Todo había cambiado. Todo. Y ella no podía, en conciencia, encontrarse con él aquí a solas, junto a este árbol, mientras su prometida estaba cerca. Kamila trató de alejarse, pero él fue demasiado rápido, la agarró del brazo y la apoyó contra el árbol.
—¡Suéltame! Por el amor de Dios, la señora Belgrave está al otro lado de ese muro.
No la liberó y ella lo intentó de nuevo.
—Al menos —le dijo—, hazlo por el bien de mi reputación…
Byron dejó caer su brazo de inmediato.
—Estás muy bien acompañada por John —murmuró él.
—¡Diablos! —juró Kamila, exasperada—. ¡No intentes decirme que estás celoso de que baile con tu socio, mientras tú pasas la noche con tu prometida! —Ella pasó por delante de él, sintiéndose traicionada—. Todo esto es absurdo.
—¿Quieres escuchar un momento? —Su mano tocó su hombro otra vez.
—No, no creo que lo haga —le dijo ella. Estaba tan enfadada como un tejón acorralado y se sentía como una tonta, para colmo. Lo último que quería hacer era charlar. Pero mientras se movía, Byron la alcanzó de nuevo y tiró de ella hacia él.
Kamila luchó durante unos segundos, y odió la respuesta de su cuerpo, que aún clamaba por su roce y parecía arder donde sus manos sostenían la parte superior de sus brazos. Ella empujó contra sus hombros.
—Si no te quedas quieta y me escuchas, Kamila, te besaré.
Era la amenaza más extraña que había oído jamás, pero se ajustaba a lo bien que él la conocía, o a la reacción que esperaba de ella. Porque eso la tranquilizó. Lo miró fijamente y deseó incluso entonces el calor ardiente de su boca, sabiendo cómo sus terminaciones nerviosas se sacudirían en respuesta y que se sentiría como si estuviera volando. Era humillante.
Su salvación vino de forma inesperada. Mónica Belgrave apareció en la puerta. Byron vio la mirada en el rostro de Kamila cuando esta advirtió la presencia de la mujer. Él se giró para ver el rostro de su prometida, retorcido por la rabia, pero cuando su mirada volvió a Kamila, su expresión era impasible.
—Me escucharás más tarde —juró antes de soltarla y permitirle que se alejara del árbol.
Kamila aprovechó esta oportunidad para huir. Ignoró el frío semblante de la señora Belgrave y se deslizó detrás del edificio para llegar hasta su carro. Ya había enganchado a Alfred cuando John Trelaine se le acercó.
—Disculpe mi grosería, señor, pero ya he terminado por esta noche —le dijo ella. Había visto a Byron irse sin mirar atrás, con su mano en el codo de Mónica Belgrave, sin duda, para llevarla a su hotel.
—¿Puedo acompañarla a casa? —le preguntó John.
Ella le devolvió una sonrisa agradecida a su agradable, pero cansada expresión. Había sido una escolta impecable toda la noche, a pesar de su largo viaje.
—Le aseguro que soy perfectamente capaz de llevarme a mí misma y a los niños a casa.
Después de conseguir que le prometiera que conduciría con cuidado y directa a casa, él le dio las buenas noches y se dirigió al hotel. Para cuando ella acomodó a los niños en el carro, Thomas ya estaba bostezando con los ojos cerrados, y Lily, acurrucada junto a él, estaba a punto de quedarse dormida.
Aferrándose a la barandilla lateral, Kamila levantó sus faldas y colocó un pie vestido de satén en el estribo cuando, de pronto, unas manos fuertes a la altura de su cintura la levantaron como si fuera una pluma. Por un segundo, pensó que el señor Trelaine había regresado, pero luego lo supo, incluso antes de que se sentara y se volviera hacia él.
Byron la miró.
—¿Lista para irnos?
Lo miró con la boca entreabierta. Luego la cerró con un chasquido. Él la observó, a la espera de su respuesta.
—¿Has perdido el sentido? ¿O es que eres completamente estúpido? —La voz de Kamila sonó fuerte y chillona en la oscuridad creciente.
—Ninguna de las dos cosas. Yo te traje aquí y yo te llevaré a casa. Y te recuerdo que los niños están durmiendo.
Kamila bajó la voz.
—He ido y he vuelto de casa a la ciudad durante más de una década. Creo que puedo arreglármelas sin su ayuda. Le insto a que regrese al hotel junto a su prometida, señor Winter.
Después de todo, pensó, de eso se trataba. No importaba que John Trelaine le hubiera dicho que Byron había venido a propósito a Spring City para conocerla. La había engañado en más de una ocasión.
—La señora Belgrave está a salvo en la mejor habitación de Fuller, señorita Bennett, y ahora tengo la intención de verla a salvo a usted también en su casa—. Además —añadió— todas mis cosas están allí.
Kamila tuvo la tentación de decir «mala suerte» y marcharse, pero no lo hizo, y nunca sabría por qué se movió para dejarle subir al asiento de al lado. Kamila se apartó aún más cuando su muslo caliente tocó el de ella. No había mucho espacio, e intentó mantener la mayor distancia posible con el hombre que había tocado su corazón con demasiada facilidad.
—Pensé que quizá sería demasiado tarde, que John ya te habría acompañado él mismo —dijo él con voz firme mientras salían de la ciudad.
—Se ofreció a hacerlo —respondió Kamila envarada, con el mismo tono decidido—. Pero rehusé su oferta. Estaba muy cansado después de llevar a tu preocupada prometida al otro lado del mundo para encontrarte.
Eso cerró la conversación durante el resto del trayecto. Ocho minutos de silencio puro y helado. Kamila no pudo evitar mirar las ventanas del hotel al pasar, y se preguntó si Byron le había dado un beso de buenas noches a la señora Belgrave al despedirse.
Aun así, pensó, con una pequeña satisfacción, que podría haberse quedado con su prometida, si hubiera querido. Nadie en Boston habría sabido de esa violación de la intimidad, aquí, en el salvaje oeste.
«Si él hubiera querido», repitió para sí, y se sintió mejor a pesar de la tensa quietud entre ellos, que la forzó al apartar la cara.
Ahora, solo quería llegar a casa y quitarse el ridículo vestido de fiesta y las medias de seda que ni siquiera la habían puesto a la altura de Mónica Belgrave. Luego, escondida bajo las cobijas, intentaría olvidar toda esa noche.