pide amablemente nuestra orden, en eso, Alejandro toma la palabra. ─Un Macchiato por favor, ¿Y para usted, señorita?─ Habla, llamando mi atención. Me incorporo a ellos, con mi mirada. ─Lo mismo, por favor─ respondo dándole una sonrisa al chico. Entretanto, el joven anota, dándonos una última mirada. ─¿Algo más para ustedes?─ Añade. ─¿Quieres algo más, señorita Katherina?─ Inquiere de nuevo Alejandro, con gentileza. ─No, estoy bien, gracias.─ Le indico a los dos, el joven asiente y se retira rápidamente. Agarro valor para comenzar a saber de él. Pero, su mirada me da algo más. Se denota un poco molesto. ─¿Por qué le sonreíste a él?─ Inquiere, sobresaltándome por su comentario. ─¿Disculpa? No sabía que le tenía que pedir permiso a usted para darle una sonrisa amable a alguien. Por si no lo sabe, es mi maldito problema─ digo, impactada por su manera de querer dominarme. Pedante de mierda. Él, de manera arrebatadora. Suelta una carcajada, juvenil. Llevándome a quedarme embobada por el sonido de su voz riendo. ─Responde muy bien─ acota. Ya sea sarcasmo o lo que sea, sonó real. Como si mi manera de hablar le llegara a gusta. Qué gustitos lo de él, porque soy bien vulgar y altanera. Le doy una sonrisa un poco exagerada, con una pizca de ironía. Carraspeo, para comenzar a indagar sobre él. ─Entonces... Señor Alejandro, ¿usted a qué se dedica? Aparte, de acosar a su personal─ cuestiono con gracia. Él esboza una pequeña sonrisa, haciendo una pausa, para observarme. ─Solo me dedico a acosarla a usted, señorita Katherina─ afirma con tonalidad sugestiva. ─Suena algo enfermizo─ añado ante sus palabras. Él cambia de expresión drásticamente y su rostro se oscurece. Puede que tal vez, le haya ofendido. Pero, en qué cabeza cabe que acosar es un halago, solo en la de él. ─Disculpe si le ofendí, solo que, no estoy acostumbrada a este tipo de conversaciones─ agrego, siendo sincera. Antes de que arda Troya. ─No, no me ofendió, señorita Katherina. Al contrario, cualquiera hubiera dicho "me encanta que me acoses" o "oh, Salvatore, acóseme" y eso no es nada atractivo─ declara, creando que suelte una carcajada fuerte, tal vez, demasiado. ─¿Con qué tipo de mujeres suele hablar? Porque por lo que me acaba de decir, deben de ser un espectáculo─ añado con gracia. Todavía sin parar de reír. Él, desvía su mirada. Su rostro cambia, pensando que, por lo que le he dicho, lo he puesto incómodo. Fue un simple comentario, míster señor sensible. Mis ojos no se despegan de su perfil, detallando la manera en cómo aprieta la mandíbula. Mierda, es tan sexy este hombre. Hasta el más mínimo acto lo hace de manera sugestiva. Mi observación se termina, cuando el chico trae los pedidos, dejándolos en la mesa. Alejandro sujeta uno y lo posiciona al frente de mí, mientras que el otro, lo lleva hasta su boca. Le miro detenidamente cuando él suelta un leve soplo al café y eso se ve tan seductor. Procede a probarlo, haciéndome sentir envidia de ese café. Pero se detiene, dándome una mirada, dándose cuenta de mi observación. Mi corazón, ya murió, con aquella mirada quita bragas. ─Está usted muy entretenida, señorita Katherina─ suelta, haciendo que mis mejillas ardan a todo color. Quito la mirada que tenía en él, sintiéndome castigada. Bajo la mirada al café, viendo la forma que le han dibujado. Una linda flor de loto. ─No, no quite su mirada de mí. Tal vez, usted sea mi acosadora─ dice, con la voz ronca que termina siendo tan erótica, para mí. Elevo el café en mis manos, para tomar de él. Le doy un sorbo, dándome cuenta de que está delicioso. Hago un sonidito de satisfacción. Levantando mis ojos hacia él, que está atento a lo que hago. Esbozo una sonrisa. ─Sí, claro. Repítase eso, hasta que se lo crea─ murmuro, sin dejar mi sonrisa. ─Lo haré, sin duda─ acota, dejándome con sus ojos penetrantes, diciéndome muchas cosas. Bajo mis pupilas, con mis curvaturas ardiendo. ─No hay mucho qué saber sobre lo que hago. La empresa de mi familia tiene un gran papel en la producción de bienes, y en la importación de maquinaria pesada. Pero yo me dedico es a comprar empresas, localidades u terrenos, que están en quiebra o simplemente, necesitan de un buen administrador. Las recupero, formando de ellas, algo que genere dinero, ganancia segura. Mi familia, tiene fundaciones. Al Salvatore le encantan los negocios. Soy algo nuevo en esto, solo hace unos años, tomé el control de la empresa, por situaciones personales.─ Finaliza, me quedo anonada por su gran poder y su entusiasmo al hablar sobre su empresa y lo que ella hace. ─Es aburrido, lo sé─ agrega, moviendo la taza entre sus manos. ─No lo es, al contrario, suena excitante. Que estés manejando una gran responsabilidad, y a tú edad. No es para nada aburrido─ acoto, tomando otro sorbo del café. ─Eres muy observadora─ dice, saboreando su labio con descaro. ─Me apasiona serlo─ menciono, guiñándole el ojo con gracia. Él ríe, haciendo que mi corazón se desboque. ─Por lo que he notado. Le gusta tener dominio de las cosas, ¿estoy en lo correcto?─ Pregunto, arriesgándome. Sus ojos me miran expectantes, puedo notar que piensa un poco la respuesta. ─Se podría decir que sí, señorita Capuleto. Me encanta estar al tanto de todo y saber que tengo suficiente en mi mano, para hacer lo que a mí me concierne, algo así como ser, el jefe─ responde finalmente, imaginando cómo él sería en la cama. ¡Zorra interior! Puede parecer controlador, pero no me ha conocido del todo. Luego se le quitarán esas ganas de querer controlarlo todo. Pienso, sonriendo para mí. Sus pupilas viajan a mis comisuras, seguro se ha dado cuenta de mis pensamientos pecaminosos. ─Pensamos similar─ murmuro, afirmando, que él y yo seriamos unos locos empedernidos. Basta, Katherina, estás yéndote más allá. Quizás él solo te quiera para una aventura, eso quieren todos. Recuérdalo. Me recrimino, haciendo una mueca. ─ ¿Está usted casado, señor Salvatore?─ Suelto. Que no vea anillo en mano, no quiere decir que no haya loca con cachos. ─Eres la primera que me pregunta eso. Y no que si soy gay o algo por el estilo. En las entrevistas, esa es una pregunta primordial, al parecer ─ dice, sonriendo de manera juvenil pero sin desterrar aquella mirada sugestiva de mí. ─Bueno, lamento admitir, que puede que yo lo haya pensado─ digo, dándole una sonrisa de lado, mientras encojo mis hombros para restarle importancia. ─Con mucho placer, le demostraría lo contrario─ manifiesta, originando que mi piel se erice de solo pensarlo. Aprieto mis labios, tratando de no decir alguna estupidez. Él me descoloca los pensamientos con una sonrisa pícara en su boca. ─No señorita, no estoy casado y por ahora no tengo ninguna relación, ya sea con un hombre o una mujer─ añade y hace que mis dedos se afinquen en la taza de café. Este hombre es un regalo, definitivamente. Como diría mi amiga Alice "Dale que no pasa carro", sea lo que él quiera conmigo, necesito tenerlo más en claro. Que me invite a un café, no significa que quiera acostarse, casarse, o simplemente, dejarme en la querida friendzone. Él se denota más complicado que eso. Al darme cuenta de que su mirada está fija en mí. Levanto mi quijada, tomando una bocanada de aire. Él me tiene revuelto los pensamientos. ─Quisiera saber qué piensa, señorita Katherina, por el color de su rostro pienso que es algo muy bueno─ interviene. Haciendo que ese color, del que era inconsciente, seguramente pasó a mayores. ─Quiero saber más de usted, señor Salvatore─ logro decir con rapidez. ─Sabrás de mí, lo necesario. Pero no tomes premura por saberlo, no te dejaría con las ganas, eso sería un pecado─ dice, con sus comisuras ardiendo. Mis muslos se aprietan aún más, mientras mis piernas se entrelazándose mis tobillos, uno detrás de otro. Tengo que calmar estas ansias que tengo que tocarle y besarle. Pero sus comentarios sugestivos, me incitan a perder la calma. Mierda, qué difícil se está volviendo esto. ─Pero, muy poco ha hablado de usted, deme el gusto de saber un poco más─ propone, inclinando su cuerpo a la mesa, para estar más cerca. El azul de sus ojos se incrementa, haciendo que mis neuronas quieran fallar por la belleza de esos océanos. ─Podría decirle..., mis padres están divorciados, tengo una hermana mayor, tengo una cachorra y mis pasatiempos─ hago una pausa, cuando en mi mente se introduce aquel momento en la ducha, pensando en él, trago con dificultad─... leer, y a veces salgo a correr circuitos con mi cuñado, que es piloto de autos. Aburrida, mi vida, lo sé. ─finalizo, relajando mi cuerpo. Él saborea sus labios con descaro, dejándolos con un color rosáceo brillante, provocadores. ─No es aburrida, es intrigante y al mismo tiempo interesante. Eso lo de circuito me parece esplendido, es una de mis pasiones, puedo destacar─ acota, llamando mi atención. Le doy una sonrisa ante eso. ─Habrá que ver quién es mejor de los dos─ sostengo, incitándolo. ─Me encantaría ver eso─ expresa, tomando un sorbo de su café. —También estuve en rehabilitación— suelto de golpe, sin pensarlo, con imágenes en mi mente que no quería recordar. De alguna manera su compañía me hizo sentir más segura, para soltar mi oscuridad en una simple frase. Sus ojos brillantes se vuelven tristes aunque hace lo imposible para no de demostrarlo en su rostro. —¿Fue el alcohol?— Cuestiona con un tinte de preocupación. Maldigo en mi interior mordiendo mi labio inferior ¿Por qué carajos lo dije? Niego con mi cabeza. Escucho cómo un suspiro sale de él. —Pero no te preocupes ya estoy bien, solo fue... Algo de depresión y el modelaje, que me provocaron caer en ese estilo de vida—digo rápidamente ondeando mis manos para restarle importancia. —No lo digas de esa manera, joder— farfulla provocando que le mire con sorpresa. Toma un sorbo de su café, jugando con un anillo de su mano, con incomodidad. ─¿Vives aquí en Venezuela, desde hace cuánto?─ Inquiero tratando de cambiar de tema. Todo se había tornado extraño. Él niega con su cabeza. ─Solo vengo por negocios, dependiendo de lo que duren ellos, permanezco en el lugar. Por los momentos, vivo aquí, desde hace unas semanas. La clínica que me tiene prácticamente, mudado a este lugar, que me ha acogido muy bien─ explica, dándome a entender, que su estadía es provisional. Excusa para no enamorarte, Katherina. ─A mi hermana le encantaría este lugar, al igual que a mis padres, que están en España─ añade, con más confianza. Su manera de expresarse me reconforta. ─¿Los extrañas, a tu familia?─ Pregunto, inmiscuyéndome. Su semblante cambia, a uno más cerrado. Tal vez, no es problema mío. ─En desmedida─ responde, plasmado de sinceridad. Le doy un sorbo a mi café. Sintiéndome un poco incómoda. ─¿Qué tipo de libros lees?─ Cuestiona, llevándome a mirarle. Las novela eróticas y románticas, pasan en mi mente. Pensando que eso le asustaría saberlo. Una sádica que cree en corazones y flores. ─Novelas, más que todo─ respondo, obviando lo demás. ─¿Románticas? ¿Chica de romances? Su curiosidad ante el tema, puede llegarme a caerme pesado. No tengo la costumbre de hablar sobre ese tema. ─Algo así, solo que no estoy acostumbrada a creer en el amor─ suelto, con un nudo en el estómago. ─¿Muchos corazones rotos, señorita?─ Pregunta atento, llevándome a un recuerdo de mis anteriores relaciones y no me he enamorado, solo me han hecho daño, por creer que estaba enamorada...cuando eso, nunca ocurrió. ─No exactamente─ respondo, su rostro cambia, pero no puedo descifrar su gesto. ─Eso la hace mucho más interesante, señorita─ me mira mientras toma lo que queda de café en su taza. Estoy desorbitada por todo lo que me ha dicho, chicos me han hablado lindo. Pero él, al hablarme, es diferente; siento que podría seguir y seguir hablando del mismo tema con él, pero, al mismo tiempo no puedo. Es muy intimidante y eso hace que de mi boca no salga nada por temor a embarrarlo todo. ─Señor Salvatore, ya creo que ya es hora de regresar─ intervengo, viendo nuestras tazas vacías. Mientras reviso en mi bolso el dinero para pagar. ─No señorita, lo haré yo.─ me detiene, entretanto el joven se acerca. ─No esta vez.─ Manifiesto, entregándole el dinero al joven. Pagando por los cafés. El rostro de Alejandro es un poema. Simplemente, se denota confundido. ─Nunca me habían pagado un café. Gracias, señorita Katherina─ pronuncia. Le guiño un ojo con gracia. ─Siempre hay una primera vez. Señor Salvatore─ digo, saboreando su apellido en mi boca. Suena sublime. ─Gracias... por aceptar y por su compañía ─ agradece, mientras caminamos hacia la puerta. Su palma tibia se posa en la parte baja de mi espalda, proporcionándome esas sensaciones exquisitas que tanto anhelaba mi cuerpo, su tacto. Abre la puerta para que salga delante de él, camino hacia el carro, entretanto el conductor da paso para abrir la puerta, me deslizo por el asiento, dándole lugar a Alejandro. Él cierra la puerta, inmediatamente miro hacia la ventanilla. Su mirada me descontrola. ─¿Está usted bien?─Cuestiona ante mi movimiento esquivo, volteo por inercia y mirándome con esos ojos azules tan preciosos e intensos, ahora no puedo evitar dejar de verlos, son poesía para mis ojos. ─Sí, muy bien...gracias─ contesto, regalándole una sonrisa dulce, él me imita. ─Tome─ menciona, entregándome una tarjeta personal. ─Es mi tarjeta, llámeme cuando necesite de mí.─ Mis ojos quedan plasmados en la tarjetita, que muestra de manera elegante, su nombre. Atrapo con mis dientes, mi labio inferior. Para darle una mirada. Cuando lo hago, sus ojos se encontraban observándome, de manera erótica. ─Gracias, por ella─ digo, tomándola en mis manos con una sonrisa. Al hacerlo, siento la punta de sus dedos rozar los míos, rápidamente, la introduzco dentro de mi monedero. Él le proporciona una señal al conductor, que toma el curso de regreso a la clínica. Cuando el auto se estaciona en frente a la estrada de la clínica, hago un ademán de salir del auto con rapidez. Nadie puede verme con él, pensarán cosas que no son, o simplemente inventarán a su antojo. Cosas que quizás sean de mal gusto. Súbitamente, él me sostiene del brazo. Antes de que me despida para entrar con velocidad al lugar. Aquella sensación mística, me atrapa. Llevándome al infierno de sus océanos azules. Su rostro, se encuentra en shock, no puedo entender qué es lo que quiere expresar. Se denota incómodo, mirándome, de repente, su entrecejo particular, aparece. Deshaciendo su agarre, dejándome con una sensación frustrada. ─Que esté bien, señorita Capuleto.─ Dice finalmente. Haciendo sentir decepcionada. Tal vez tenía las expectativas demasiado altas y llegué a pensar que yo le podría gustar. O es que realmente, soy una chica muy lanzada para él. Y que él me besara, era simplemente, una ilusión que me jugó mi mente. En una sucia jugarreta. Pestañeo, para quitar mi rostro de desilusión. Malditos pensamientos de mierda. Farfullo en mi interior, apretando mis labios en una mueca. ─Siempre estoy bien, señor Salvatore─ manifiesto, con molestia. Me doy la vuelta, apretando mis manos en empuñaduras. Es decepcionante haber pensado que quizás habría una oportunidad de que yo le gustara, o que simplemente, me metiera de nuevo a su auto, para hacer algo con estas emociones que él alborotó a su antojo. ─Eso lo sé a la perfección, señorita.─ Afirma, a mi espalda. Una corriente recorre mi columna, haciendo que detenga mi paso. ¡Será imbécil! Es que a él le gusta jugar conmigo. Déjeme decirle, que se le acabó la distracción. No estoy para juegos estúpidos. No me gusta jugar con las emociones de nadie, lo contrario a él. El enojo puede más que mis ganas de lanzarme hacia él y perder los estribos con sus labios. Retomo mi andar, sintiendo su mirada en mí. Suelto el aire retenido, cuando Anna aparece en mí camino. ─¡Catira!─ Grita Anna en un saludo, y una sonrisa alegre. ─Hola─ digo, con simpleza. ─¿Qué tienes? ¿Dónde estabas?─ Pregunta con rapidez. Si le cuento, me pongo a llorar de la rabia. Porque, ni sé qué fue lo que ha ocurrido. ─Nada, solo estaba averiguando algo─ miento, obviando olímpicamente todo aquello referente al idiota ojos endemoniados. ─Se nota que te traes algo en manos, a mí no me engañas. Tu jefe cara de burro, te buscaba como loco. Yo le dije que andabas con tu novio pero él se puso peor─ habla, mientras se carcajea al recordar la cara de Porkerface. Sí claro... novio. Será, verdugo. ¡Quiero que me corte la cabeza! Así dejaré de pensar en su estúpida cara de hermosa escultura. Pienso. ─Me imagino lo loco que se puso. En fin, iré a ver que quiere. Si me despide hoy, dudo que me sorprenda─ le respondo mientras ella me sonríe. Tuerzo los ojos, dejando salir un resoplo. Cuando entro al laboratorio, colocándome la bata. Vislumbro la cantidad de análisis qué entregar. Tomando uno por uno, y con esmero, tratar de terminar. De repente, su presencia no deseada, interrumpe mi estancia. Haciendo que levante la mirada, sobresaltada. ─¿Dónde estabas, en un lugar, que no era tu sitio de trabajo?─ Ataca con arrogancia, proporcionándome unas ganas de enterrarle un tenedor de plástico en la garganta. Cálmate asesina interior, no te descargues con él. Me digo a mi misma, tratando de calmarme. Le miro con una sonrisa fingida y, le respondo con petulancia. ─Ya creo que le habían informado qué estaba haciendo, pero nunca me gusta dar tantos detalles. Si sabe, a qué me refiero─ respondo, dándole una sonrisa victoriosa. Mi zorra interior aplaude. Puede que esta sea la última vez con este trabajo, pero valió cada palabra. Él coloca los ojos en sorpresa y se denota nervioso. ─¡Solo concéntrese en su trabajo!─ Me replica con altanería y sale disparado del laboratorio. Mis ojos se quedan viendo cómo él lanza la puerta y desaparece. Sí que está loco. Él obviamente no me puede despedir, pero, sí hacerme la vida imposible en el trabajo, cosa que lo que haría es hartarme e irme. Pero tengo todavía un poco de aguante, creo. Inesperadamente, mi celular vibra, recibiendo un mensaje del técnico de la familia. Preguntando sobre el estado tan grave de mi Neon. Le respondo con dolor, pensando en que ahora sí parece una carcacha, informándole que se lo llevaré a penas salga del trabajo. Dejo el celular a un lado, para terminar las horas de trabajo que me quedan. Cuando se hace la hora de salida, recojo mis cosas, para irme directo al taller del mecánico Pedro. Ya en el auto, recibo una notificación sobre que me han depositado el p**o del mes, relajándome, ya que, con eso, pagaré el mes de renta. Alice no me matará. Pienso, sonriendo para mí misma. A llegar al taller de Pedro, casi fallando el motor. Él descoloca su rostro al observar la fachada de mi auto, entrar al lugar. ─¡¿Qué le ha pasado?!─ Exclama, colocando sus manos en la cabeza con exasperación. Ups...aprieto mis dientes en una sonrisa, encogiendo mis hombros. Él niega con la cabeza, me conoce desde pequeña, sabe que debió de ser algún accidente obvio, porque sé conducir. Eso creo. ─El alternador está grave, le falta un cambio de aceite y el freno está fallando. Además, agregando los daños delanteros, esto va a hacer operación completa, Kathe.─informa, luego de darle una rápida observación. Pobre de mí bebé. ─Solo dígame ¿Cuánto me va a doler?─Inquiero, refiriéndome al costo del carro. Le entrego el cheque, con el monto valorado de la reparación parcial del auto. Con pesar, se lo entrego, apretando mis labios. El nombre de Alejandro, sobresalta en aquel papel, dándome una sensación extraña. Decido tomar un taxi de regreso, para finalmente, llegar a la casa. Mientras me relajo en sillón, luego de una larga ducha, pienso en mi auto, siendo torturado por su bien. Hago un puchero, llevándome un trozo de pan a la boca. Un sonidito que hace mi computador, llama mi atención. Me acomodo, acercándome a ella, viendo que es un correo de un remitente desconocido. Al abrirlo, mi pulso se acelera en desmedida, mis pupilas se dilatan, leyendo el nombre escrito en él...Alejandro. De: Alejandro Salvatore Fecha: 28 de junio de 2013 20:19 pm Para: Katherina Capuleto Asunto: ¿Está bien? Buenas noches, señorita Katherina ¿Llegó bien a su casa? Alejandro S. Gerente general.
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