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-Minerva!!!!
El comandante Tiberio. Un asqueroso tipejo de unos 56 años, con una barba espantosamente larga y sucia, una barriga que le sobraba por encima de sus pantalones y un apestoso olor a tabaco y cerveza, me miraba con la típica lujuria de siempre.
-¿Si, mi comandante?
-La espero en mi campaña.
Sentí las típicas ganas de llorar, aun no entendía la fascinación de ese viejo por mi. Cuando me rapto tenía apenas cumplidos los 16, era una nena. Pero supongo que para la guerrilla ya yo debía de ser toda una adulta, he visto chicos desde los 8 o 9 años, cargando fusiles y con los sombreros tapándoles por completo el rostro de lo grande que les quedan. Los he visto asesinar y luego celebrar como si fuese la cosa más normal del mundo. Así de cochino es este mundo.
Estaba harta. Llevo siete años rodeada de esta mierda, he visto cómo ha muerto mucha gente inocente, me ha tocado matar mujeres y hombres y creo que mi conciencia nunca más volverá a estar limpia, me siento sucia, podrida, por tantas veces que ese maldito hombre ha utilizado mi cuerpo para satisfacer sus necesidades. Me han golpeado, baleado, enterrado en la fría tierra con apenas espacio para que el aire pasara por mi nariz con la simple excusa de que eso me hacia fuerte. Fuerte y una mierda, yo lo que necesito es irme de aquí. Mi libertad y la de todas las personas que conviven conmigo a diario aquí, no todos son malos, algunos fueron atrapados al igual que yo, saliendo de clases, en centros comerciales, otros fueron secuestrados de niños e incluso conocí a un par que fueron entregados por sus padres con la excusa de “hacerse hombres” y hasta chicas que fueron vendidas por unos cuantos pesos. De verdad, odiaba esta mierda.
-¡Minerva!
Voltee a ver, era alias Rubi, una chica de unos 17 con un hermoso cabello rojo, las demás se lo querían cortar el dia que la secuestraron pero monté mi arma y les dije a todos que el que se atreviera a tocarle un solo mechón de cabello, lo mataba. Ninguno se le acercó.
-¿Qué pasa, Rubi?
Aceleró el paso y llego hasta donde estaba yo, era alta como una modelo y tenía un muy buen cuerpo oculto debajo de ese horrible uniforme verde que usábamos, le he asegurado desde que llegó, hace un año que cuando saliera de aquí la ayudaría a hacerse de un Book de fotos para presentar en varios sitios, ella siempre se reía de aquello pero decía que su hermana mayor siempre comentaba lo mismo, que sería una gran modelo.
-¿Lo harás hoy?- habló muy bajo pero lo entendí. Asentí mirando a todos lados, no quería que nadie escuchara aquello.
-Quiero que te ocultes bajo el viejo auto quemado. Cuando todo pase yo te buscare y nos iremos de esta mierda. Ve por Martin y el n***o. Tienes 15 minutos para hacerlo y me darás 10 más para asegurar el perímetro, si no he llegado en esos 10 minutos, aprovecha el descontrol de todo y huye, te llevas a los gemelos.
Ella asintió y obedientemente se fue a buscar a los gemelitos que teníamos hospedados desde hacía una semana y los cuales fueron mi principal motivo para realizar la revuelta, tenían seis años y lloraban mucho porque los habían raptado de un parque cuando estaban al cuidado de su abuela. Cada vez que peinaba sus cabellos azabache me preguntaban por su mami y a mi se me partía un poquito más el corazón. En la guerrilla te entrenan y preparan para no tener sentimientos, por eso se que no pertenezco a este lugar: aunque no he sido una persona completamente buena, se que no soy tan maldita como para tener el corazón vuelto piedra.
Suspire y sostuve entre mis manos el rifle, dije una plegaria mentalmente e hice la cruz en mi pecho antes de cruzar la puerta que daba a la pieza del comandante.
Ser su juguete s****l no era algo que me apeteciera, pero si era algo que causaba envidia entre las demás camaradas. Por eso, antes de los seis meses en el campamento, pedí un arma y entrenamiento para usarla. Luego de doce meses, tenía ya muchos enfrentamientos con el Ejército en mi curriculum. Y hoy, siete años después, puedo decir con firmeza que soy la mejor de todo el lugar, tengo la puntería perfecta y mis puñaladas son exactas. Soy toda una asesina y, esta tarde, asesinaría al maldito comandante.
Recordaba cuando era mas chica justo al dar tres toques en la puerta. Me encantaba meterme en las cuentas bancarias de los demás y robar sólo algunos cuando billetes, nada muy grande para no alarmar, podía cumplir mis caprichos de compras sin quitarle nada a mi padre y hacia lo que me gustaba: Hackear. Recuerdo cuando una vez me metí en la cuenta de r************* de una amiga y encontré las fotos sexuales que se había tomado con un chico que no era su novio. La verdad, no éramos muy amigas, así que la extorsione con las fotos. Se que no he sido muy buena persona pero se que hay otros peores que yo, y uno de esos seres era Tiberio.
-¿Comandante?
-Pasa y quítate la ropa.
Estaba sentado en la misma silla de siempre junto a la mesa sucia llena de cocaína la cual él aspiraba con un sorbete. Sentí asco de mi misma pero procedí a quitarme el rifle del pecho. Aun no se como es que no se ha aburrido de mi, siete años era tiempo suficiente para que lo cansara y decidiera buscar a otra chica a la que acosar, pero el pensar que le hiciese lo mismo a otra inocente, me repugnaba mas que el hecho de que me lo hiciera a mi, abri mi uniforme y quede con la franelilla blanca que cubria mi brasier y mis cacheteros color n***o.
Levantó la vista de la coca y me comió con los ojos, debo decir que esa barba se ve más sucia que hace unos días, y él también estaba más ojeroso. Tal vez, si yo fallaba en mi tarea, la cocaína terminara por matarlo.
-Ven aquí.
Caminé los cinco pasos que nos separaban y me coloque frente a él. Busco besarme pero me quite sin temor, estaba acostumbrado a eso así que solo río.
-Abre el cofre y coloca la clave.
Lo que más me gustaba de su obsesión conmigo era que sabía cada una de sus cajas fuertes, lo sabía todo. Donde estaban, las claves y lo que había dentro.
256900. Clic. Listo, la caja fuerte detrás del cuadro del Che abrió y adentro pude ver muchos dólares. El corazón se me paraliza cada vez que las abría. Siempre encontraba oro, dólares, diamantes, drogas, lo que fuese, pero en exceso.
Me paso un maletín que tenía a su lado y que no vi hasta el momento y al abrirlo, supe que era mas dinero aun. Metí cada paca dentro de la caja, conte unas 130 antes de perder la cuenta, tal vez fueron unas 200 en total pero no estoy segura. Cerré igual que al abrir y baje el cuadro, me voltee a mirarlo esperando mi próxima orden y el momento de atacar.
-Aquí.
Sabía que le gustaban tanto los orales porque comprendí el asco que eso producía en mí y lo mucho que me desagradaba hacerlo, eso al parecer le excitaba, mi rechazo. Lo conocía tan bien que sabía que sería justo en la silla que lo quería y esa era la señal que necesitaba para empezar con mi plan.
Debajo de la silla, sin que él lo sospechase, escondí un cuchillo de cazador hace un par de días, lo pegue con cinta a la base de la silla y solo rogué a dios porque no se cayera hasta el momento en el que me hiciera falta. Cuando meti mi mano mientras el me ignoraba para meterse otro pase, supe que mi oración había sido escuchada. Ahí estaba.
-Bien, Minerva, que diablos esperas?
Abri su cinturón y baje el cierre del pantalón, le baje los pantalones hasta los tobillos y, justo cuando me tenia que llevar el pedazo de carne vieja y arrugada a los labios, me levanté para quedar de pie, sin darle tiempo a decir algo, lleve el cuchillo hasta su garganta
-¿Qué haces?- Me miró sorprendido- Te he dado todo, eres mi nenita, ¿por qué haces esto?
-¿Por qué haces esto, maldito?- Pregunté en un susurro de ira- ¿Por qué te aprovechaste de mi cuando era tan pequeña? ¿Por qué lo sigues haciendo? ¿Por qué secuestraste a los gemelos? –Silencio fue la respuesta- ¿Nada? Bien. Que te pudras en el infierno, bastardo.
De un solo corte, le abrí el cuello. La sangre brotó y manchó mi camiseta blanca pero me sentía victoriosa. Por fin me había librado de esa escoria, tenía mucho tiempo pensando en hacerlo pero cuando vi llegar a esos chiquitines, supe que era el momento. Sabía que Toribio no era muy querido y que, la gran mayoría de los “camaradas” estaban ahí bajo amenaza o por secuestro.
Me puse el pantalón, las botas, el rifle en el pecho y abrí la caleta justo detrás del cuadro del Che. Agarré el mismo bolso que acababa de vaciar y busqué 3 bolsos más. Ocupé dos de los 4 bolsos con dólares y fui por el otro escondite que estaba en el piso bajo la cama. Llené un bolso de monedas y unos 5 lingotes de oro, además de dos fundas de almohadas. El último bolso lo llené con los diamantes que estaban escondidos dentro de un jarrón de barro que había junto a la tina.
Abrí la puerta de la pieza con una de las fundas de almohada con oro en mano, los demás me miraron sorprendidos y alertas cuando empecé a gritar
-¡¡¡Muchachos!!! ¡¡¡Atención a todos!!!
Se alinearon enfrente de mí uno por uno, miré bien pero no estaban ni los gemelos, ni Rubi, así que me tranquilice.
-Bueno muchachos- solté la funda y tome mi arma corta de la cintura, algunos se alarmaron con mi acción pero sabía que muchos de ellos confiaban en mí, así que ninguno se movió- Les tengo una noticia que les cambiará la vida a todos. Una nueva misión.
-El comandante es el que debe dar esas instrucciones, Minerva, ¿no lo cree?- alias Flaca era la envidiosa mayor, sabía que quería ser la querida del comandante y, si por mi fuera, se le hubiese regalado con lazo y escarchas.
-Como les decía- dije ignorandola- Esta nueva misión los cambiará para siempre, es algo que ninguno de ustedes espera, pero antes, quiero preguntar. ¿Confían en mí?
-¡Si, mi señora!- Gritaron a coro todos, con excepción de alias Flaca, alias Marin y alias Diablo.
-¿Ustedes?- Los miré de frente, ubicandome donde sus ojos no miraran otra cosa que no fuera mi cara
-Mi apoyo está con mi comandante. ¿Dónde está él?- Marin fue el que habló con altanería, como siempre. Sabia que era homosexual y que odiaba mi posicion en el lugar, seguramente no la odiaba más que yo.
-Hice una pregunta- Volví a hablar, esta vez más intimidante.
-Yo también.- Contestó sin temor. No me lo pensé dos veces e hice lo que tantas veces vi hacer al comandante con los que lo retaban: le di un tiro en la frente.
Al desplomarse el cuerpo miré a la cara de Diablo y de Flaca. Estaban con los ojos muy abiertos y supe que estaban nerviosos porque pensaban que les sucedería lo mismo y, realmente si tenía la mínima sospecha de que eso ocurriera, no dudaría en darles un balazo a cada uno.
-Bien, ¿ustedes opinan lo mismo que su amigo?- pregunté con dulzura forzada. Ellos negaron la cabeza repetidamente- No escucho.
-No- dijeron a coro.
-Bien. Les creeré, espero que no hayan sorpresas de su parte- dije por último. Caminé hasta donde estaba antes, donde los podía ver a todos por completo y supe que estaban expectantes por lo que les diría- El comandante ha muerto, ya somos libres. Todos. Asi que aqui tienen, para que se repartan entre todos- Acerque la funda de almohada con aquel tesoro amarillo y ellos abrieron los ojos mas aun- En el cuarto hay otra funda igual, en un segundo se las entrego. No quiero trampas, todos por igual obtendrán lo suyo para que consigan una casa bonita, comida para sus familias y hasta inicien un negocio o lo que quieran hacer con eso, es completamente suyo.
Una exclamación de sorpresa en coro fue el único sonido, eso y murmullos por lo bajo
-¿Cómo podemos estar seguros de eso?
-¿Fue una sobredosis?
-¿Se suicidó?
-De dónde salió ese dinero?
Muchas preguntas que acallé levantando la mano y cerrando el puño en el aire como hace el director de una orquesta y dije la única frase sencilla que debían y querían oír.
-Está muerto porque yo lo mate. Somos libres, no más "camaradas" ni "comandantes". No más guerra. No más guerrilla para nosotros. Somos libres.