Regresó adonde se encontraba el hombre, su pelo cano parecía brillar como plata con el sol. Lo miró desde lejos, luego miró hacia la entrada principal del motel, reconoció sus puertas de vidrio, al entrar por ella, se encontró con un comedor, sus mesas y sillas se veían un poco viejas, al acercarse al mesón, en el extremo de el, se abrió una puerta que dejó mostrar la cocina detrás de la mujer mayor que cargaba unos envases con aderezos, mayonesa, ketchup.
—¿Qué desea, señorita?
—Busco respuesta, sobre un cliente que estuvo aquí hace un par de noches.
—¿Un par?, sea más específica.
—El domingo por la noche, a eso de las 23 horas, ocupó la habitación 20, era un hombre joven, rubio, muy atractivo.
—Esta equivocada, si quiere despejar toda duda, la llevaré a la habitación número 20.
Al entrar en ella, lo primero que miró, fue la cama, estaba desarmada, como si no se hubiese ocupado por mucho tiempo, la lámpara que el domingo les entregó una tenue luz, ahora no encendía por falta de bombilla. Miró al techo y ahí estaban las marcas de gotera, las cuales recordaba muy bien. Olía a encierro. Había polvo encima de la mesa de luz. Sin duda era la habitación, pero alguien se había tomado demasiadas molestias para hacer que la habitación estuviera en desuso mucho tiempo.
—¿Tiene más empleados aparte del joven que está afuera?
—No, y él es mi sobrino, aquí lo hacemos todo nosotros.
—¿Podría hablar con él?
—En estos momentos salió para la ciudad por algunas cosas que se necesitan para reparar en algo este destartalado motel.
—Entiendo, ¿Lo puedo esperar?
—Lo puede hacer, pero él no regresa hasta dentro de 3 días.
—Está bien, volveré en tres días, sino le importa.
—Como quiera, pero pierde su tiempo, la habitación no fue rentada en la fecha que dice, y también se lo he dicho a la Sargento.
Arrancó el auto, tomó de vuelta la carretera hacia San Antonio, allí lo cambió por una vieja camioneta heredada de su abuelo, fue el primer vehículo que tuvo, y ahora lo conserva como uno de los mas importantes tesoro, le gusta salir de vez en cuando en ella, y esta era la ocasión perfecta, si quería pasar desapercibida. Manejó de vuelta al motel, se estacionó detrás de un cerco de arbustos que separan al motel de la siguiente propiedad, aprovechó que esta se encontraba abandonada. Desde allí comenzó a observar. De pronto el lugar se animó, Venus, al parecer era el único motel que poseía un pequeño restaurant en aquel lugar, donde las personas podían ir a comer. Así como se llenó, también se vació, ningún comensal se quedó a alojarse allí. Buscó entre los hombres a Agustín, pero no había nadie remotamente parecido, tanto física, como en edad.
Tenia claro que no podía seguir perdiendo el tiempo. Tenía muchas cosas por resolver, encontrar a un buen abogado, buscar a Agustín y por si fuera poco, debía estar en el entierro, una vez hayan entregado el cuerpo o más bien los huesos de su esposo. Rodrigo tenía familia, aunque no eran muy cercanos. Para Rodrigo su familia le provocaba vergüenza, debido a sus orígenes humildes que tenían. Por primera vez vería a sus suegros, por primera vez conocería más acerca de él. Dirigió su camioneta hasta su casa, y a mitad de camino, sonó su teléfono móvil. Orilló su vehículo para contestar.
—Hola Marian, lamento no haber respondido antes, he estado ocupada con los abogados, para ver lo del seguro.¿ Como estás?
—¿Cómo quieres que esté?, han asesinado a Rodrigo, quemado nuestro hotel por las cuatro partes. La sargento Villalobos cree que soy culpable, y para rematarla, no puedo demostrar mi inocencia utilizando mi coartada, porque se ha esfumado como si fuera un fantasma, un invento.
Fernanda no contestó a Marian de inmediato, se tardó unos segundo en hacerlo.
—Lo lamento, créeme que siento mucho la muerte de Rodrigo.
—¿Cuando fue la última vez que lo viste?, ¿Qué habrá ido hacer alli?
—La sargento cree que tú lo llevaste
—No tiene sentido, ¿Para que lo llevaría hasta allí?
—Para librarte de él, obviamente. Lo habías amenazado con librarte de él, pero te referías al divorcio, claramente. Le dije a la sargento que estaba equivocada.
Marian cerró los ojos, se sentía cansada, y ahora resultaba que las palabras dichas a Rodrigo se volvían en su contra, acusándola de haber cometido tal horrendo crimen.
Fernanda al no escuchar a su amiga preguntó.
—¿Sigues ahí?
—Si, te escucho. ¿ Que más me puedes decir?, si sabes que no maté a Rodrigo,¿ Verdad?. Reconozco que últimamente discutimos y nos amenazamos con librarnos el uno del otro, pero no estaba en mis planes líbrame asesinándolo. Necesito un buen abogado.
—¿Así de mal están las cosas?
—La sargento cree que soy culpable y no quiere seguir investigando, más bien busca pruebas para acusarme.
—Conozco a varios abogados…y de los mejores en Viña del Mar. Les llamaré para que se pongan en contacto contigo.
—De acuerdo, lo agradezco.
—¿Dónde te encuentras ahora?
—En cada— respondió, sin entender porque mintió en algo tan sencillo.
—¿Necesitas que te ayude en algo más?
—No, estoy bien de momento. Cualquier cosa, te llamo. Gracias por tu amistad— no espero respuesta, colgó el llamado. Se estiró, para relajar sus músculos.
Tenia hambre y cansancio. Manejó en dirección a su casa, se dio una ducha y fue hasta su restaurant favorito de comida tailandesa. Pidió Pad Thai, aquel plato le evocó recuerdo de su luna de miel junto a Rodrigo, recorrieron Bangkok abrazos, muy pegados el uno al otro, como si el mundo se fuese acabar y ellos queríendo permanecer juntos. Miró hacia el exterior, vio como las personas transitaban, los solitarios iban aprisa y la parejas caminaban lentamente tomados de la mano. Por un momento imaginó que entre los solitarios pasaría Agustín, luego imaginó que tal vez pasaría acompañado de alguna joven y atractiva mujer. La voz del mesero la sacó de sus pensamientos, volviéndola a la realidad, aquella realidad donde es sospechosa del asesinato de su esposo y que le tiene complicada legalmente. Al día siguiente tendría que hacer los papeles para el entierro de su esposo.