La casa de los Norton era realmente acogedora y sus jardines hermosos.
Joanne, Emily y Margaret salieron a ver cómo los niños corrían por los extensos jardines que había alrededor de la casa. Este era el lugar donde Kyle, Michael y la oveja descarriada, se habían criado.
Era realmente hermoso, podría observar la puesta de sol de éste lugar durante toda su vida.
—La propuesta de compra de la casa sigue en pie, Margaret —dijo Joanne seriamente—. Es muy hermosa.
—No vendería esta casa ni por todo el dinero del mundo —contestó la mujer—. Esta casa contiene todos mis recuerdos más hermosos. El crecimiento de mis hijos, ver como corrían por estos jardines —suspiró—. No hay nada más hermoso que ver jugar a tus niños.
—Ya veo —contestó Joanne sin más, eso ella nunca lo sabría.
—Pero hay gente que puede perfectamente vivir sin tener hijos —Emily sonrió—. La verdad, dan muchos quebraderos de cabe…
—No te compadezcas, Emily, eso es peor aún —soltó la pelirroja sin pensar.
—Perdona, Joanne, no pretendía compadecerme de ti —respondió.
—Solo olvídalo —ella sonrió—. Voy a caminar un poco, regreso en un rato.
La chica comenzó a caminar, mientras veía corretear a los pequeños niños Norton. Los hijos de su hermana eran muy hermosos, extravagantes, alegres y enérgicos.
Eran perfectos y en ese aspecto, la envidiaba.
Joanne sabía que su hermana había dicho eso para que no se preocupara, pero la verdad… ella hubiera sido más feliz si al menos tuviera una pequeña parte de su esposo.
Suspiró, pensaba en este tema constantemente, tanto, que la cabeza le daba vueltas.
La familia Norton tenía un pequeño laberinto de arbustos, ella jamás había entrado en uno de ellos, sería divertido adentrarse a la aventura y podría estar sola por unos instantes, si se perdía, ya la echarían de menos.
Sonrió.
La viuda de Miller caminaba a través de los pasillos del laberinto con una sonrisa.
"Jugar aquí de pequeño debía ser divertido".
Finalmente, llegó a lo que debía ser el centro del laberinto, en el lugar había una fuente con un ángel de mármol en el centro como decoración. Un banco de piedra se situaba al lado derecho de Joanne y unos rosales frente a éste.
La chica se acercó a uno de ellos y olió la fragancia de las rosas, siempre, le encantó ese aroma.
—Debería tener cuidado —Joanne se volteó y vio cómo Thomas entraba por uno de los pasillos del laberinto.
Llevaba desabrochada la camisa ¿otra vez estaba con alguna mujer? Y a plena luz del día, ¿qué pasaba con los niños?
—¿Por qué debo tener cuidado? ¿Me harás algo? —dijo burlonamente.
—Podría, pero ahora mismo estoy cansado —colocó una sonrisa picajosa y caminó hasta uno de los rosales para mirarlo de cerca—. ¿Le gustan las rosas, señora Miller?
—Es una flor hermosa —contestó con una sonrisa sincera, mirando hacia estas.
—¿Eso cree? —el chico sonrió de lado.
—¿A qué viene esa pregunta? —comentó extrañada la pelirroja.
—Comparo a las mujeres con las que me acuesto con rosas —ella frunció el ceño, ¿a qué se refería?—. Sé lo que piensa de mí, pero es que yo no soy el malo en mis aventuras.
—¿No es usted el malo? —rió cínicamente, enarcando una ceja.
—No lo soy —contestó—. Las mujeres con las que yo estoy de cara son fieles, buenas y mansas a los ojos de sus esposos —puso una pequeña sonrisa—. Pero toda rosa tiene sus espinas, ¿cierto? —El chico arrancó una flor del rosal y comenzó a quitarlas una por una—. Yo soy el amante soltero, ellas son las pecadoras. Nadie puede juzgarme por eso.
—Sí, pero su corazón no le pertenece —respondió Joanne.
—No quiero ninguno de sus corazones —el chico sonrió y rodeó el rosal, para colocarse frente a ella—. Para ser francos, detesto las rosas con espinas —Joanne sintió los ojos ónix de Norton mirarla fijamente, ¿qué pretendía contándole todo esto?—. Quedan pocas flores sin espinas, señora Miller, muy pocas —Thomas tomó la mano de Joanne y colocó la rosa que tenía de la mano en la de ella—. Me gustaría negociar con una de ellas.
— ¿Negociar? —preguntó ella, enarcando una ceja—. ¿Qué puede tener el hijo menor de una familia adinerada que a mí me interese?
—Me subestima, señora Miller —Joanne rodó los ojos. "Qué pesadito, ¿por qué se andaba por las ramas?"—. Hacer eso no es de damas, ¿lo sabía?
—No me importa —respondió casi sin pensar—. Conteste a mi pregunta.
—No sin cita previa —el chico se volteó y comenzó a caminar hacia la salida.
Era un completo maleducado, ¿cómo podía dejar a una señora con la palabra en la boca?
Joanne miró la rosa durante unos instantes y suspiró, ese tonto galán pensaba que podía ganarse la atención de cualquier persona con una sonrisita o regalando flores. Como si a ella le importara algo.
La chica caminó hasta el banco de piedra y dejó la flor sobre este, para caminar hacia el lugar por donde había llegado, pronto estaría la comida y detestaba llegar tarde a los lugares, tanto como que la hicieran esperar. Eso era una horrible falta de respeto.
Al salir del laberinto, se encontró al pequeño de los Norton, rodeado de sus sobrinos que intentaban tirarle al suelo sin conseguirlo. Margaret y Emily reían ante tal imagen, no era tan gracioso ver a un adulto comportarse como un niño de cinco años.
—Sin duda se divierten con él —escuchó decir a Emily.
—Es lógico, le ven pocas veces al año —Joanne miró a Margaret. ¿Thomas había vuelto a su hogar durante estos seis años? Eso sí que no lo sabía—. Mi hijo necesita una esposa, es lo único que le falta.
—Eso y disciplina —dijo Joanne, Margaret y Emily la miraron con el ceño fruncido—. ¿No tiene un poco consentido a su hijo menor? Siempre viajando sin preocupación alguna.
—Joanne eso no es así —riñó Emily a la chica—. Simplemente no estás enterada.
—¿Enterada de qué? —preguntó Joanne.
—Mi hijo es un hombre hecho y derecho que con un poco de dinero consiguió sacar adelante su propio negocio textil —Joanne le miró. ¿Negocios? Ahora entendía—. Tiene varias plantaciones de algodón, muchos trabajadores bajo sus órdenes y tiene una gran fortuna. El decidió que no quería trabajar para su hermano mayor, de modo que le pidió a su padre una pequeña cantidad de dinero y quién sabe cómo consiguió todo eso. —Joanne le miró, ¿en serio ese chico despreocupado había conseguido formar su propio imperio?—. Thomas es muy inteligente, simplemente tuvo la mala suerte de nacer el último.
—Aun así, pediros a vosotros el dinero en vez de ganarlo por sí mismo… —Margaret se levantó de la silla con enfado y la miró con un rostro serio.
—No voy a permitirte que sigas por ahí y mucho menos en mi casa —Joanne miró sorprendida a la señora Norton—. Puede que yo haya prestado el dinero a mi hijo, pero él solo lleva su propio negocio desde los dieciocho años. Estoy muy orgullosa de él y si tienes algún problema con ello, ahora mismo puedes irte por dónde has venido.
Joanne se levantó de la silla y miró a su hermana, que negaba con la cabeza. ¿En verdad iba a hacerle eso? Era el cumpleaños de su sobrino, no podía irse así sin más.
—Lamento haberla ofendido, pero es lo que pienso —la chica tomó el bolso y besó a su hermana—. La verdad, ni siquiera quería venir a este lugar desde un principio.
La pelirroja caminó con rapidez hacia la puerta de entrada a la casa dispuesta a irse de esta. Al llegar a la puerta de la calle, pidió el chal al mayordomo y este desapareció del lugar raudamente, al ver la cara de enfado de la joven.
—Joanne —Emily se colocó frente a ella molesta—. ¿No crees que has sido muy dura? Thomas se esforzó muchísimo por conseguir lo que tiene, ¿por qué siempre tienes que comparar a la gente con él?
—No te importa —contestó ella molesta, ¿por qué tenía que soportar la regañina de su hermana?
—Es mi familia, Joanne —dijo ella—. Mis cuñados, mi marido, mis suegros, mis hijos, mi sobrino —Joanne miró hacia el suelo—. No puedes portarte con ellos de ese modo, por favor.
—Lamento mi comportamiento —respondió ella—, pero por favor, deja que me vaya hoy, no estoy de humor.
—Ni hoy, ni nunca —la hermana suspiró y se volteó—. No voy a obligarte a que te lleves bien con nadie, Joanne. Tan solo respétalos. Sé que Thomas jamás te agradó.
El mayordomo apareció con el chal de Joanne y ella miró tras su hermana. El menos de los Norton estaba allí, con su mirada fija en ella.
Frunció el ceño e hizo una pequeña reverencia con su cabeza.
—Que tenga un buen viaje, señora Miller —Joanne le miró boquiabierta—. Emily, la comida está servida.
—Gracias —su cuñada agachó la cabeza, Thomas lo había escuchado y eso le avergonzaba—. Vamos a almorzar —Emily se volteó de nuevo hacia Joanne y suspiró—. Adiós, hermana.
— ¿Desea que alguna sirvienta la acompañe hasta su casa? —preguntó Thomas.
—No, el cochero y yo iremos bien solos —murmuró la pelirroja.
Thomas asintió y se marchó sin tan siquiera decir adiós.