FOBETOR

FOBETOR

book_age18+
198
FOLLOW
2.0K
READ
city
like
intro-logo
Blurb

¡UNA NINFÓMANA EN APUROS! Podría ser el título de su historia pues Leona es una doctora, una buena doctora, pero tiene un pequeño problema: es una adicta al sexo. Ahora sus médicos le han puesto un ultimátum pues con una infección renal recurrente si no deja la acción bajo las sábanas por un tiempo puede terminar de arruinar sus riñones e incluso necesitar un trasplante para seguir viviendo.

A Fob por su parte, le han encargado una misión muy especial...Lo que jamás imaginó este hombre atractivo y misterioso, autor tanto de sueños como especialmente de pesadillas es que esta mujer pueda volverlo loco hasta convertir su vida en un verdadero infierno...de placer, obligándolo a cuestionarse todo en lo que cree y ha creído e incluso llegando a pensar que quizá ella sea la mujer de sus sueños ...claro, solo debe convencerla de estar por un tiempo en abstinencia pues su historia podría terminar incluso antes de empezar si no consigue llevar a cabo esta titánica tarea primero.

¡ESTA HISTORIA SE PUEDE LEER DE FORMA INDEPENDIENTE!

PERTENECE A LA TERCERA ENTREGA DE LA SAGA DIOSES Y SU PROTAGONISTA ES FOB, EL HERMANO DE MORFEO Y FANTASO.

chap-preview
Free preview
Prólogo. La ira de Zeus
POV Zeus Jamás olvidaré la noche en que la furia me consumió mientras nos trasladábamos a la isla del olvido, ese páramo oscuro y desolado que había sido designado como penitencia para mí esposa Hera, era el castigo por matar a una de mis amantes humanas favoritas y haber primero seducido y luego intentado matar a mi bella hija, producto de mi unión con esa humana. La atmósfera del lugar era tan desolada como aterradora: un espacio sin vida, bañado en la más absoluta oscuridad, salvo por un solitario reflector que iluminaba el área donde mi esposa se debatía en una rabia incontenible. Recuerdo vívidamente cómo, apenas habíamos llegado, Hera irrumpió en una avalancha de gritos. Con voz estruendosa, me espetó: —¡TÚ, HIJO DE PUTA! Su acusación resonó por todo el lugar, haciendo temblar la soledad de esa isla. En un impulso, se lanzó al aire para golpearme, pero, a pesar de mi ira, logré detenerla sujetándola por las muñecas. La sentí bufar de furia, y noté cómo Hipnos se mantenía, casi como un espectro en la penumbra del reflector, a una distancia prudencial, vigilándome por si necesitara ayuda. La mirada de Hera, encendida por la rabia, me rompía el alma. Sabía, con una tristeza que me pesaba en el pecho, que ella creía que no la amaba. Pero yo la amaba, aunque hacía ya mucho tiempo que había comprendido que la monogamia no era para mí, ni para ella, si bien, entre nosotros, compartir nunca fue una idea que me hubiese agradado. —Esta vez te pasaste de la raya y lo sabes… sé que en el fondo lo sabes…— dije, mirándola fijamente a los ojos, tratando de penetrar en ese torbellino de emociones que la embargaba. Mi voz, aunque firme, llevaba consigo un dejo de dolor. Intentaba hacerle ver que, a pesar de lo ocurrido, aún había un amor que nos unía. Hera, con los ojos desorbitados y llenos de lágrimas, replicó con una mezcla de rabia y desesperación: —¡Puedo entender lo de la madre de Sam, pero ¿por qué joder con ella? Ella jamás te hizo nada…! Su acusación me hirió profundamente. Yo, que había actuado movido por impulsos que, en mi mente, tenían una lógica propia, le respondí: —Ya te expliqué por qué… ¡Bastardo! Pero su grito no se apagó allí, y con una intensidad que me resultaba casi insoportable, continuó: —No, tú me explicaste lo que sería razonable para cualquier ser… pero tú y yo sabemos que eres cualquier cosa menos razonable… Sentí en su voz el peso de una traición, de una verdad que no podía ocultar. Con pesar, traté de calmar la situación, aunque mis palabras sonaban huecas ante su llanto: —Hera, no eras mi esposa en ese sentido… no te debía nada. Si no te sometiste a mis caprichos, al menos no merecías el dolor que te infligí… A lo que ella, entre sollozos y una risa histérica, gritó: —¡Tenía curiosidad, lo admito! Y luego lo entendí, ¡jaja! ¡Ella es como tú, maldito! ¡Ella es como tú…! En ese instante, mi corazón se llenó de una tristeza infinita. Yo la amaba, y aun así, había causado un dolor que parecía insalvable. La confrontación se volvió más amarga cuando intenté recordarle: —Hera, ¿cuánto la conociste? ¿Cuánto compartiste siquiera con ella? ¿Una semana? Ella levantó sus ojos cargados de lágrimas hacia mí y, con un cinismo que solo una diosa podía manejar, replicó: —Somos dioses. Para nosotros, el tiempo no es nada… Y sí, me enamoré de ella. ¿Y qué? ¿Tú no te enamoraste de su madre acaso? La mención de su madre me caló hondo. Con un suspiro cansado, apenas pude decir: —Pero ella es mi hija, Hera... La respuesta fue un estallido de furia: —¡Y YO SOY TU MALDITA ESPOSA, CARAJO! En ese instante, soltando mis brazos para que pudiera golpearme, sentí el ardor de la traición. Ella se frotó las muñecas, como si el dolor físico pudiera expiar la herida emocional. Con una voz que intentaba ser firme, pero traicionada por el pesar, le dije: —No quería que termináramos así, pero has hecho demasiado daño ya. Debes aprender una lección. Ella, con una sonrisa histérica y triunfal, gritó: —¡YO SOY UNA DIOSA SUPREMA! ¡TÚ NO PUEDES DEJARME AQUÍ ATRAPADA! Sabía en mi interior que, efectivamente, no tenía el poder de retenerla en ese exilio eterno. En ese preciso instante, Hipnos -el Dios supremo de lo onírico- emergió de las sombras, provocando que Hera se pusiera pálida, y murmuró con una frialdad ensordecedora: —...Él no podrá, pero yo sí… Yo, sintiendo cómo mi espalda se enfriaba al escuchar sus palabras, le di la espalda a mi esposa, mientras ella, entre gritos desesperados, insistía: —¡ESTÁN LOCOS LOS DOS, NO PUEDEN DEJARME AQUÍ, NO PUED—! En un parpadeo, Hipnos y yo desaparecimos de ese lugar, dejando a Hera sumida en un torbellino de alaridos e insultos que se perdían en la desolación absoluta del sitio. De regreso en el Olimpo, en el mismo entorno que siempre había sido mi refugio, me vi obligado a enfrentar la consecuencia de mis acciones. En ese santuario, me disculpé con Hipnos, agradeciéndole por su lealtad. Él, con esa calma que lo caracterizaba, dijo: —Sabes que no la podré dejar allí de modo permanente. Yo asentí, sintiendo el cansancio que deja una tormenta emocional, y murmuré: —Lo sé… Solo espero que unos cientos de años le sirvan para reflexionar sobre lo que hizo… Hipnos asintió con la cabeza y, sin más palabras, se despidió, dejándome solo con mis pensamientos y el peso de lo ocurrido. Los pasillos del Olimpo, tan majestuosos y sólidos, eran el hogar de dioses y, en ocasiones, también de conflictos interminables. El palacio que ocupaban los hijos del señor sueño, Hipnos —Morfeo, Fantaso y Fobetor— junto a sus demás hermanos, se erguía justo al lado del mío, en una construcción colosal que parecía desafiar al tiempo. Cada habitante disponía de su propio espacio, casi como si vivieran en un loft dentro de una mansión celestial. Morfeo y Fantaso habían abandonado en gran parte sus aposentos, pero Fobetor, o Fob, como lo llaman los mortales, aún preservaba su suntuoso refugio. Fob, el dios encargado de llenar los sueños de los mortales de pesadillas, siempre había mostrado una fascinación especial por la vida entre los humanos. Quizás porque creía que ellos estaban hechos del mismo material que daba forma a las pesadillas que él generaba. Aquella tarde, lo encontré absorto frente a su Mac de doble pantalla, auriculares enormes en su cabeza, sumergido en Tik Tok. De repente, percibí una presencia extraña detrás de él, algo que no encajaba en el orden natural del Olimpo, y noté cómo se erizaban sus pelos. Incluso Fob, siempre tan seguro de sí mismo, parecía intimidado ante lo desconocido. Fob siempre había sido el más glamoroso de mis hermanos. Su estilo era impecable: un pantalón Armani, una camisa de la última colección de Casa Ferrante ajustada a su cuerpo divino, y zapatos de ante que dejaban entrever la elegancia de un modelo de pasarela. Su tez, besada por el sol a la que rara vez se exponía, y sus ojos almendrados de un tono turquesa inquietante, contrastaban con el ambiente oscuro de su morada. Pero, en ese instante, cuando se dio vuelta y me reconoció, vi cómo el color se le desvanecía del rostro. Con un tono casi reverencial, dijo: —Zeus… ¿Puedo ayudarte en algo? Yo avancé, no siendo partidario de conspiraciones a mis espaldas, aunque siempre había tenido cierta simpatía por Fobetor. Con voz resonante, proclamé: —Sabes, es curioso… de todos tus hermanos, siempre has sido el que mejor me cayó en gracia. Así que entenderás mi sorpresa y decepción al saber que has conspirado a mis espaldas junto a mi esposa, Hera… La acusación flotó en el aire y, en el instante en que mis palabras se asentaron, la palidez se transformó en un violento tono morado en su rostro. Hacía ya años que Fob y Hera habían compartido algo, un desliz del pasado que, para muchos, parecía olvidado, pero que aún dejaba una mancha en el tejido de nuestras relaciones divinas. —Yo… no sé a qué te refieres…— tartamudeó Fob, claramente confundido, sin saber si me refería a los cuernos que me había puesto con Hera o a otro asunto. Me acerqué a mi escritorio con paso firme, y Fob dio un paso hacia un lado, como buscando refugio. Con voz baja y cierta repulsión mientras observaba los artefactos humanos, susurré: —Nunca entenderé el gusto de los humanos por estas cosas, y menos aún que algo así te atraiga a ti. Y, por si te lo preguntas, no me refiero a lo "tuyo" con Hera… Sé perfectamente de sus andanzas. Fob vaciló, sintiendo una gota de sudor recorrer su espalda, y apenas pudo balbucear: —Yo… mmm… ejem… no estoy seguro de entender… Con un gesto casi imperceptible, dejé que el silencio hablara por mí. Entonces, con voz firme y cargada de ira contenida, continué: —Me refiero a esa bonita joven rubia de hace más de tres décadas, a la que mi esposa te mandó a acosar en sueños… a llenar de pesadillas. No te hagas el tonto, muchacho, si no quieres despertar mi ira. La acusación resonó en el recinto sagrado, y pude ver cómo Fob se debatía entre la culpa y el orgullo. Recuerdo que él intentó justificarse, recordando que en sus sueños no había nada más que pesadillas, que jamás había querido que la situación se saldara con una tragedia. La joven, de una belleza trágica, había dejado una marca imborrable en el mundo mortal, y su repentina desaparición seguía siendo un doloroso recuerdo. —Ella tenía muchas pesadillas— intentó justificarse Fob, mientras yo alzaba una ceja con una mezcla de desdén y melancolía. —Pero, aunque no lo creas, yo no quería que terminara así— le dije con voz cortante, recordándole que ni siquiera el mínimo rastro suyo había sido deseado en la mente de Hera. —Si yo hubiera sabido que te pertenecía, jamás hubiera entrado en su mente a perturbarla. Créeme, solo había pesadillas, ni un rastro de ti… Yo realmente no lo sabía, no pensé que fuera importante— continuó, con una torpeza que solo aumentaba mi desilusión. La tensión en la sala se volvió casi insoportable, y decidí, con un tono que no admitía réplica, señalar: —Mi esposa también me pertenecía, sin embargo, tú te permitiste “joder” con ella sin que a mí me molestara… En ese instante, vi en los ojos de Fob el terror de pensar que mi ira pudiera desencadenarse en algo irreversible. Internamente, solo pude rogar por un perdón que sabía que no merecía, y mientras él se agobiaba en un mar de excusas, mi mente divagó en los recuerdos de Sami, esa alma torturada que, a pesar de todo, había dejado su huella en nuestras vidas. Sabía muy bien que Hera tenía un alma rota por acontecimientos pasados, y ese inestable vínculo con ciertos dioses solo había empeorado su situación. Jamás quise que la mujer terminara sumida en la oscuridad, aunque en ocasiones, la culpa y el remordimiento parecían envolverla como una sombra perpetua. Recordé que, cuando se suicidó, ya había sido llevada a otras historias, y yo, en mis noches solitarias, solía visitarla en silencio, en un intento vano por redimir aquello que se había perdido. Con el ambiente cargado de tensión, Fob, en voz baja y temblorosa, se disculpó: —Lo siento, Zeus… Bajó la cabeza en señal de respeto, y por un instante, la atmósfera pareció suavizarse. Yo, con la autoridad que me caracterizaba, le dije: —Yo también lo siento. Pero, por favor, deja de estar con el culo fruncido… No voy a matarte. Fob, aliviado, lanzó un largo suspiro y murmuró: —Gracias… Sin embargo, no podía permitirme mostrar debilidad. Con la voz firme y resonante, le advertí: —No me agradezcas. Ahora me debes un favor, y me aseguraré de que lo pagues. Y en un parpadeo, como si nunca hubiese existido, me desvanecí de su vista, dejando en el aire la promesa de un reembolso que él conocería muy pronto. Aquella noche, mientras el Olimpo se sumía en el eco de nuestras confrontaciones y los recuerdos de lo perdido, yo reflexioné en soledad acerca del precio del poder, del amor y de la traición. La eternidad nos depara un sinfín de encuentros y desencuentros, y aunque el peso de mis decisiones a veces se siente insoportable, sé que cada acción, cada error, es parte del intrincado tapiz que es mi existencia. Aunque las tres perras que tenían el tapiz, los destinos, estaban por poner todo lo que yo creía, a prueba.

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Tres Reyes Lycan Amados

read
36.3K
bc

Compañera acosada de los trillizos Alfa

read
327.2K
bc

Príncipe Reagan

read
11.4K
bc

El Rey Alfa es mi segunda oportunidad como compañero

read
144.9K
bc

SECUESTRADA POR HOMBRES LOBOS

read
3.1K
bc

Nunca seré tuyo

read
28.6K
bc

Embarazada después de una noche con el rey Lycan

read
4.4K

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook