La habitación se llena de silencio, la señora Sigfred se frota las manos con nerviosismo y se humedece los labios – es un milagro, después de llamar a todos esos doctores finalmente se ha curado – mira mis manos sin poder creerlo y les da la vuelta como si quisiera encontrar heridas, aunque tuviera que fabricarlas con un cuchillo – es verdaderamente... Sin palabras. – ¡Oh!, es una gran noticia, niña, siéntate. La obedezco de inmediato, no porque deba hacerlo o porque me asuste que esa mujer sea una Marquesa, sino por el aura que emite, solo con verla, siento la necesidad de ponerme de rodillas y agachar la cabeza con la esperanza de que ella no la corte. – Mujer. – Diga, Marquesa. – Dije que quería hablar con la señora Sheridan, ¿por qué sigue usted aquí? La señora Sigfred asiente y