Le devuelvo el celular a la preocupada chica que no me quita los ojos de encima y me sigue con la mirada mientras tomo mi teléfono para llamar a Arturo.
—Necesito confirmar ya dónde está Alexander. Prende los rastreadores; voy bajando.
Ignoro a la chica al pasar por su lado, pero la muy osada me intercepta y habla.
—¿Qué le digo a Isabella? Ella está desesperada, ¿qué hago? No puedo simplemente imaginar que nada pasó.
—Trata de calmarla —le digo, y luego la aparto para proseguir.
—¿De verdad piensa ir a buscarlo? ¿No llamará a las autoridades? ¿Se cree Superman o qué?
No sé qué le acabo de decir con la mirada, pero, por la expresión que pone, parece que no fue nada bueno. Retrocede un poco y agacha la cabeza antes de volver a hablar.
—Perdón, estoy nerviosa y preocupada por mi amiga. No fue mi intención faltarle al respeto.
Parece que la preocupación por su amiga es real y, aunque es inteligente, es tan poco sensata que seguramente sería capaz de seguirme y sermonearme hasta que suba al vehículo y desaparezca de su vista.
—Ve con Isabella, cuídala, y dile que me estoy encargando de la situación. Que tenga por seguro que lo encontraré. Toda esa energía suya, úsela para evitar que ella salga de la casa y agrande los problemas.
Se queda congelada por unos segundos y, de pronto, sale de mi oficina de la misma forma en que ingresó: como un ventarrón.
—Está en movimiento —grita Arturo desde la puerta, posiblemente extrañado por mi demora y casi chocando con Chloe.
—Vámonos —digo, saliendo por fin.
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Los tres rastreadores apuntan al mismo lugar, así que nos movemos con certeza tan rápido como podemos. El punto es poco transitado, pero supongo que Roberto se dio cuenta a tiempo, pues el vehículo alcanzó a frenar antes de ingresar al deprimido; allí habrían sido un blanco fácil para acabar todo rápido. Las motos llegaron primero, ya que es más fácil adelantarse en zonas concurridas, lo cual agradezco, pues llegaron justo a tiempo. No quiero ni imaginar lo que habría pasado si nos hubiéramos demorado solo tres minutos más.
A mi llegada, la escena es espantosa. Casi toda la escolta de Alexander está muerta, Roberto está herido en una pierna, y mi primo ha recibido varios impactos de bala en el pecho, pero sigue con vida. Llegamos a tiempo antes de que lo remataran. Estoy preocupado, así que corro directamente hasta Alexander y constato que sigue respirando, pues temí lo peor cuando lo vi.
¡Fallé! ¡Fallé! Eso es lo que grita mi mente al observar la escena y la sangre de Alexander ahora en mis manos y ropa. Llamo a una ambulancia para recoger a los pocos heridos y, obviamente, a mi primo, que se encuentra inconsciente. Tengo rabia conmigo mismo. Se supone que yo debía cuidarlo; no debí confiar en su esquema de seguridad. La preocupación es desplazada por la rabia al ver a uno de los atacantes, aún con vida, en el suelo, así que llamo a Arturo.
—Arturo, llévalo a mi lugar especial. Yo mismo me encargaré de interrogarlo —le digo, señalando al desgraciado que está herido sobre el asfalto—. Lo necesito vivo, así que no lo toquen.
—Limpien la escena, dejen solo un cuerpo del enemigo. Necesito que las autoridades investiguen un atentado fallido contra mi primo —le digo a Fausto, quien sabe perfectamente qué hacer.
Miro hacia Roberto, cuya mirada escapa extrañamente de la mía.
—Vamos a decir que eras tú quien iba en ese vehículo, que Alexander está de viaje con su esposa. No sobrevivió ninguno de los atacantes, así que nadie fuera de nosotros sabe qué fue de Alexander, y necesito que por un tiempo así se quede todo. ¿Quedó claro?
El hombre asiente lentamente y baja la cabeza. No está tan conversador conmigo como normalmente intenta ser. Siempre he creído que trata de ganarse mi simpatía, aunque no entiendo por qué. Intento esperar la ambulancia, pero demoran más de lo que creí, así que, sin paciencia, meto a Alexander en la parte de atrás de mi vehículo y arranco con él hasta el hospital más cercano. No me importaron los semáforos ni la velocidad máxima de la vía; cada vez que se daba la oportunidad, hundía el acelerador a fondo.
—¡Necesito ayuda! —grito desde la puerta, y ante la demora, ingreso y llevo casi a rastras a dos camilleros, quienes, al percatarse del estado de Alexander, vuelven inmediatamente por una camilla y lo sacan del vehículo.
Corro detrás de la camilla y observo cómo un médico empieza a examinar a toda velocidad a Alexander. No entiendo la terminología que usa, pero lo que sí logro comprender es que deben llevarlo de inmediato a cirugía, pues al parecer una de las balas lo rozó. Trato de seguirlos, pero dos auxiliares me frenan y me piden llenar los datos del paciente. Miro con impotencia hacia el lugar en que ha desaparecido Alexander, y aunque sé que no puedo ayudarlo más en este momento, quisiera acompañarlo.
—Señor, necesito los datos del paciente —reitera el enfermero.
¡Céntrate, Sebastián! ¡Céntrate, este momento es crucial también! Me regaño mentalmente.
—Bien, necesito hablar con el director de este lugar —digo, decidido a ocultar la identidad de Alexander aquí.
—Señor, necesitamos los datos urgente; no tenemos tiempo para eso —insiste, algo más exaltado, el hombre.
Lo entiendo, debe pensar que lo único que quiero es recomendar la salud de mi primo, pero esto es mucho más grande que eso, así que saco unos cuantos billetes y se los entrego al hombre.
—Necesito hablar con el director de este lugar.
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Después de escucharme y comprender que tendría este lugar lleno de reporteros y posiblemente de matones buscando terminar el trabajo si no me ayudaba a ocultar la identidad de mi primo, el hombre fue muy cooperativo. A partir de este momento, Alexander es el paciente NN32 en los registros a los cuales tendrá acceso casi todo el personal.
La cirugía avanza y debo buscar la forma de dar esta noticia, pero antes de hacerlo con el abuelo, quiero hablar con Isabella y ser yo quien le informe. Necesito ver sus reacciones, terminar de convencerme de que esta mujer, salida de la nada, de verdad está con mi primo por amor y no por alguna extraña treta. Voy saliendo por urgencias cuando veo que el lugar parece más el purgatorio que otra cosa. Acaban de llegar ambulancias y no solo son los heridos del atentado, sino también los heridos de un intento de robo en una tienda de abarrotes, y también están en muy mal estado.
—¡Sujétenlo fuerte! —grita una voz femenina cerca de mí.
Al buscar de dónde proviene, me encuentro con un sujeto que es mantenido en su lugar por un camillero.
—No está roto el hueso, eso es bueno; será rápido, lo prometo —grita la mujer con rostro serio.
El sujeto tiene cara de pánico, pero él lo sabe, el camillero lo sabe y hasta yo lo sé. Ella debe volver a acomodar el hueso en su sitio. Miro con curiosidad la escena, pues conozco el rostro de la mujer. Es Sophia, la hermana de Isabella.
El grito del hombre se pierde entre el resto de lamentos que inundan la sala, pero ella cumplió su palabra; eso fue rápido, y sin perder más tiempo con él, toma notas rápidas en una tablita y pasa a la siguiente camilla.
—¡Fue él, fue él! —grita de pronto uno de los heridos, y todos volteamos a ver a un hombre joven, de unos veinticuatro o veinticinco años, con tatuajes de pésimo gusto en su cuello y brazos—. Es el ladrón.
El hombre estaba herido en un costado, pero al sentirse identificado, se levanta y saca, quién sabe de dónde, una navaja y trata ahora de salir de aquí, pero hay un guardia de valentía dudosa en la puerta, así que no puede salir tan fácil como le habría gustado.
—Esto es un hospital, déjanos atenderte y después resuelven sus problemas con la ley —grita Sophia.
Ella, aunque evidentemente tiene miedo, no está paralizada como lo están sus otros dos compañeros médicos, ambos hombres. Tal vez esta no es la primera situación de peligro que tiene que vivir.
—Deberías hacerle caso a la doctora —veo entrar en ese momento a dos uniformados, quienes aparentemente eran los encargados del grupo, pero sigo hablando y caminando hacia él.
—Detente, imbécil, o te mueres aquí —masculla, blandiendo su arma.
No demoro mucho en caer sobre el hombre y quitarle la navaja, y un segundo después Sophia está a mi lado, ahora dándome órdenes.
—Retenlo por un monuto, esto le hará efecto rápido —afirma mientras le inyecta rápidamente algo en el cuello.
Piernas bonitas y caracter fuerte, me agrada esa combinación.
—¿Qué haces aquí Sebastian? —pregunta mientras sigo presionando al sujeto contra el piso.
Sus ojos verdes me escudriñan y creo que es tonto mentirle, es más, ella puede ser una gran ayuda en este lugar.
—Alexander acaba de sufrir un atentadao, está en cirugía.