Capítulo veintiuno: El brazalete

1534 Words
— No puedo creerlo, ese hombre parecía dispuesto a empotrarte contra ese muro. Ya me hubiese encantado a mí estar en tu lugar — Nos dirigimos a mi casa a pesar de que no estoy segura de que esté tomando la decisión adecuada. Rommel no ha dejado de hablar sobre Ónix, quien se alejó del lugar en el momento en el que Loretta y Rommel empezaron a gritar mi nombre desde la avenida, advirtiéndome antes de partir, que debíamos vernos en la casa de Lorenzo en dos horas. Estoy cansada de las estupideces de Ónix y de sus mentiras. Todavía no sé como sentirme con respecto a lo que he descubierto sobre él y su pueblo, aunque sé que muy pronto tendré que hablar con él y tomar una posición con respecto a todo lo que está pasando y pasándome. — Rommel, cariño. Deja a Nala tranquila, ya has visto todo lo que le ha pasado a la pobre — Llegamos a casa y desciendo del auto y me detengo en el momento en el que traspaso el portón. El dolor se vuelve presa de mí y observo la cara pálida y los ojos vacíos y sin vida de Draco, y una cálida lágrima desciende por mi mejilla. Estaba tan joven y tan lleno de vida, que la culpa vuelve a apoderarse de mi ser. “No es tu culpa, tienes que seguir adelante” Levanto la mirada y a lo lejos escucho la voz de Loretta, me vuelvo hacia los mejores amigos de mi fallecida hermana y con mucha calma abro la puerta de entrada. Todo sigue igual; como si me hermana todavía estuviese viva y Draco no hubiese sido asesinado en el jardín mientras la bestia del bosque quería acabar conmigo; Rommel me abraza y le sonrío, me concentro en ellos y preparo las dos habitaciones libres que tengo en casa. — Querida, no tienes nada en esta nevera ¿Acaso vives del aire? — Me disculpo por no haber pensado en comprar algo y subo a mi habitación. Necesito descansar, sentir una voz en mi mente diciéndome lo que puedo o no puedo hacer o decir al final resulta muy agotador. Me detengo un instante frente a la puerta de la habitación de mi hermana, levanto mi mano y me alejo antes de abrir su puerta y dejarme invadir por los recuerdos. — No puedo creer que te hayas ido y me hayas dejado tan sola y luchando contra lo irreal y desconocido, Belatrix. Tu deberías estar aquí y no yo — Me quito una lagrima con furia y me vuelvo hacia mi habitación. Me deshago de mi ropa húmeda, mientras la sensación del toque de Ónix en mi cuerpo no desaparece: todavía puedo sentir su olor, su sabor y la dureza y el calor de su cuerpo. Me detengo frente al espejo y observo mi cuerpo sensible y desnudo ¿Cómo puedo sentirme de esta manera por una persona como Ónix? Lo peor, es que ni siquiera estoy segura de que sea una persona ¿serán monstruos? Pero Alondra ha perdido a su bebé como le pasa a las humanas. ¡Y a los animales! Mi respiración se acelera e intento volver a recordar todo lo que ha pasado en los últimos días, desde que me encontré por primera vez a Ónix, el día que asesinaron a mi hermana. Pienso en lo que ha estado sucediendo conmigo, en lo que le he dicho a Ónix y en lo que le he ocultado: No entiendo porque puedo sentir las emociones de las demás personas si las miro a los ojos. Estoy agotada de sufrir, en tan solo unos días mi vida se ha convertido en una encrucijada y nadie a mi alrededor puede ayudarme o es quien dice ser. Tomo del armario la vieja camisa de mi padre y la deslizo por mi cuerpo; necesito sentir que me reconforta, de la misma manera que lo ha hecho durante el último año después de su muerte. — ¡Belatrix! — Suspiro recordando el nombre de mi hermana y me giro en el momento en el que algo pesado y nauseabundo cae con fuerza contra espalda y luego se detiene en el suelo. Me arrodillo y desesperada tomo el objeto entre mis manos, pero por alguna extraña razón, no logro identificarlo bien. No estoy sola, a pesar de que en la habitación todo sigue igual, estoy segura de que él, la bestia del bosque se encuentra aquí, en este momento, acechándome. Mi corazón se acelera y mi garganta se seca mientras empiezo a ser invadida por el miedo. Levanto la vista y puedo verlo frente a mí, tan delgado, siniestro y alto. Lo reconozco, a pesar de que nunca en mi corta vida lo había visto y de que no puedo sentir su aura, puedo afirmar que es el mismo hombre que quemó vivos al alfa Ónix y a Amara hace más de trescientos años. — Sabía que eras tú, siempre lo has tenido tú — Su voz suena increíblemente fantasmal, tanto que mi cuerpo se estremece de miedo ante su voz. — ¿De qué estás hablando? ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres de mí? — observo llena de pánico, mientras se acerca a mí y dirige el fuego hacia una gran cortina. — No lo hagas por favor — Le suplico y siento como si mi corazón se cerrara por completo. ¿Voy a morir como lo hicieron Amara y el alfa Ónix hace tantos años? Parpadeo asustada cuando lo observo encender otra cerilla y su delgada y asquerosa silueta se acercan y cierran la puerta de mi habitación. Lo miro a los ojos y sin embargo, no siento nada diferente al pánico que me está causando. No logro sentirlo y pensé que podría percibir sus emociones pero con él ha sido imposible, como me sucede con Ónix. Parpadeo e intento evitar las lágrimas cuando el calor se intensifica en la habitación, está empieza a arder y el humo y la fuerza de las llamas empiezan a afectar mis sentidos. Intento gritar y sin embargo, no logro emitir ningún sonido, mientras siento el peso del objeto nauseabundo en mis manos. — ¡Auxilio! Apágalo por favor, no quiero morir ¡Ayuda! — Grito desesperada, pero las llamas se intensifican y el humo no me permite respirar. Empiezo a toser y no puedo parar de hacerlo, el pecho me duele y calidas lagrimas se deslizan por mis mejillas. Tengo que salir de este lugar. — ¡Sáquenme de aquí! — El hombre se acerca y me levanta del suelo donde me encuentro en medio de un ataque de tos. Me toma del mentón y levanta mi cuerpo hasta que mis pies se despegan del suelo y mi mirada se encuentra frente a la suya. — No puedes quererlo, no puedes tenerlo o todos serán destruidos por la furia de mis llamas y empezaré por los descendientes de Amara y Ónix, cada uno de ellos arderá hasta perder el último aliento — El dolor en la mandíbula se vuelve punzante y la sensación de estarme asfixiando es incontrolable. — ¿Qué quiere? ¿De qué diablos está hablando? — grito desesperada por la impotencia, porque no tengo la menor idea de lo que habla y por el dolor de las llamas que empiezan a abrazar mi piel. — Él es mío, debe volver a donde pertenece ¡Vas a devolvérmelo! — Las llamas crecen y siento como abrazan mi piel. A pesar de que lo intento, no logro soportarlo y grito desesperada. El hombre se ha ido, estoy segura de eso y me ha dejado sola, en medio del dolor y la desesperación. Cierro los ojos que me arden por el humo e intento soportar el dolor y pienso en Ónix: En lo que he descubierto sobre su pueblo y sobre él, vuelvo a sentir sus labios apoderándose de los míos bajo la lluvia y me centro en esa imagen mientras el dolor continua aumentando. No entiendo lo que sucede ¿Quién es ese hombre y que quiere de mí? No tengo nada importante, no soy alguien importante y sin embargo, la bestia del bosque está convencida de que yo debo entregarle algo. Si salgo viva de esto, va a matarme. No hay otra alternativa, si no logro encontrar lo que desea y entregárselo, va a acabar conmigo y lo hará muy pronto, porque ni siquiera tengo una idea de lo que está buscando. Tengo la sensación de que el poco oxigeno que me queda se terminará en unos segundos y mis pulmones no van a resistirlo. Voy a morir, pero lo haré pensando en el hombre que activa cada una de mis centrales nerviosa y hace desbocar a mi corazón. — ¡Ónix! — Grito desesperada. — ¡Nala! ¿Nala? ¿Qué tienes querida? ¿Qué le sucede, Loretta? ¡Oh por Dios! ¿Ese es el brazo de Belatrix? Abro los ojos y me fijo en la parte de un brazo en descomposición en el que se pueden observar unas uñas pintadas de rosa y el brazalete de amatista que Belatrix llevaba el día que fue asesinada.
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