NO ESTOY HECHA DE PIEDRA

1073 Words
Esa tarde, Byron se ofreció a llevarla a la oficina de correos de la ciudad, la cual era solo un escritorio en la esquina de la tienda general. Su artículo saldría en el tren expreso. Mientras tanto, él podía atender su propio negocio gracias al sistema telegráfico de Spring City. Esto significaba, por supuesto, que se quedaría sola con Thomas y Lily. Para asombro de Kamila, disfrutaba sentada con los niños mientras estos jugaban. Había juegos de fantasía, seguidos por el escondite, primero en la casa y luego fuera entre las flores silvestres y los pinos que crecían en abundancia en su propiedad. Lily dijo que era tan bonito como algunos de los Jardines Públicos de Boston donde su madre solía llevarla a jugar. Kamila solo deseaba que el suyo volviera a estar como en los tiempos de su madre, con un jardín de flores cultivadas a cada lado de la puerta principal, un huerto en la parte trasera, y rosas rojas y amarillas trepando por toda la casa. Al final de la tarde, cuando Kamila oyó que se acercaba un caballo, levantó la vista esperando ver a Byron. En cambio, a quien vio fue a Emma Cuthins, con su rostro redondo y sonriente que expresó su sorpresa al ver a dos niños jugando frente a la casa de Kamila. —¿Qué tenemos aquí? —preguntó su vecina sin fingir desinterés mientras detenía su caballo—. Vaya, qué pequeños tan dulces. Kamila fue a saludar a la esposa del doctor. De inmediato, Thomas se agachó detrás de Lily, quien se apoyó en Kamila. —Estos son mis jóvenes primos de Massachusetts. Lillian y Thomas Connors. Niños, saluden a la señora Cuthins, mi vecina. Lily murmuró un educado saludo. Thomas, por supuesto, no dijo nada. —Bueno, ahora entiendo por qué no has venido a comer, Kamila. Estaba preocupada por ti. Pero parece que has tenido las manos ocupadas. —De repente su frente redonda frunció el ceño—. ¿Cómo han llegado hasta aquí? ¿Los estás alimentando? Kamila no se ofendió por eso. Emma la conocía demasiado bien. —Vinieron en tren, y sí, les estoy dando de comer. Tres veces al día. —No añadió que no era ella quien cocinaba. Sus vecinos no tenían por qué saberlo todo. Entonces, la figura de Byron Winter sobre un caballo apareció alrededor de los pinos. Kamila sintió que las mariposas volaban en su estómago. No estaba segura de querer que Emma supiera que en su casa se alojaba un soltero, y uno muy guapo, además. La esposa del doctor se volvió hacia el sonido del caballo y miró a Kamila con las cejas levantadas. —¿Y ese es…? —El abogado de los niños de Boston. —Kamila terminó en un tono que esperaba que sonara como si no fuera a darle más información. En todo caso, las cejas de Emma se elevaron y sus ojos marrones y cálidos se abrieron de par en par. Para entonces, Byron había desmontado y se dirigía hacia ellos. Llegó junto a Kamila y los niños, y miró hacia abajo a la voluminosa figura de Emma Cuthins. Kamila se la presentó con rapidez. —Encantada de conocerlo —dijo Emma, con un tono coqueto ante el apuesto desconocido del este. —El placer es todo mío, señora —respondió Byron. —Bueno —dijo Kamila—, es hora de que los niños se aseen y empecemos con... —vaciló. Era demasiado pronto para la cena. —Con las tareas —intervino Byron—. Niños, ya habéis oído a vuestra tía. Despedíos de la señora Cuthins. —Los pequeños lo obedecieron de inmediato, como siempre, y murmuraron «adiós» antes de entrar en la casa. Obviamente, Emma quería quedarse a charlar. Sin embargo, como no había una invitación por medio, no pudo hacer otra cosa que dejar que Byron la ayudara a subir a su asiento del carro. —Supongo que me iré entonces, ya que estás bien —declaró ella—. ¡Oh, la comida! Como ya está cocinada, es mejor que la disfruten hoy. Hay suficiente para todos —dijo, mirando interrogativamente a Byron. Él solo sonrió. —Qué amable —dijo Kamila, entregándole a Byron las dos cestas que Emma llevaba en el carro—. Tus platos son siempre deliciosos. —Sí, bueno, espero que a tu familia le guste, Kamila. Te veré pronto. Que tengas un buen día. —Emma tiró de las riendas, giró al caballo en un amplio arco, y comenzó a bajar por el camino. Tenía una sonrisa desconcertada en su cara cuando los miró al menos dos veces. Kamila gimió mientras caminaban hacia la casa. —¿Ocurre algo? —preguntó Byron, deteniéndose en el porche delantero y balanceando la canasta casualmente contra una rodilla. —Se sabrá en todo el valle antes de la puesta de sol —le dijo ella, sentándose en el columpio que había reparado muchas veces a lo largo de los años. Byron empezó a hurgar en una de las cestas y al fin sacó un pastel de nata. Satisfecho por su elección, la miró. —¿Qué se sabrá? —preguntó de nuevo antes de darle un gran mordisco al pastel. Ella suspiró. ¿Cómo podía ser tan tonto? —Que la extraña escritora está viviendo con un hombre con el que no tiene ningún parentesco y con dos niños. —Pero sí tiene usted parentesco con los niños —afirmó Byron. Kamila comprendió que él había sabido todo el tiempo lo que la preocupaba. ¡Y eso le divertía! —No tiene gracia, señor Winter. Tengo que vivir aquí. ¿Y si mis vecinos quieren sacarme de la ciudad en un tren? Tal vez él intentó ponerse serio, pero no lo consiguió, y se terminó el pastel en dos mordiscos más. —Creí que le importaría un bledo lo que la gente pensase sobre usted. Todos creen que es una excéntrica de todos modos, ¿no? Eso le dolió a Kamila. Ella anhelaba encajar, pero no sabía cómo conseguirlo. Durante años había temido que fuera demasiado tarde, que cualquier intento suyo de entrar en la vida social de Spring City fuera rechazado y que se rieran de ella. ¿Pero qué se creía Byron Winter? ¿Que ella era rara, que no le importaba la opinión de los demás? ¿Pensaba que estaba hecha de piedra?
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