— Vamos, Luciano, te espera — Su ronca voz me saca de mi letargo de sensualidad.
El hombre detiene el movimiento de su mano cuando está a punto de cerrar entre esta uno de mis senos, y yo respiro profundo, esperando que continúe, pero él toma mi mano, entrelaza nuestros dedos y se dirige hacia su cabaña.
La frustración es intensa, no me ha besado, no ha continuado tocándome y, sin embargo, me arrastra detrás de él como si fuese su amante sumisa.
Y me dejo llevar sin oponer resistencia porque me ha dejado sin palabras; estaba a punto de besarme y como si estuviese loca, sentí que había encontrado al amor de mi vida para un segundo después estar siendo casi arrastrada hacia su chalet como si fuese un hombre de las cavernas.
— Ella está lista — Escucho que le dice a las dos personas que lo acompañaban cuando lo interrumpí y que ahora se encuentran en el salón, sentadas en lo que parecen unos confortables sillones.
El hombre me suelta en el momento en el que atravesamos la puerta.
— Me llamo Nala, no soy ella — Replico desafiante, mirándolo a los ojos y de inmediato y por mi bien, debo contener la respiración.
— Voy a acompañarlos — Dice el adolescente levantándose del lugar en el que se encuentra.
— Hemos hablado de esto, Drago — Responde el hombre que debe ser Luciano y yo solo sigo la conversación intentando descubrir quién es quién en este lugar.
— ¿Dónde vives? — Me pregunta Drago.
— Cerca del sur la ciudad — Respondo sin querer darle ningún detalle.
Mi padre nos heredó a mi hermana y a mí una casa de descanso, alejada del bullicio en una zona un poco solitaria a las afueras de la ciudad.
Cuando era pequeña, veníamos con él y pasamos parte del verano en ella; pero no habíamos vuelto desde hacía dos años, cuando mi padre falleció y un día, sin brindarme muchas explicaciones, mi hermana decidió que quería volver y radicarse en este lugar.
— Perfecto, nosotros nos vamos — Los dos hombres se dirigen hacia la puerta.
— Drago, tú vas a volver a casa con nuestros padres — Ellos se detienen al escuchar el rugido del hombre que tengo a mi lado.
— Ónix, ya no tienes derecho a decirme lo que debo o no debo hacer. Luciano, nos vamos — El chico se dirige a ellos de una manera autoritaria y yo levanto una ceja al observar cómo el hombre que ha invadido mi mente y mi ser, cierra los puños y continua de pie, sin moverse del lugar.
Luciano hace un movimiento negativo con la cabeza y luego me mira y me indica que los siga.
No comprendo nada ¿Cuánto poder puede tener un adolescente?
Me vuelvo hacia Ónix, y descubrir su nombre por alguna razón, me hace sentir más cercana a él, como si le perteneciera y no quisiera irme de este lugar.
¡Dios! Tendré que dejar de leer tantas historias de criaturas exóticas y sobrenaturales y sus poderes de seducción.
— Ónix, gracias por salvarme anoche — Mi voz suena débil y me odio por la imagen de mujer desprotegida que acabo de brindarle.
Decir su nombre se sintió como si estuviese entregándole mi alma, prometiéndome a él para siempre.
¡Definitivamente, no volveré a leer esas historias!
— Luciano va a encargarse de tu seguridad, no te preocupes, puedes pedirle ayuda a él o a sus hombres cuando lo necesites — Me dice y enseguida hace un gesto con la cabeza y se retira hacia el interior de su chalet.
Luciano y Drago ya han salido y me apresuro a seguirlos ¿Ha dicho él y sus hombres? ¿Acaso son militares o un grupo de vigilancia civil?
Todo esto ha sido muy extraño ¿Quiénes son estás personas? ¿Forman parte de un grupo organizado y el adolescente es el jefe? Si no recuerdo mal, le dijo a Ónix que ya no tenía derecho a ordenarle nada.
Empiezo a arrepentirme al dejar que dos hombres me acompañen a atravesar el solitario bosque en una camioneta cuatro por cuatro.
Drago y Luciano empiezan a hablar en un idioma que no conozco.
Mi padre me había contado que algunas personas de este lugar hablan en occitano, un lenguaje neolatino del suroeste de Europa, que se habla todavía en una parte del sur de Francia.
El no poder comprenderlos me hace sentir insegura, además porque siento el enojo en las respuestas del adolescente y la perdida de la paciencia del joven hombre que conduce.
Cuando nos acercamos a mi casa, el portón que conduce al jardín llama mi atención, se encuentra abierto y estoy segura de que anoche, lo dejamos cerrado.
— Algo no está bien — Susurro llevándome la mano al cuello y Drago y Luciano se vuelven a mirarme.
— ¿Qué has dicho? — Pregunta Luciano de inmediato.
— El portón, lo hemos dejado cerrado y las llaves las tenía… — Dejo de hablar al recordar que mi hermana guardó las llaves del auto cuando lo estacionamos a un lado de la carretera, no muy lejos del lugar donde fuimos atacadas.
— Las tenía tu hermana — Concluye Luciano y de inmediato toma su teléfono y empieza a hablar en la lengua que no comprendo.
— Drago, quédate con Nala, voy a revisar el interior de la casa.
Pareciera que el chico quisiera protestar, pero Luciano ha bajado del auto y ha empezado a bordear la casa.
El miedo me invade y observo todo a mi alrededor sin dejar de masajear mi cuello.
— No vayas a salir del auto — Me dice Drago.
— Espera, no te vayas. Luciano dijo que…
— No tengo por qué obedecer sus órdenes — Antes de que pueda decir otra palabra, el chico baja del auto y un frío indescriptible me recorre de pies a cabeza.
“Ayúdalo”
Me vuelvo a mirar hacia un lado, de donde estoy segura de que provino la voz de la mujer que acabo de escuchar.
“Ayúdalo, ahora”
Nerviosa, me bajo del auto de inmediato y siento como los latidos de mi corazón se aceleran, porque en realidad, es mi voz, solo que no pude identificarla al principio y de nuevo siento un frío intenso, como si estuviese adherido a mis huesos y corro hacia el lugar por donde se fue Drago.
— ¡Drago! — Grito al ver una sombra que corre y salta de una forma increíble el muro que separa mi casa del bosque — ¡Drago! —
Vuelvo a gritar y las lágrimas se deslizan sin control de mis ojos.
El chico se encuentra extendido en el suelo del jardín trasero de mi casa y la sangre empieza a cubrirlo mientras su cuerpo se contorsiona de forma extraña.
Llego a su lado y llevo mi mano a la herida que tiene en el lado derecho del vientre, intento detener la sangre y sin pensarlo me quito la camiseta y presiono con ella contra una de sus heridas.
— ¡Drago! ¿Qué ha pasado? — Luciano llega hasta donde me encuentro y en segundos soy separada del cuerpo de Drago.
— ¡Drago! — Escucho la potente voz de Ónix y no logro entender como ha podido llegar tan rápido — ¡Llévatela! — Gruñe y
Luciano se levanta y toma mi mano con tanta fuerza que a pesar de que intento detenerlo, no logro impedir que me arrastre hasta el auto y me suba a este.
— No, espera. Tenemos que llamar a una ambulancia, no podemos dejarlos así — El auto arranca a toda marcha y debo sostenerme de la puerta para no ser expulsada de él — Luciano, detente — En segundos nos alejamos de la casa y a pesar de que observo hasta que la perdemos de vista, en ningún momento veo a Ónix salir de esta.
Y de repente, una extraña sensación me embarga, al darme cuenta de que tampoco vi otro auto ¿Cómo llegó Ónix hasta aquí?