CAPÍTULO UNO

2639 Words
CAPÍTULO UNO Era gracioso lo rápido que había cambiado la actitud de Kate Wise. En el año pasado como jubilada, había hecho todo lo que había podido para evitar la jardinería. Jardinería, tejido, clubes de bridge —e incluso clubes de lectura—, a todos los había evitado como la plaga. Todos parecían lugares comunes sobre lo que hacían las mujeres retiradas. Pero unos meses de regreso a las riendas del FBI habían hecho algo con ella. No era tan ingenua como para pensar que la habían reinventado. No, simplemente le habían devuelto el vigor. De nuevo tenía un propósito, una razón para esperar anhelante el siguiente día. Así que quizás por eso era que veía bien acudir ahora a la jardinería como un pasatiempo. No era relajante, como había creido que sería. En todo caso, la ponía ansiosa; ¿por qué invertir tiempo y energía en plantar algo si estabas trabajando con el clima en contra para asegurarte de que permaneciera vivo? Con todo, había gozo en ello —en poner algo en la tierra y ver sus frutos pasado el tiempo. Había comenzado con flores —margaritas y buganvillas en principio— y luego siguió con una pequeña huerta en la esquina derecha del fondo de su patio. Allí era donde estaba en ese instante, amontonando tierra alrededor de una planta de tomate, y poco a poco dándose cuenta de que no había tenido interés alguno en la jardinería hasta que se convirtió en abuela. Se preguntó si ello tenía algo que ver con la evolución de su naturaleza maternal. Libros y amistades le habían dicho que había algo distinto en ser abuela —algo que una mujer nunca llegaba a palpar en realidad siendo madre. Su hija, Melissa, le había asegurado que ella había sido una buena madre. Era una convicción que Kate necesitaba renovar de tiempo en tiempo, dada la forma como se había desarrollado su carrera. Reconocía que había puesto su carrera por encima de su familia por demasiado tiempo y se podía considerar afortunada por el hecho de que Melissa no le hubiera guardado resentimiento por ello —excepto por el período que siguió a la pérdida de su padre. Ah, esto es lo inconveniente de la jardinería, pensó Kate mientras se ponía de pie y se sacudía manos y rodillas. La mente tiende a vagar. Y cuando eso sucede, el pasado viene sigiloso, sin ser invitado. Se alejó del jardín, cruzando el patio de su casa en Richmond, Virginia, en dirección al porche trasero. Tuvo el cuidado de quitarse en la puerta sus Keds llenos de tierra. Dejó caer también sus guantes junto a ellos, porque no quería que entrara tierra en la casa. Había pasado los dos días anteriores limpiándola. Esa noche iba a hacer de niñera de Michelle, su nieta, y aunque Melissa no estaba obsesionada con la pulcritud, Kate quería que el lugar brillara de limpio. Habían pasado casi treinta años desde que había estado en compañía de un bebé y no quería correr riesgos. Echó un vistazo al reloj y frunció el ceño. Esperaba compañía en quince minutos. Ese era otro aspecto negativo de la jardinería: perdías con facilidad la noción del tiempo. Se refrescó en el baño y luego fue a la cocina a hacer café. Ya estaba colando cuando sonó el timbre. Contestó de inmediato, feliz como siempre de ver a las dos mujeres con las que había pasado unas horas, al menos dos veces a la semana, por algo más de año y medio. Jane Patterson pasó de primero, trayendo una bandeja de pastas. Eran galletas danesas hechas en casa, que habían ganado el certamen Carytown Cooks por dos años seguidos. Clarissa James venía detrás de ella con un gran cuenco de fruta fresca rebanada. Ambas venían con hermosos atuendos que hubieran funcionado tanto para asistir a un brunch en casa de una amiga como para ir de tiendas —algo que ambas hacían a menudo. —Has estado en el jardín, ¿no es así? —preguntó Clarissa al poner el pie todas junto al mostrador de la cocina. —¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Kate. Clarissa apuntó al cabello de Kate, justo por debajo de los hombros, donde casi terminaba. Kate se llevó la mano hasta allí y descubrió que había pasado por alto un poco de tierra que de alguna manera había terminado en su cabello. Clarissa y Jane rieron ante esto y Jane quitó el plástico que envolvía sus galletas danesas. —Rían todo lo que quieran —dijo Kate—. No estarán aquí cuando esas ramas de tomate estén cargadas. Era la mañana de un viernes, lo que automáticamente la hacía buena. Las tres mujeres se colocaron alrededor del mostrador de la cocina de Kate, sentándose en taburetes, comiendo su brunch y bebiendo café. Y aunque la compañía, la comida, y el café estaban buenos, era difícil pasar por alto la pieza que faltaba. Debbie Meade ya no era parte del grupo. Luego que su hija había muerto, como una de las tres víctimas de un asesino que Kate había atrapado al final, Debbie y su esposo, Jim, se habían mudado. Estaban viviendo en un lugar cercano a la playa, en Carolina del Norte. Debbie le enviaba fotos de la costa de vez en cuando, solo para alardear en broma. Llevaban dos meses viviendo allí y parecían felices, habiendo superado la tragedia. La conversación fue mayormente ligera y placentera. Jane habló acerca de cómo su marido tenía en mente retirarse el año entrante y que ya había empezado a planear la redacción de un libro. Clarissa compartió noticias de sus dos hijos, ambos veinteañeros, y de cómo habían sido ascendidos. —Hablando de hijos —dijo Clarissa—, ¿cómo le va a Melissa? ¿Le encanta la maternidad? —Oh, sí —dijo Kate—. Está totalmente loca con su bebita. Una bebita que estaré cuidando esta noche, de hecho. —¿Por primera vez? —preguntó Jane. —Sí. Es la primera vez que Melissa y Terry van a salir sin la bebé. Como una salida para pasar la noche fuera. —¿Ya está activado el Modo Abuela? —preguntó Clarissa. —No sé —dijo Kate con una sonrisa—. Supongo que lo averiguaremos esta noche. —Sabes —dijo Jane—, podrías regresar en el tiempo y hacer de niñera como una acostumbraba en la secundaria. Yo traía a mi novio tan pronto como los niños se iban a la cama… —Eso es muy inquietante —dijo Kate. —¿Crees que Allen estaría como para eso, sin embargo? —preguntó Clarissa. —No lo sé —respondió Kate, intentando imaginar a Allen con un bebé. Habían estado saliendo desde que Kate y su nueva compañera, DeMarco, habían cerrado el caso de un asesino en serie aquí en Richmond—el mismo caso que había acabado con la vida de la hija de Debbie Meade. No habían hablado en realidad del futuro: no habían dormido juntos y en raras ocasiones se dejaban llevar por el contacto físico. Estaba disfrutando el tiempo que pasaba con él, sin embargo, pero el pensamiento de incorporarlo a su faceta como abuela la incomodaba. —¿Las cosas van bien entre ustedes? —preguntó Clarissa. —Eso creo. Todavía el asunto de las citas me parece extraño. Soy demasiado vieja para salir en una cita, ¿sabes? —Diablos no —dijo Jane—, no me malinterpretes… amo a mi esposo, mis hijos, y mi vida en general. Pero daría lo que fuera por volver a estar en una escena así solo? Por un rato, ¿sabes? Lo extraño. Conocer a otras personas, compartir el primer... —Si, supongo que eso es muy lindo —admitió Kate—. Allen halla tambien extraña la idea de las citas. Nos hemos divertido juntos, pero... se vuelve algo extraño cuando las cosas comienzan a derivar hacia el lado romántico. —Blablabla —dijo Clarissa—, ¿pero piensas en él como en un novio? —¿En verdad estamos teniendo esta conversación? —preguntó Kate, comenzando a sentir que se estaba ruborizando un poco. —Sí —dijo Clarissa—, nosotras, viejas señoras casadas, necesitamos vivir indirectamente a través de ti. —Y eso también aplica a tu especie de trabajo —dijo Jane—. ¿Cómo te está yendo? —No han llamado en dos semanas, y la última vez fue solo para ayudar en una investigación. Lo siento, chicas... no es tan aventurero como ustedes esperan que sea. —¿Así que vuelves a ser jubilada? —preguntó Clarissa. —Básicamente. Es complicado. Ese comentario finalizó el interrogatorio y ellas volvieron a hurgar los tópicos domésticos —nuevas películas, un festival musical en la ciudad, las construcciones en la Interestatal, y así sucesivamente. Pero la mente de Kate se había quedado enganchada en el tema del trabajo. Era consolador saber que el Buró todavía estaba considerándola como un recurso, pero ella había estado esperando un rol más activo luego de haber atado los cabos en el último caso. Sin embargo, hasta ahora solo había sabido del Subdirector Durán una sola vez, y eso fue para pedirle un reporte de desempeño sobre DeMarco. Sabía lo extraño que le parecía a sus amigas que ella fuera todavía técnicamente una agente activa mientras se metía en su rol como abuela. Diablos, era extraño para ella también. Añádase el lento florecimiento de la relación con Allen y era de suponer que su vida fuera bastante interesante para ellas. Honestamente, se consideraba afortunada. Cumpliría cincuenta y seis años a fin de mes y sabía que muchas mujeres de su edad estarían envidiosas de la vida que tenía. Siempre se decía esto cuando sentía la apremiante necesidad de estar más activa en el trabajo. Y en algunos días, eso funcionaba. E igual que cuando eso sucedía, con su nieta viniendo a visitarla por primera vez desde su nacimiento, hoy era uno de esos días. *** Una cosa que hacía difícil equilibrar su nuevo rol como abuela con su deseo de meter las manos en otro caso era el tratar de pensar como abuela. Esa tarde, dejó su casa y se fue caminando hasta las pequeñas y económicas tiendas en el distrito Carytown de Richmond. Sentía que tenía que conseguir un regalo para Michelle a fin de celebrar su primera noche en casa de la Abuela. Fue difícil hacer a un lado armas y sospechosos para enfocarse en su lugar en animales de felpa y baberos. Pero mientras registraba unas tiendas, se fue haciendo algo más fácil. Encontró que en realidad disfrutaba comprar para su nieta, aunque esta no tuviera siquiera dos meses y, honestamente, no le importaría cualquier regalo que ella le diera. Encontró difícil no tomar cada cosa linda que encontraba y comprarla. Después de todo, ¿no era la responsabilidad de una abuela malcriar a sus nietos? Al pagar sus compras en la tercera tienda que visitó, recibió un texto. No tardó en revisarlo. En las últimas semanas, surgía una pequeña esperanza cada vez que recibía una llamada o un texto, pensando que podría ser Durán o alguien más del Buró. Se reprendió mentalmente al sentirse decepcionada porque no era del Buró sino de Allen. Una vez que se sobrepuso al aguijón de no haber sido llamada por el Buró, se dio cuenta de que estaba feliz por saber de él —de hecho, estaba siempre feliz por saber de él. —Allen, tienes que ayudarme —bromeó al contestar—. Visito las tiendas por Michelle y le quiero comprar todo lo que veo. ¿Es eso normal? —No sé —dijo Allen—. Ninguno de mis hijos se ha establecido y me ha hecho abuelo. —Aprende de mí. Empieza a ahorrar. Allen rió, un sonido que a Kate iba gustándole un poco.—¿Así que esta noche es la gran noche, eh? —Lo es. Y sé que ya crié a una hija y sé lo que tengo que esperar, pero estoy un poco aterrada. —Ah, estarás grandiosa. Quieres hablar de lo que es estar aterrado... Voy a salir con mis muchachos a tomar unos tragos esta noche. Y no he bebido más de dos de una sola sentada como en cinco años. —Que te diviertas con eso. —Me estaba preguntando si querrías que nos encontraramos mañana para cenar. Podemos compartir nuestras historias de supervivencia de esta noche. —Eso me gustaría. ¿Quieres venir a mi casa como a las siete? —Suena como un plan. Diviértete esta noche. ¿Todavía la pequeña Michelle duerme toda la noche? —No lo creo. —Ouch —dijo Allen, y dio por finalizada la llamada. Kate guardó el teléfono, balanceando las bolsas de las compras que había hecho. No pudo evitar sonreír. Estaba parada bajo el sol en su lado favorito de la ciudad, habiendo simplemente ido de compras, por su nieta de dos meses, y a quien estaría cuidando esa noche. Dada la manera como se estaba desenvolviendo su día, ¿realmente quería que el Buró la llamara después de todo? Iba caminando de regreso a su casa —un paseo de tres cuadras desde el lugar donde respondió a la llamada de Allen —cuando vio a una pequeña niña con una camiseta de My Little Pony. Estaba caminando con su madre, cogidas de la mano, a solo unos pasos de ella yendo en su dirección. Tenía cinco o seis años, con su cabello recogido en una cola que solo el cuidado de una madre podía crear. Tenía ojos azules y una nariz terminada en punta que la hacía ver más bien como un duendecillo. Fue esa característica la que envió un pinchazo de desesperación al corazón de Kate. Una imagen relampagueó en su mente, la de una pequeña niña que se veía casi idéntica a esta. Pero en esta imagen, la pequeña tenía tierra y mugre en su cara, y estaba llorando. Las luces de las patrullas policiales destellaban detrás de ella. La imagen era tan fuerte que Kate dejó de caminar por un momento. Apartó sus ojos de la niña para no lucir extraña o espeluznante. Se aferró a esa imagen en su cabeza e hizo su mejor esfuerzo para hallar el recuerdo asociado con ella. Llegó a ella gradualmente y cuando vino, se desenvolvió lentamente, como si estuviera leyendo el reporte del caso. Niña de cinco años, encontrada tres días después de ser reportada desaparecida. Metida en una cabaña de pesca en Arkansas con los cadáveres de sus padres. Los padres eran la quinta y sexta víctima de un asesino en serie que había aterrorizado a Arkansas por buena parte de los últimos cuatro meses… un asesino que Kate eventualmente había atrapado, pero solo después de haber acabado con un total de nueve personas. Kate estaba conciente de que de pronto se había quedado parada como una estatua en medio de la calle, pero parecía que no podía moverse. Ese caso la había perseguido por un tiempo. Tantos callejones sin salida, tantas pistas falsas. Había estado corriendo en círculos, incapaz de hallar al asesino mientras él continuaba sumando cuerpos a su cuenta. Solo Dios sabía lo que había planeado para esa pequeña niña. Pero tú la salvaste, se dijo a sí misma. Al final, tú la salvaste. Kate comenzó lentamente a caminar de nuevo. No era la primera vez que una imagen al azar de su trabajo pasado irrumpía en su mente y la distraía. A veces aparecían con naturalidad, aunque salidas de la nada. Pero había otras ocasiones en las que venían con fuerza y rapidez, como el flashback de un estrés post-traumático. La imagen de la niña de Arkansas estaba en el punto medio. Y Kate estaba agradecida por eso. Ese caso en particular casi había provocado que dimitiera como agente en el 2009. Le había destrozado el alma, tanto, como para solicitar dos semanas de permiso en el trabajo. Y de repente, por una fracción de segundo, mientras caminaba de regreso a su casa con los regalos para su nieta en la mano, Kate sintió que la hacían retroceder en el tiempo. Cerca de diez años habían pasado desde que había rescatado a esa niña. Kate se preguntó dónde estaría y si habría superado el trauma. —¿Señora? Kate parpadeó, sobresaltándose ligeramente ante el sonido de una voz extraña. Era un adolescente parado delante de ella. Se veía preocupado, como si no estuviera seguro de si debería estar parado allí o salir corriendo. —¿Está bien? —preguntó— Usted se ve... No lo sé. Enferma. Como si fuera a desmayarse o algo parecido. —No —dijo Kate, sacudiendo su cabeza—, estoy bien. Gracias. El muchacho asintió y siguió su camino. Kate comenzó a caminar de nuevo, arrancada de un agujero en el pasado que suponía aún no había cerrado. Y mientras se acercaba cada vez más a su casa, comenzó a preguntarse cuántos de esos agujeros habían quedado abiertos. Y si los fantasmas de su pasado continuarían acosándola hasta que ella también se convirtiera en uno de ellos.
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