Aquí lo único que hay es sexo, sexo caliente, lascivo y fuerte. Tan así es, que esta mujer no tuvo tapujo alguno en llegar a mi apartamento en ropa interior, cubriendo su cuerpo solo con un abrigo. Justo lo que estoy necesitando para descargar toda esta frustración. Me acerco a ella, tomo su rostro con una mano y la beso de forma brusca.
Ekaterina Smirnov, o Katya, como insiste en que la llame, es la jefa de seguridad de los Wilson, una familia muy poderosa con varias generaciones de políticos de importancia para el país. La conocí durante un "proceso de exportación" que realicé para esa familia y, desde entonces, es mi amante regular.
Ni la delicadeza ni la sutileza es su fuerte, menos el mío. Nuestras lenguas se rozan, invadiendo y exigiendo a nuestros cuerpos subir la temperatura de forma rápida. Muerdo su labio inferior con algo de presión, mientras una de sus manos ya está bajando mi bragueta para frotar mi m*****o sobre el bóxer. Pego su espalda a la pared y cierro la puerta con un golpe seco para no desatender a la mujer.
El abrigo color miel cae al suelo, quedando solo en la ropa interior de encaje n***o y unos hermosos tacones muy altos. Sus manos tienen una habilidad más que sobresaliente para la labor que está desarrollando, pero la interrumpe para dedicarse a soltar los botones de mi camisa. No quiero que me desatienda, así que regreso su mano a mi dureza y le indico dónde tocar y cómo hacerlo. Luego, yo mismo me deshago de las prendas, incluyendo mi bóxer. No tengo tapujo en mostrarme desnudo, al igual que ella tampoco lo tiene.
Miro con hambre ese hermoso cuerpo correctamente ejercitado y, definitivamente, el encaje realza sus encantos.
—Abajo —retrocedo un poco para que ella tenga espacio de hacer lo que le digo.
Me mira deseosa y, sin dudarlo, sus rodillas quedan en la alfombra. El calor y la humedad de su boca son estimulantes, pero debo sumarle la presión succionante que ejerce y la estimulación localizada de su lengua. Una de mis manos estuvo tratando de mantener mi control y distancia frenándose en una pared, pero pronto esa buena intención de mi parte desaparece a medida que la tensión de algunos de mis músculos aumenta. Mi mano pasa a ejercer presión en su cabeza y mis caderas inician un vaivén que hace que una especie de gruñido salga de mis labios.
Por fin, pone algo de resistencia ante la profundidad que estoy exigiendo, así que la levanto y ubico mirando hacia la pared.
—Hoy estás más exigente de lo usual —separo sus piernas y doy una palmada sonora en su trasero, tras lo cual me acerco para hablar a su oído a la vez que constato su humedad con mis dedos.
—¿Es eso una queja? Porque tu cuerpo está diciendo otra cosa —retiro mi mano de su zona íntima y le dejo ver el hilo de humedad elástica que hay entre ellos cuando separo dos de mis dedos.
—Nunca, es solo una observación.
Ya lo sabía, la conozco demasiado bien. Funcionamos los dos muy bien y, aun así, esto no es más que un pasatiempo para ambos. La forma perfecta de soltar tensión.
Introduzco mis dedos en su boca y ella los chupa de manera sugestiva, mientras corro a un lado su panty e ingreso en ella. Disfruto mucho ese primer instante en que su cuerpo reacciona a mi intromisión, cuando su trasero se aprieta y abre la boca para aspirar aire. Mi mano juguetea con su punto sensible sin que me mueva dentro de ella y siento cómo me empapa de manera casi instantánea. Cambio el movimiento de mis dedos a una especie de golpeteo e instintivamente saca su trasero, casi lo empina como forma de pedirme lo que quiere.
¡Piedad! Esta mujer no sabe lo que es contenerse para gemir y eso solo me motiva a ser más enérgico. Ella lo sabe, ella lo busca y ahora estoy tan estimulado con el sonido que generan también nuestros cuerpos al chocar que debo obligarme a cambiar de actividad. La tomo entre mis brazos y la llevo hasta el sillón más cercano, donde la acomodo a mi parecer con el trasero en lo alto del espaldar para beber con más facilidad sus fluidos.
Aprieto su trasero y lo palméo nuevamente dejando una nueva marca roja, para posteriormente meter mi cara entre sus piernas. Se retuerce y trata de alcanzarme, pero inmovilizo sus manos con facilidad en su espalda. Se viene nuevamente en mi boca y ahora sí mi amigo vuelve a entrar en acción. Una nueva postura, mucho sudor y ya no paré hasta sentirme completamente satisfecho un par de veces.
—Así que fue un día pesado —dice tras salir del baño, limpia y sin ropa interior.
—Ni lo imaginas —digo estirando mi cuerpo en la cama—. Toma una camiseta de aquel cajón —le digo señalando mi armario—, sería bueno tener puesto algo debajo del abrigo ahora.
No la estoy echando, es solo que la conozco y sé que no se quedará a dormir conmigo. A su concepto, dormir arrunchados crea sentimientos y no está para eso ahora. No estoy de acuerdo, sé que puedo dormir abrazando a una mujer y no enamorarme de ella, pero ni estoy para obligarla ni ella es de las que se dejan obligar.
—Bueno —responde de manera despreocupada—, esa será mi siguiente excusa para volver, quizás mañana.
Me causa gracia escuchar eso, pues ella no necesita excusas para venir y pedir sexo.
—Mañana no estaré —respondo de inmediato al recordar la visita que debo hacer a casa del abuelo.
—Entonces después será —responde tras acercarse hasta mí y darme un beso antes de irse.
Mi mente se queda pegada pensando en el día de mañana. El informe que le daré a Alexander es lo de menos, yo solo paso la información y él verá qué hace. Lo que sí quiero corroborar es si la mujer de mi primo es un peligro potencial o no. Me sorprendió que esa boda se realizara, no tenía ni idea de la existencia de esa mujer hasta ese momento en que la vi ingresando a la iglesia, bella como si fuera un espejismo.
Se veía no solo bella, sino delicada, una presencia diferente al tipo de mujeres por las que suele tener preferencia Alexander. Ahora que lo pienso, es más del tipo de Noah, indiscutiblemente. Mía, la mujer de Noah, debe ser algo así.
Sacudo mi cabeza y trato de sacar a Noah y su esposa de mi mente para no entristecerme nuevamente y pienso otra vez en Isabella. No puedo evitar recordar que me gustó verla y que en algún momento durante el primer y casi eterno baile de los novios, deseé de manera fugaz poder estar así algún día, con esa misma mirada de fascinación que mostraba Alexander hacia esa mujer.
—Tal parece que aún queda en mí algo de soñador. No creo que una buena mujer como aparentemente es Isabella —según mi investigación posterior— sea capaz de obnubilarme así —me digo en voz baja antes de que el sueño por fin me alcance.