UN PASADO QUE DUELE

1342 Words
Las dudas persistentes pesaban mucho en su mente. Ella suspiró. En este punto, se conformaría con las chispas que antes saltaban entre ellos, la forma en que él la abrazaba y luego la besaba profundamente. Hacía tiempo que había dejado de esperarlo en la puerta de su balcón. Kamila dejó su vaso y decidió que su única opción era provocar a Byron para que recuperase la pasión que ella confiaba que aún estuviera latente en él, pese a su tranquila fachada. —¿Qué es ese brillo en tus ojos, hermana? Kamila se limitó a sonreír. En cada oportunidad durante la semana siguiente, se rozó con Byron, se sentó cerca de él durante sus paseos en carruaje, e hizo todo lo posible por ser encantadora y tentarle. Pensó que podía hacerle reaccionar por la forma en que la miraba, la forma en que sus pupilas se dilataban cuando ella se acercaba, y por alejarse después como si ella le quemara. Sin embargo, la siguiente vez que Byron entró en la casa de Amelia, recogió a Lily y revisó su rodilla magullada, admiró el corte de pelo de Thomas, e incluso habló de hombre a hombre con Tadeo sobre el boxeo. Pero no se llevó a Kamila a su cama ni él fue en secreto a la suya. Kamila pensó que se volvería loca. Era peor de lo que temía. No solo no la amaba, sino que ya tampoco parecía desearla. Todo lo que ella había conseguido fue elevar su nivel de frustración al máximo, tanto que creyó que iba a gritar. Y Teddy lo veía todo con una engreída y sabia mirada de diversión. Quería retorcerle el cuello, y a Byron también. Una tarde, sentada en el jardín de su tía, Kamila se esforzó por leer su último artículo en el periódico, sin muchos ánimos. Las palabras pasaban ante ella sin verlas. Dejó el periódico a un lado y cerró los ojos. Su mente estaba en Byron, en la primera vez que hicieron el amor después del baile del granero de Drake. Había sido mágico, la forma en que él tocó su piel febril, acarició sus pechos, susurró su nombre. —Kamila. —Mmm… —respondió, con los ojos todavía cerrados. Casi podía oírlo. Al sentir los labios calientes rozar los suyos, sus párpados se abrieron. —¡Byron! —Fue exactamente igual que cuando ella se sentaba en su estudio, pensando en él, y luego él aparecía por las noches. Él se sentó a su lado. —Te ves tan tranquila, aquí entre las flores, que odio molestarte, pero también te ves cautivadora. Kamila dejó escapar un suspiro. —Así es como me siento, cautiva —le dijo con sinceridad, sin importarle si él la consideraba descaradamente audaz. Él le dedicó la sonrisa más sensual que ella había visto nunca, bajó la cabeza y la besó de nuevo, profundamente, hasta que sus pezones se endurecieron, sus dedos se curvaron y todo su cuerpo comenzó a derretirse. Al final, él levantó la cabeza y gimió. —Por eso necesito hablar contigo. Si no llegamos a un acuerdo... —¿Acuerdo? —repitió Kamila, pensando en su acuerdo previo con Mónica. —Acuerdo, tratado, convenio, compromiso, como quieras llamarlo. De lo contrario, tendré que romper mi promesa. —No lo entiendo. —Kamila no recordaba ninguna promesa, a menos que…—. ¿Quieres decir que no estás dispuesto a esperar más? —No había dicho que sí lo bastante pronto a su propuesta, ¿y ahora qué? ¿Le estaba dando un beso de despedida? —No puedo esperar —dijo Byron, confirmando su peor temor. Le tomó la mano—. La promesa que hice de que serías mi prometida antes de que hiciéramos el amor otra vez, fue con las mejores intenciones, pero es como si le pidieras a un hombre sediento que mirara un vaso de agua fría y cristalina y no tocara ni una gota con sus labios. Te necesito, no solo en mi vida, sino también en mi cama. Estaba tan aliviada, que se sentía mareada. No era que no pudiera esperar más su respuesta. Era que no podía esperar más sin tenerla a ella. —Estas últimas semanas, he intentado demostrar que puedo ser el pretendiente reservado y respetuoso que te mereces, pero maldita sea, Kamila, no quiero ser tu paciente pretendiente. Quiero todos los privilegios y bendiciones que conlleva ser tu marido. Te tengo en la más alta estima, pero cada vez que estás cerca de mí, quiero quitarte hasta la última prenda de tu ropa, muy rápido, y hacerte el amor. Ella se sonrojó hasta la línea del cabello, incapaz de sofocar la imagen que él había conjurado. Byron, sin embargo, se veía sombrío. —Pensé que si esperaba, sin que Farnsworth enturbiara las aguas y con tu carrera floreciendo, al fin aceptarías ser mi esposa, pero eso no ha sucedido. —Sonaba tan malhumorado, que las lágrimas saltaron a los ojos de Kamila. —No. —Ella sacudió la cabeza. Todas sus excusas para obtener más tiempo, para poner en marcha su plan, se estaban acabando con rapidez. Él quería ser su marido, la tenía en «la más alta estima». Pero ella no quería simplemente su estima, por muy alta que fuera. Ella quería su amor. Ella quería... Kamila miró el grave rostro de Byron y supo que lo que más deseaba era quitarle la sombra de su corazón, fuera lo que fuera lo que lo hubiera causado. —Byron, háblame de lo que te ocurrió. —¿Qué quieres decir? —Él frunció el ceño. —Después de rescatarme del almacén, hablaste de conciencia y te hiciste responsable. Por favor, dime qué quisiste decir. ¿Tiene que ver con Ariadna? Kamila vio cómo su pecho se expandía mientras él respiraba profundamente. —Nunca le he dicho esto a nadie —dijo Byron con voz áspera—. No se trata de Ariadna, sino del bebé que esperaba. —El bebé que ella pretendía que era tuyo. ¿De quién era? —No lo sé —respondió Byron—. Solo puedo asumir que ella sabía quién era el padre. —Se levantó y caminó a unos pasos de Kamila—. Si hubiera seguido el plan de Ariadna —le dijo, dándole la espalda—, el niño sería ahora mayor que Lily. —¿Qué le pasó al bebé? —le preguntó Kamila, pero no quería oír la respuesta. O más bien, ya lo sabía. A sus pies había una pequeña brizna de hierba, que había brotado en medio del exuberante césped de Amelia. De alguna manera, ella aún no se había dado cuenta. Byron se agachó y la arrancó con un rápido movimiento. —Ariadna nunca tuvo el bebé. Se aseguró de que yo también lo supiera —dijo él mientras se ponía de pie—. Si hubiera sabido sus intenciones, creo que me habría casado con ella por el bien del niño. —Dejó caer la hierba de su mano. Kamila se levantó y acortó el espacio entre ellos en segundos. Desde atrás, ella puso sus delgados brazos alrededor de él y presionó su mejilla contra su espalda. Estaba aturdida por la crueldad de la mujer que Byron creía amar. No había sido necesario que Ariadna le dijera que había terminado su embarazo, excepto para hacerle sufrir por haber arruinado sus planes egoístas. Y Byron, con su amor por los niños, se culpó a sí mismo durante todos estos años. —Esto no tiene nada que ver con nosotros, Kamila —dijo él, estrechando sus brazos bajo sus fuertes manos. Luego se giró sin soltarla. «No tiene nada que ver con nosotros». Eso es lo que Byron le había dicho cuando le habló por primera vez de Ariadna. Sin embargo, Kamila sabía que no era así. Su remordimiento sobre el niño no nacido y el miedo por las posibles consecuencias de amar a alguien, especialmente a la persona equivocada, crearon las reservas que ella había detectado en él.
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