CATORCE

1321 Words
Cuando salió de la casona a esperar que Danielle pasara por ella, Beatrice todavía temía la posibilidad de que su madre hallara la forma de impedir que saliera. Su padre no había especificado la forma en la que pretendía mantener a raya a su mujer, por lo que Beatrice estaba nerviosa en todo momento. Por ello, cuando el carruaje finalmente se detuvo frente a ella, sintió un alivio de proporciones gigantescas. —¡Beatrice, querida, date prisa! Asomada a la ventana del carruaje, Danielle Winter le hacía insistentes señas para que se diera prisa. Tras echar una última y dubitativa mirada al interior de la casona únicamente para asegurarse de que todo estaba bien, Beatrice se acercó al carruaje y subió a él con ayuda del diligente criado, quien inmediatamente después corrió a ponerlos en marcha. Dentro, todo era hermoso y de muy buen gusto. Danielle vestía un hermoso traje que gritaba clase y elegancia por todo lados, mientras que la señora a su lado, quien seguramente era su chaperona así como su institutriz, tenía uno de lo más anticuado que hasta despedía un concentrado olor a polvo y humedad. —¿Cómo estás, querida?—le preguntó Danielle, sin parar de sonreír. —Bien, muy bien, gracias—respondió Beatrice, a quien todavía le costaba creer que de verdad pudiera salir de casa después de tanto tiempo—. Un poco sorprendida por la invitación, si he de ser sincera. —Bueno, ¿qué te puedo decir? Me caiste muy bien el otro día—respondió Danielle, de muy buena gana—. Tan bien, de hecho, que cuando supe que mi padre mantenía correspondencia con el tuyo, se me ocurrió la idea de invitarte a dar una vuelta al pueblo. —Muchas gracias por eso. Desde que llegué a la hacienda de mi padre, no había tenido la oportunidad de salir a conocer un poco. —Déjame adivinar: Tu madre no te dejaba, ¿cierto?—inquirió Danielle, y cuando Beatrice respondió que sí con la cabeza, agregó—: Ya me parecía que ella era de esas mujeres exageradamente estrictas. —A propósito de eso, quería pedirte disculpas por.. —No tienes nada de qué disculparte, querida mía—aseguró la otra—. Te puedo jurar que tu madre no es la única persona con la que nos encontramos que no está de acuerdo con nuestras costumbres. Además, lo que haga ella no tiene que ver contigo. Más que encantada con la amabilidad y la comprensión que aquella joven, quien prácticamente no era más que una extraña, le estaba dando, Beatrice estaba apunto de darle las gracias cuando fue bruscamente interrumpida por un sonido de lo más extraño y reverberante. Al principio, por no saber de dónde provenía, le dió por pensar que tal vez se trataba del mismo carruaje en sí, que había sufrido algún tipo de avería. Sin embargo, al mirar mejor, se dió cuenta que no eran sino los ronquidos de la chaperona de Danielle, que se había quedado profundamente dormida de un momento a otro. —Es por eso que la adoro—dijo Danielle, al ver la forma en la que Beatrice miraba a la anciana—. Se queda dormida en casi cualquier lugar, por lo que me deja hacer cualquier cosa sin poner ni un pero. Aunque claro, tampoco es como que tenga oportunidad de enterarse de lo que hago si siempre está dormida. —¿Y tus padres no te dicen nada, no te retan?—preguntó Beatrice, imaginándose como de maravillosa fuese su vida si su institutriz fuese más como aquella anciana dormilona—. Seguro que cuando ella se entera que te ha descuidado, les dice a ellos que... Sonriendo, Danielle tomó la palabra antes incluso de que Beatrice tuviera tiempo de terminar de hablar: —Eso fue algo que resolví hace ya mucho tiempo. Primero, si es que quiero hacer algo que no está del todo bien visto, aprovecho cuando se duerme para moverme con libertad. Luego, cuando ya me he divertido lo suficiente, regreso con ella, la despierto, y hago como si fuese la primera vez que salgo del carruaje, así, tendrá la historia perfecta y aburrida para contarle a mis padres. Sorprendida con todo lo que acababa de escuchar, Beatrice guardó silencio durante un buen rato. En su interior, mientras el carruaje avanzaba a buen ritmo, comenzó a hacerse un montón de preguntas. ¿Por qué no podía ella tener la misma valentía de Danielle para desafiar las reglas que se le imponían? Siempre que pensaba en algo como aquello era presa de un miedo terrible, pero la chica que tenía justo en frente acababa de demostrarle que sí se podía. Con solo unas palabras acababa de abrirle los ojos a un mundo nuevo y maravilloso, en el que podía ser tan libre como lo quisiera sin necesidad de adjudicarse del todo las consecuencias de sus acciones. —Veo que te he dejado pensando con lo que dije—observó Danielle poco después, cuando el carruaje ya empezaba a aminorar su marcha. —Sí, la verdad sí—reconoció Beatrice, dándose cuenta, conforme hablaba, que de nada servía mentirle a alguien como Danielle, alguien capaz de leer a las personas con tanto atino—. Yo nunca...yo nunca me planteé siquiera la posibilidad de que hubiera otra forma de hacer las cosas. Siempre me sentí cómoda cumpliendo con mis obligaciones, aunque a veces no me gustasten. Sin embargo, al llegar a este lugar terminé por darme cuenta de que en realidad estaba viviendo en una especie de prisión, bajo el yugo de mi madre. Y pensé... pensé que nunca iba a poder librarme de eso. Tras inclinarse hacia delante, tomarle suavemente de las manos y ofrecerle una sonrisa de lo más conciliadora y amable, Danielle dijo: —Pues conmigo eso se acabó. Desde pequeña he visto cómo a los hombres las cosas siempre les han sido mas fáciles que a nosotras, por lo que decidí buscar mi propio camino, mi libertad. Y ahora que te conocí, pienso enseñarte todo lo que he aprendido. —Señorita Danielle, hemos llegado. Cuando el criado encargado de conducir el carruaje gritó aquello, Beatrice sintió un poderoso tirón justo en la boca del estómago. De pronto, estaba sumamente emocionada por lo que venía a continuación, pese a que no sabía exactamente lo que terminaría haciendo. Luego de ponerse una capa que Danielle le tendió, bajó junto a ella del carruaje y comenzó a internarse en la que, a primera vista, parecía una calle común y corriente, llena de personas de mediana sociedad, vendedores y algún que otro esclavo cumpliendo algún mandado de su amo. —¿El criado no dice nada?—preguntó Beatrice, dándose la vuelta para mirar al hombre en cuestión, quien se había limitado a quedarse en su puesto sin más—. Quiero decir,¿no crees que pueda delatarnos? —Tengo ya mucho tiempo haciendo esto y no me ha delatado, no creo que comience ahora—fue la respuesta de Danielle. —Aún así, ¿no crees que deberías estar un poco más segura? —Sí, claro, y por eso mismo es que le doy un poco de dinero cada tanto para asegurar su silencio. Con una risita traviesa tan propia de una niña rebelde como ella, Danielle tomó a Beatrice de la mano y prácticamente comenzó a arrastrarla calle adentro, ansiosa por mostrarle de frente todo aquello de lo que le había hablado por el camino. Beatrice, pese a lo emocionada que se sentía frente a la perspectiva de conocer un mundo nuevo y diferente, estaba también muy nerviosa por lo que podría pasar si llegaban a descubrirlas. Sin embargo, de nada servía dejarse llevar por la negatividad, después de todo, si Danielle había hecho aquello mismo durante tanto tiempo sin ningún problema, ¿por qué ella no podía hacer lo mismo?
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