Jacqueline sale a recibir a su hermana y se sorprende de que llegue con otro hombre y no con Arturo.
―Buenas tardes, señorita, mi nombre es Roger, aquí le traigo a su hermana por encargo del patrón.
El joven baja de la carreta y ayuda a Jessie a bajar, luego se dirige a la parte de atrás de la carreta y saca unas canastas que toma sin esfuerzo.
―También les envía esto, ¿dónde lo dejo?
―No es necesario ―protesta Jacqueline.
―Si es necesario o no, yo no sé ―replica el enviado―, pero si el señor Morgan lo ordena, yo obedezco, señorita, no creo que quiera que pierda mi empleo.
―El señor Morgan se portó muy bien conmigo, no le hagas un desaire, por favor ―ruega la menor.
Jacqueline traga saliva, sabe que aquello se lo vendrá a cobrar tarde o temprano.
―Está bien ―acepta―. Deme acá.
―No, no, está muy pesado ―niega el joven―, yo se lo llevo adentro.
―Gracias ―dice no de muy buen modo y deja entrar a Roger.
El chico deja las cosas en la cocina y luego le dedica una gran sonrisa a Jessie.
―Buenas tardes, Jessie, espero que vuelva pronto por el río.
―Eso espero ―responde la joven con una cuota de coquetería.
―Buenas tardes, señorita Smith ―se despide de Jacqueline.
―Buenas tardes, Roger, muchas gracias.
―De nada. El jefe le manda a decir que cualquier cosa que necesite, solo le avise.
―Envíele mi agradecimiento, por favor.
―Claro.
El joven, ajeno a la tensa situación entre su patrón y la recién llegada, se va feliz y así es como llega al rancho.
―¿Qué dijo? ―interroga Arturo en cuanto ve a su empleado.
―Le envía su agradecimiento ―responde el otro.
―¿No dijo nada más? ¿No discutió?
―No. Bueno, al principio no quería recibir la mercadería, aunque yo creo que fue más por educación que por otra cosa, su hermana le dijo que no le podía hacer ese desaire y ella aceptó gustosa.
―Gustosa...
―Sí. Es simpática.
―Si tú lo dices ―se mofa el terrateniente.
―Conmigo fue simpática.
―Qué bueno, me alegro por ti.
―Y la hermana... ―El joven dejó la oración hasta allí.
―¿La hermana qué?
―Nada.
―¿Te gusta Jessie?
Roger baja la cabeza.
―Tommy Hiddle también está interesado en ella, así es que, si quieres conquistarla para ti, debes hacer muchos méritos.
―Yo haría lo que fuera por ella.
―¿Cualquier cosa?
―Lo que sea.
―¿Tanto así?
―Sí, señor, esa chica me conquistó apenas la vi.
―Ten cuidado, no me gustaría que terminaras con el corazón roto por una Smith.
―No lo creo, ellas se ven buena gente.
―Claro, si dices que Jacqueline es simpática, no debes tener muy buen ojo con las personas.
―Permiso, voy a seguir trabajando.
―Adelante.
Arturo ve marchar a su peón y sonríe. Enamorado de Jessie. Sí, esa niña tenía el don de atraer a quien ella quisiera.
Jacqueline mira los canastos que Arturo envió y se da cuenta de que tienen mercadería para al menos dos semanas. Por una parte, se siente aliviada, por la otra, sabe que aquello le puede costar caro. Él se lo va a cobrar, de eso está segura. Lo peor es que ya le demostró de qué manera quiere que se lo pague.
Una solitaria lágrima, casi imperceptible, cae por su mejilla. Morgan es un hombre atractivo, si él quisiera, ella podría aceptarlo como hombre; sin embargo, no de ese modo, no como si ella fuera un objeto, o peor, como una prostituta.
Jessie aparece en la cocina y observa emocionada las cosas que había mandado Arturo.
―Es tan bueno, Jackie, no sabes lo bien que me trató. Me llevó a dar una vuelta a sus terrenos. ¡Es gigante!
La hermana no contesta, no es eso lo que quiere escuchar en ese momento.
―Y su casa es una preciosidad, jamás había visto por dentro una casa así, es enorme, con muchas ventanas; la cocina está a cargo de una mujer, ella también me atendió muy bien, en su cocina hay cosas que ni siquiera sabía que existían; el comedor era grande, tuvimos que sentarnos uno al lado del otro, si no, yo creo que ni nos hubiésemos escuchado hablar.
―Ya, Jessie.
―El río estuvo muy entretenido, nos mandó frutas, dicen los niños que siempre hace eso. Tommy se hizo cargo de mí, lo dejó bien aleccionado para que me cuidara.
Jacqueline cada vez está más incómoda con el tema de su hermana.
―¿Sabías que el señor Morgan es soltero?
―No.
―Pues sí, nadie lo ha podido cazar todavía. Él dice que no ha encontrado a la mujer indicada, que cuando aparezca, seguro se casará.
―Como todos.
―Sí, ¿te imaginas ser la Señora Morgan? Es dueño de casi todo el pueblo.
―El dinero no es lo más importante, Jessie.
―Sí, lo sé, de todas formas, bien nos vendría en este momento.
―¿Qué quiere decir?
―Nada. Solo eso. Estamos viviendo apenas. Hoy recién pude comer una comida completa como hace mucho tiempo no lo hacía.
Jacqueline traga saliva, ella no había comido nada en el día para guardar la poca comida que tenían para su hermana.
―Me alegro por ti.
―¿Tu qué comiste?
―Me preparé algo rápido.
―No me mientas, tú no has comido nada, de seguro lo guardaste para cuando yo estuviera aquí, ¿verdad?
―No digas tonterías.
―Pues las digo, tú no quieres nada del señor Morgan y él lo único que ha querido es ayudarnos. Yo no sé qué tienes en contra de él.
―¡Nadie hace favores gratis, Jessie! Eso ya deberías saberlo.
―No todos son iguales.
―Todos son iguales.
Jessie mira a su hermana con ojos llorosos.
―Él es un buen hombre, si tú no lo quieres ver, es tu problema, lo único que espero es que tu actitud no nos traiga problemas con él, toma en consideración que estamos viviendo en su casa y que nos podría echar en cualquier momento, si eso ocurre, ¿qué crees que haremos? Yo no quiero volver a ese pueblo del infierno del que salimos.
Jacqueline guarda silencio. Sabe que su hermana tiene razón, pero también está consciente que Morgan no está ayudándoles por ser buena persona, solo que eso no se lo diría a ella, su hermana sigue siendo su pequeña y en cuanto estuviera en su mano le evitaría cualquier contratiempo y dolor.
―No quiero causar malestar ―sigue la joven―, es que estoy preocupada por nuestra situación y si el señor Morgan nos quiere ayudar, no le veo lo malo. La señora del almacén también nos quiere ayudar y tú no tienes reparo en ello.
―Es distinto, la señora Rangel es una buena persona y es mujer.
―¿Crees que el señor Morgan querrá cobrarse con nosotras como lo quisieron hacer esos hombres? ―pregunta sorprendida y desencantada.
―No estoy diciendo eso.
―¿Entonces?
―No quiero tener que deberle favores a nadie, Jessie, es solo eso.
―Bueno, tú puedes pensar así, lo que es yo, sí confío en él.
―No me hagas caso, es mi miedo el que habla.
―Conócelo, te darás cuenta de que no es como piensas.
La mayor accede con un asentimiento de cabeza. Prefiere dejar contenta a Jessie, de otro modo, Arturo podría querer llevarla con él y ella no solo quedaría en la calle, también perdería a su hermana.
El resto de la semana tocó vacaciones en la escuela, era la semana del aniversario del pueblo por lo que Jessie pasó casi a diario en el río, el campo o en la casa de alguno de sus nuevos amigos.
Jacqueline iba al pueblo a buscar empleo a diario, esperaba que en cualquier momento se diera la oportunidad de algún puesto. Sin embargo, nada.
―No sé qué voy a hacer, señora Rangel ―se confiesa con la mujer aquel último viernes.
―Niña, si quiere puede venir a trabajar conmigo.
―No, yo sé que usted no necesita a nadie aquí, es demasiado lo que usted ha hecho por nosotras. Ya aparecerá algo. Muchas gracias, nos vemos el domingo en la misa.
―Claro, si aparece algo, cualquier cosa, le aviso.
―Por favor ―ruega la joven.
Sale del almacén y se topa, frente a frente, con Arturo Morgan. Se observan unos segundos. Es ella la que aparta primero la mirada y pasa por su lado, no quiere verlo, se avergüenza de mirarlo a la cara.
―Buenas tardes, Jacqueline ―saluda él con cortesía.
―Buenas tardes, señor Morgan ―responde ella de igual modo, sin detenerse ni volver a mirarlo.
Él no la detiene ni le dice nada más. Así y todo, ella camina con piernas temblorosas. De las veces que se habían encontrado aquellos días, no habían cruzado palabra. No había vuelto a estar tan cerca de él de nuevo, y su cercanía, a pesar de los pocos segundos que duró, la dejó alterada.
Camina a paso lento, cada día siente que es un día menos de encontrar una oportunidad de trabajo y si sigue así, no sabe qué hará.
―¿La llevo a su casa? ―consulta Arturo que viene sobre su caballo.
―No, gracias.
―¿Segura? ―le pregunta el hombre de medio lado.
No está segura, pero no se lo diría.
―Venga aquí.
La sube al caballo de lado, como la vez anterior y, tal como en aquella oportunidad, ella se aferra a la chaqueta de Morgan sin abrazarse a él.
―¿En qué andaba? No compró nada ―le dice él y remueve todas sus fibras nerviosas al sentir en su cuero cabelludo el tibio aliento de él en su cabello.
Jacqueline no contesta, no es capaz. Solo se aferra más a la chaqueta del vaquero, quien se percata que algo le sucede a la joven.
No vuelve a decir nada. Llegan a casa de ella en completo silencio. Él baja primero y luego la toma de la cintura para bajarla. Esta vez ella sí se agarra de él y quedan muy cerca el uno del otro.
―¿Todo bien? ―consulta Arturo.
―Sí, sí, gracias.
La muchacha se quiere apartar, él no suelta la firmeza de su abrazo. Ella abre los labios para protestar, sin embargo, no lo hace.
―Quiero besarte ―susurra Morgan.
―Antes no ha pedido permiso ―responde ella antes de percatarse del alcance de sus palabras.
Él sonríe de tal forma que deja a Jacqueline sin aliento.
―No digo que quiera que me bese ―emite ella en un gemido.
―Tampoco has dicho que no.
―Señor Morgan...
―Sht. ―La hace callar con suavidad y su beso es distinto al de antes, no hay furia ni pasión, más bien, es un beso dulce y tierno que Jacqueline no resiste.
Él la separa un poco y busca su mirada. Un segundo logra ver el deseo en sus pupilas, al siguiente siente el peso de su mano en su mejilla. Se descoloca un instante y vuelve a ser el mismo cínico de siempre.
―¿Me golpeas porque estás enojada conmigo por haberte besado o estás enojada contigo misma porque te gustó mi beso?
―¡No me gustó! ―protesta ella.
―Eso repítelo a ti misma hasta que te lo creas, no a mí, que sentí muy bien el estremecimiento de tu piel.
Se sube al caballo, allí se ve aún más imponente y Jacqueline se echa hacia atrás un par de pasos.
―Y no me vuelvas a golpear, la siguiente vez no respondo.
―Y usted no me vuelva a besar.
―Te besaré cuando yo quiera. ―Hace un gesto con su sombrero―. Buenas tardes, nos vemos el domingo en la iglesia, no se te olvide asistir; después habrá un almuerzo en mi casa, no falten.
El domingo, el reverendo Alden recibe a sus feligreses en la puerta de la iglesia. Jacqueline y Jessie llegan poco antes de las once, la hora del servicio, por lo que el buen hombre las saluda con todo afecto.
―No las había visto antes, ¿están de visita?
―No, no, bueno, llegamos hace unos días, no sabemos todavía si nos quedaremos a vivir aquí ―responde Jacqueline.
―¿Por qué no lo saben todav
ía?
―Somos hijas de Louis Smith ―interviene la menor y provoca una mueca de desagrado en su hermana.
―No creo que sea impedimento para quedarse si lo desean.
―Claro que no ―asegura Arturo parándose entre las dos jóvenes.
―Todo depende de cómo nos vaya en este lugar, quizás tengamos que emigrar a un lugar más grande, somos dos mujeres solas y no es fácil, no hay trabajo...
―Claro, claro ―admite el hombre de Dios.
―Permiso, vamos adentro ―corta Jacqueline.
Ambas jóvenes hacen una pequeña reverencia y entran al recinto. Según se cuenta en el pueblo, el reverendo Alden construyó él mismo esa iglesia, como muchas de las que había en los alrededores donde él predicaba. A él le corresponde visitar todo el condado de Norman y a Twin Valley viaja una o dos veces al mes, dependiendo del circuito, por lo que aquella semana era la primera en la que había misa desde que ellas habían llegado.
Las muchachas no saben bien dónde sentarse, hasta que de pronto, Jacqueline siente una mano fuerte en su brazo que la empuja y la hace entrar en una fila de bancas. Es Arturo quien las hace sentar a su lado.
―Ya va a comenzar ―les indica.
Jacqueline sabe que no va a poder concentrarse con ese hombre a su lado, por lo que le cambia el asiento a su hermana, dejándola al centro de ambos.
Arturo la observa con sonrisa burlona y mirada sardónica. Jacqueline, como respuesta, le hace un desprecio y eso, en vez de enojarlo, le parece gracioso.