Joanne se abanicaba, mientras caminaba con su amiga por los jardines de la ciudad.
Ahora ella estaba en boca de todos y la razón era que pronto sería desposada con un hombre maravilloso, llamado Jacob Miller, que podía proporcionarle cualquier cosa que deseara.
Bueno, eso es lo que pensaría cualquier mujer, pero Joanne no miraba eso en el hombre. A ella le resultaba admirable, siempre le había observado desde lejos; su elegancia, su sabiduría, sus buenos modales y su porte, eran envidiables por cualquier hermoso joven de la ciudad.
Era el año de 1872 y ser desposada por un hombre importante y rico, era un gran logro para una jovencita de su edad.
Las razones de su boda eran más que obvias, al menos por parte de su padre, pero el señor Miller sentía lo mismo que ella por él. Joanne jamás sentiría que este enlace era una obligación por un simple hecho: lo amaba y era consciente de que los sentimientos de su futuro esposo eran iguales hacia ella.
Lily y Joanne constantemente hablaban sobre él; sobre lo bien que la trataba, el amor que le procesaba y los planes de futuro que tenían ambos, porque Jacob no iba a dejar que Joanne se aburriera en casa, no.
Lo que más le gustaba al hombre de ella era su obstinación, sus ideales y sus ganas de vivir la vida, de modo que había comprado para ella una fábrica textil de la que se haría completamente responsable, cosa que Joanne no supo ni cómo agradecer.
Sin duda, él era el mejor hombre que una mujer podría encontrar.
Las dos amigas se sentaron a descansar frente al lago, donde un montón de chicos molestaban con sus voces. Eran demasiado ruidosos y muy molestos también.
—Lo que hace tu padre es injusto. Joanne, te saca diez años —ella la miró con el ceño fruncido—. ¿Qué ocurre?
—Eso es lo que yo digo, ¿qué importa que me saque diez años? —su amiga la miró—. Sé que puedo tener a hombres incluso más ricos que él, pero no solo lo eligió mi padre.
—¿Lo elegiste tú? —preguntó la chica de forma burlona. Joanne frunció el ceño—. ¡Dios santo, fuiste tú!
—Sí. Yo lo hice —la chica sonrió—. Pensaron entre ese chico rubio llamado Reece o con ese Murphy llamado Charlie —Lily sonrió—. Pero al oír el nombre de mi futuro esposo, decidí que tenía que ser suya para toda la vida.
—Sigo pensando que estás loca —la pelirroja bufó, siempre sería una incomprendida—. Ahora no lo notas mucho pero… ¿qué pasará cuando él tenga cuarenta años y tu solo treinta? —Joanne la miró de forma aburrida—. Vuestra forma de actuar en la intimidad será diferente Joanne, ya no le verás igual.
—¿Qué tiene de malo? yo le amo igual —contestó la chica, Lily rodó los ojos a sabiendas del refinamiento que perdería al hacerlo—. Lily, no te preocupes. Soy feliz. Procura serlo tú también.
—En fin, si tú lo eres, yo lo soy —suspiró y sonrió hacia la chica—. Espero poder verte después de tu matrimonio.
—Claro que podrá hacerlo, señorita —dijo alguien a sus espaldas.
El señor Miller las había visto y decidió acercarse a saludar a su adorada Joanne. La pelirroja sonrió ampliamente y se levantó de la banca, ruborizada y deseosa de que su prometido no hubiera escuchado las últimas palabras de su amiga.
Jacob tomó la mano de Joanne y besó el dorso de esta delicadamente. Más tarde, hizo una pequeña reverencia con la cabeza hacia la otra mujer que sonrió sonrojada.
Él sabía cortejar a una dama mejor que nadie.
Tras el encuentro, Lily buscó una absurda excusa para marcharse, sin duda, ella no imaginaba para nada a un Jacob así. Seguro que esperaba a un hombre estirado y dominante, cosa que en verdad no era.
La famosa pareja comenzó a caminar por la ciudad tomada del brazo, bajo la curiosa mirada de los habitantes de ésta, la joven odiaba verse como el centro de atención y esperaba que todo finalizara justo después de su boda, más bien lo deseaba.
Joanne suspiró y se vio parada frente al señor y la señora Norton. A ellos les seguían sus tres hijos. Kyle, el mayor y uno de los más deseados por las mujeres debido a la gran fortuna que un día heredaría para sí mismo. Michael era el mediano, muy sexy y ya comprometido con la única hija y heredera de una gran fortuna de un aristócrata.
Detrás de ellos y como no, mirando a las musarañas se encontraba Thomas, el menor, de la edad de Joanne. El pequeño Norton era un niño mimado por su madre que se gastaba el dinero en apuestas y que no hacía nada de provecho, lo más importante para el joven era perseguir faldas de mujeres para hacer cosas indecentes antes del matrimonio.
Joanne estaba segura de que su futuro esposo no era precisamente casto y puro pero también podía asegurar que no era ni parecido a ese niño tonto sin planes de futuro.
—Señor Miller, señorita Davies —la chica sonrió al escuchar la voz de Joe saludarla—. Es un placer volver a verlos.
—Sí, es todo un placer —Jacob sonrió levemente a toda la familia.
—Joanne, ¿cómo está tu hermana? —preguntó Kyle.
El mayor de los Norton siempre estuvo muy interesado en su hermana Emily. La chica era bastante más joven que él y estaba ya casada, pero al parecer, el hijo mayor seguía teniendo fuertes sentimientos por ella y por horrible que sonara, Emily también sentía lo mismo por él.
—Kyle, eres muy indiscreto, ella es una mujer casada —reprochó Margaret a su hijo mayor.
—Perdón, madre —el chico suspiró y miró a Joanne.
—Ella está bien —sintió una mirada indiscreta observarla fijamente y su cuerpo se tensó—. Emily es feliz en la casa de campo.
—Me alegra que sea feliz en su matrimonio —dijo el chico con una sonrisa muy poco sincera.
—Bueno, estarás nerviosa Joanne, pronto tendrás la fortuna de casarte con el señor Miller —Joanne se sonrojó al oír las palabras de Margaret.
—Pues la verdad, un poco —murmuró ella.
—Ambos lo estamos, la verdad —Jacob apretó más fuerte su mano—, estoy deseando que finalmente llegue el domingo para contraer matrimonio con esta hermosa dama.
—Jacob — dijo ella, dándole un pequeño golpecito con el codo.
Margaret la miró extrañada, ¿una mujer golpeando a su futuro esposo en medio de la calle?
—No te avergüences, preciosa —el hombre colocó una sonrisa tranquilizadora y Joanne se mordió el labio inferior tímidamente—. No hay nadie mejor que ella para estar conmigo. De eso estoy seguro.
—Eso me alegra —dijo la mujer con una amplia sonrisa—. Siempre fuiste una niña muy educada y bastante adelantada a nuestra época. Mereces a alguien que te comprenda y te quiera.
—Sí, muchos piensan que es un arreglo matrimonial pero en realidad… —Thomas se acercó a su madre.
—Siento interrumpir, pero ya sabes lo que el abuelo piensa sobre la impuntualidad —cortó el joven Norton, enseñando a su madre el reloj de bolsillo.
—Y eres tú quien lo dice —el chico agachó la cabeza al escuchar las palabras de su padre.
—Muy bien, pues yo me voy.
Thomas se alejó del lugar, enfadado. Joanne pensaba no era más que un niño tonto que se esforzaba por sobre todas las cosas en llamar la atención de todo el mundo.
Margaret suspiró y torció el gesto.
—Nos vamos, después de todo, es cierto que mi padre odia la impuntualidad —sonrió hacia Joanne y miró a su esposo con el mismo rostro. Joe devolvió la sonrisa a su mujer y los Norton restantes comenzaron a caminar hacia su destino.
Jacob y Joanne caminaron lentamente por las calles de la ciudad, hablando de los increíbles planes que Jacob tenía planeados para ambos.
Recientemente, había comprado una plantación muy fértil que daría muchos frutos. A Joanne le encantaba que él le confiara noticias sobre sus negocios, eso significaba que la tomaba mucho en cuenta. También habló de la fábrica que habían comenzado a construir para ella. Joanne se sentía muy emocionada por ello y a la vez, algo nerviosa.
¿Y si no era capaz de administrarla bien? Sería una gran pérdida de dinero.
—¿Los empleados de tu plantación tendrán contrato de trabajo? —preguntó Joanne, sin pretender ser una entrometida.
—Si lo que te preocupan es que sean esclavos, tranquila, no lo serán —contestó él—. Tendrán su contrato, sus horas de trabajo y su salario mensual.
—Eres increíble —dijo ella, orgullosa de su prometido.
—No es así, simplemente ser tratado de ese modo es algo cruel —comentó el hombre pensativo—. A mí nadie me dio lo que tengo —Joanne le miró, sorprendida—. Mis padres eran humildes, Joanne, yo gané todo lo que tengo con el sudor de mi frente. Comencé a trabajar a los diez años en el campo de mañana a noche. Nunca tuve amigos, ni infancia, simplemente me limité a salir adelante y a ayudar a mis padres en lo que necesitaban.
—Vaya —la chica estaba anonadada—. Nunca me contó sobre eso.
—Eso es porque no suelo recordar esos horribles días de hambre y esclavitud —el hombre sonrió levemente—. Con el tiempo me arriesgué, hice algunas inversiones, jugué bien con el dinero que tenía ahorrado y levanté mi imperio para convertirme en lo que soy ahora.
—Creía no poder admirarle más, pero sabiendo todo esto, creo que voy a tener que planteármelo —musitó Joanne con un rostro pensativo, el hombre rió.
—Eres muy hermosa, Joanne —el hombre besó su frente—, y realmente tierna —ella sonrió—. Ya estamos en tu casa.
—Sí —Joanne se ruborizó—. Esperaré ansiosa el día de nuestra boda.
—Sí —el hombre echó hacia atrás un mechón del cabello de la pelirroja—. Lamento no poder verte antes.
—No importa, sé que es por algo importante —ella besó tiernamente sus labios—. Nos vemos en dos semanas.
—En el altar —terminó el hombre, ella asintió y entró en su casa sonriente. ¿Se podía ser más feliz?
Los días se hicieron eternos para la hermosa futura señora Miller.
Mañana era el momento. Su más ansiado deseo por fin se haría realidad. Por fin Jacob y ella contraerían el sagrado sacramento denominado matrimonio.
Suspiró y caminó por el prado bajo la luz de las estrellas, el cielo se encontraba despejado y los hermosos luceros brillaban con gran intensidad, el aire era puro y se sentía una gran calma en el lugar.
Pero como no, siempre hay algo que enturbia los momentos de paz y ese momento fue interrumpido por unos sonidos extraños. Sonidos que parecían ser golpes y gritos. ¡Dios mío! ¿Estarían dañando a alguien? Ella debía impedirlo, ¿pero cómo?
Joanne vio un enorme palo grueso y se acercó lentamente hacia el lugar lo más sigilosamente posible. Según atravesaba los campos, se iba tensando más, ¿y si había más de un asaltante? ¿Había hecho bien en arriesgarse?
Joanne se acercó aún más y observó una imagen que jamás esperó ver. ¿Thomas Norton y la señora Taylor? ¡Dios mío no, ella era casada!
Joanne se escandalizó y el palo se le cayó de las manos provocando un ruido sonoro. Menos mal que no se percataron de él, debido a los gemidos de la mujer infiel, ¡qué mujer más indecente, que desleal, era…!
La chica sintió dos profundos ojos negros mirarla fijamente ¡oh Dios, la habían descubierto! ¿Por qué no podía moverse? ¡Tenía que irse del lugar!
El chico siguió observándola fijamente, ardiente de deseo y embistió a la mujer de forma más rápida y brutal, era más apasionado, ¿acaso pensaba en ella? ¿Por qué se sentía desnuda y expuesta en esos instantes? Quería huir, escapar de esa ardiente mirada, pero ese chico estúpido no la dejaba.
Joanne cerró los ojos y escuchó finalmente un gran orgasmo por parte de la mujer infiel, para más tarde escuchar el del Norton, que se dejó caer sobre ésta sin dejar de mirarla. Joanne hiperventiló y dio un paso hacia atrás, para correr a través del campo a gran velocidad.
Nunca había corrido de este modo ¿sería Jacob también de ese modo con ella? Ella deseaba que fuera dulce, pero, ¿y si todos lo hacían de ese modo?
Ella negó con la cabeza. No. Jacob no era así, él sería bueno y tierno con ella, porque eso es lo que ella deseaba, que fueran así con ella.
Joanne entró en la ciudad y sin darse cuenta tropezó con una persona. Se alejó al instante para mantener distancia, ¿y si era alguien peligroso? Después de lo visto anteriormente…
—Joanne —murmuró Jacob, ella levantó la cabeza—. ¿Qué ocurre, por qué lloras?
— ¿Qué? —La chica se limpió las lágrimas, ni siquiera se percató de ellas—. Oh, eres tú —se tiró a sus brazos y le abrazó fuertemente—. No hagas eso nunca por favor.
—¿El qué? Mírame —ella permaneció del mismo modo—. ¿Qué te inquieta?
—La señora Taylor tiene una aventura —murmuró—. Los he visto.
—Oh —Jacob abrió los ojos incrédulo—. Vaya, ¿y qué has visto?
—Bueno, pues es que él era rudo con ella y le gustaba —contestó inocentemente.
— ¿Piensas que yo seré así contigo? —Ella no dijo nada—. No te tocaré si no estás completamente segura de querer hacerlo, amada mía —la chica alzó el rostro con una sonrisa.
—Gracias —acarició el rostro del señor Miller y besó sus labios—. Eres el mejor marido que una esposa puede desear —volvió a abrazarle—. Te amo.
—Yo también a ti, preciosa —el hombre besó la frente de su futura esposa y agarró su mano—. Vamos, te acompañaré a tu casa.
Jacob y Joanne caminaron a través de las calles de la ciudad agarrados de las manos.
En dos días se unirían en santo matrimonio, un día que cambiaría por completo el resto de sus vidas.