La clase de gimnasia rítmica del sábado a la mañana estaba desarrollándose de forma intensa pero divertida. Giselle era una excelente entrenadora, no sólo por sus conocimientos y experiencia. También porque sabía conectar con sus alumnos y hacerlos sentir mejor.
Frente a un grupo de unas quince mujeres, indicaba los ejercicios que debían hacer y después les marcaba el ritmo. Ya habían hecho flexiones de brazos y piernas, movimientos laterales con pesas rusas y varias clases de abdominales.
Ahora que se encontraban en la fase final todas habían adquirido la postura de la cobra, apoyadas sobre sus brazos completamente estirados, con la cabeza orientada hacia atrás y con el resto del cuerpo relajado. A continuación les indicó que adquirieran la posición de loto sobre sus colchonetas.
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