CAPÍTULO TRECE
Kate se las arregló para mantener el agotamiento a raya hasta que llegó a la salida de la autopista que la conduciría al interior de Richmond. Allí, dejó escapar un bostezo tan largo y tan profundo que prácticamente ya se sentía acostada en su cama. Había hecho una estimación casi perfecta del tiempo, bordeando muy despacio, finalmente a las 8:40, las calles de Carytown en dirección a su casa.
Con todo, a pesar de estar más que extenuada, no podía dejar de pensar en DeMarco. Kate había tenido siempre el hábito de no parar de trabajar en un caso hasta que se hubiese producido un arresto firme y oficial. Naturalmente, sentía que había dejado el caso de las parejas asesinadas mucho antes de que hubiera sido verdaderamente resuelto; sabía que eso la fastidiaría hasta que el ca
