1. Recuerdos
Judith López
Mientras observo como mi pequeño hijito duerme apacible, mi corazón se estruja reprimiendo lágrimas que luchan por salir. Si yo pudiera darle algo mejor a mi bebé lo haría, cada día me levanto, aunque mis ánimos estén por el suelo sólo por él. Para poder traer un poco de comida a su boca. Pero hay días que siento que no puedo más. El recuerdo y el dolor de que alguna vez un hombre se burló de mí, engañándome, endulzándome el oído sólo para estar con él. Yo era muy inocente, tan sólo tenía dieciocho años estaba a punto de salir del instituto cuando quedé embarazada.
Aprieto con fuerza el biberón de mi bebé al volver a recordar cada día como mi vida termino en el momento en que conocí a ese hombre.
…
Su nombre era Adrián, aún recuerdo su rostro como si hubiese sido ayer cuando la primera vez que lo vi quede completamente cegada de amor por él. Era el típico chico que todas las chicas miran por ser tan guapo y ser el niño “rico” de la escuela a pesar de que el instituto en el que estudiaba no estaba ubicado en una zona acaudalada, si no, al contrarío mi familia y yo siempre vivimos en una de las colonias más marginadas de la ciudad. Mi recorrido de la casa a la escuela siempre era en bus tomaba dos para poder llegar a tiempo, aunque algunas veces para regresar tuviera que caminar casi dos horas por el hecho de no tener suficiente dinero para el transporte. Mi madre trabajaba en una fábrica, por lo regular siempre se ausentaba durante el día, siempre era yo quien cuidaba a mis hermanitos durante la tarde. Mi padrastro era un hombre que detestaba por que siempre se la pasaba recordándome que era él quien me daba para los gastos de la escuela por eso debía hacer todos los quehaceres de la casa cuando mi madre no estuviera, por las noches terminaba exhausta, había veces que por terminar la tarea y entregarla a tiempo terminaba durmiendo hasta la una de la madrugada, siendo al día siguiente la misma rutina. Entonces fue cuando conocí a Adrián. Pensé que había sido amor a primera vista, pero que equivocada estaba.
Fuimos novios apenas un mes, era el joven más apuesto que conocía, estaba fascinada por que me presumía frente a todos en el instituto como su novia. Un día me pidió que lo acompañará a su casa ya que sus padres no estaban. Recuerdo que ese día yo no podía llegar tarde, ya que otros días lo había hecho por pasar tiempo con él y mi padrastro se había enojado mucho por que al llegar del trabajo no había comida hecha, no quería que se siguiera enojando conmigo y mucho menos con mamá que era quien se llevaba todos los malos modos de parte de él. Pero Adrián me insistió tanto, que cuando me dijo que si lo amaba se lo demostrará yendo a su casa no pude decirle que no. Ahí fue cuando tuve mi primera vez con un hombre. Me hizo suya, me entregué a él sin protección, no sabía nada sobre métodos anticonceptivos ni condones por que jamás había tenido novio antes y mi madre nunca habló sobre esos temas conmigo. Pasaron algunos días, las cosas se fueron volviendo más frías entre él y yo. Adrián buscaba cualquier excusa para que yo no le hablará, me evitaba a toda costa cuando al fin lo enfrenté, me dijo que terminábamos que sólo se había hecho mi novio para estar conmigo, en ese instante, mi corazón se partió en mil pedazos irreparables.
Pasaron semanas y mi período no venía, fue hasta que tuve que confesar a mi madre y decirle estaba embarazada. Ella se puso como loca, me estrujo del cabello, me empujo y me dio varias cachetadas.
—¡Cómo te atreves niña tonta! —gritaba.
Mi padrastro al escuchar a mi madre, también me dio otra tanda de cachetadas antes de decir —te me vas de esta casa que no pienses que te mantendré junto con el escuincle.
Miré a mi madre llorando, suplicándole que me perdonará, pero ella no lo hizo por más que me hinqué. No sabía qué hacer. Era apenas una niña, que haría con un bebé.
—¡Vete! —recuerdo esa única palabra que me dirigió. Mi padrastro me jaló del brazo y me saco de la casa.
—¡Mamá… mamá… no me corras por favor! —gritaba tocando la puerta con todas mis fuerzas, pero no me abrieron. Se llego la noche, amanecí sentada en el suelo en la puerta de mi casa. Cuando mi madre salió al trabajo al día siguiente ni si quiera me dirigió la palabra, me levanté y la seguí, le dije que me pondría a trabajar lo que quisiera pero que no me corriera. Mi madre me dijo que yo era una humillación para ella por que fui igual de tonta al dejarme engatusar por un hombre, que ni si quiera podía verme del odio que sentía por que nunca deseo tenerme, yo era una hija no deseada que ahora tenía en mi vientre un nieto no deseado. Me dijo que me marchará y que jamás volviera a buscarla.
Ese día caminé varias horas hasta la casa de Adrián donde su madre me recibió, le conté con llanto desesperado que estaba embarazada y que él padre de mi hijo era él. Ella enseguida me saco de su casa casi a empujones. Me aventó un billete de doscientos pesos que cayó al suelo y me corrió de su casa no sin antes asegurarme que Adrián no respondería por mi bebé por que de seguro yo era de esas muchachitas calientes que se metían con sus compañeros de clase y ahora buscaba alguien que me mantuviera. Ese era mi fin. Con todo el pesar de mi corazón tomé el billete de doscientos pesos.
Tenía una tía que vivía al otro lado de la ciudad con la que me llevaba muy bien, fui hasta ahí para pedirle que me dejará quedarme sólo unos días mientras encontraba algún trabajo que me permitiera regresar al instituto ya que tan sólo me faltaban unos meses para graduarme. Ella me ayudo por unos días, pero después me dijo que con todo su pesar no podía seguir teniéndome en su casa, no quería problemas con mi madre. Antes de irme, me dijo que había escuchado que había una señora ya grande que vivía sola a unas calles, que estaba buscando alguien que le ayudará con el quehacer. Sin pensarlo me dirigí hasta esa dirección.
Cuando toque en la puerta de madera de aquella casa antigua, vieja y despintada color blanco con naranja. Una señora de unos ochenta años me abrió. Me miró con algo de desdén ya que mi ropa no era la adecuada, mi tía me había prestado ropa de ella, pero me quedaba demasiado floja.
—Hola buen día, disculpe, me dijeron que necesita alguien que pueda hacer el quehacer en su casa.
Arqueo la ceja.
—Pequeña muchacha, no se quien te ha dicho eso, yo soy una anciana que vive sola en esta casa, no tengo a nadie más, no tengo hijos ni nadie.
Abrí los ojos con sorpresa.
—No necesita alguien que le ayude con el quehacer.
La ancianita sonrío con sarcasmo.
—¿Crees que tengo dinero para pagarle a alguien por limpiar esto? —se hizo a un lado para mostrarme su pequeña casa que sólo constaba de una habitación larga que estaba dividida en una recamara y la cocina improvisada con una pequeña mesita de plástico para comer.
Mordí mi labio con pena. La señora apenas y tenía para vivir, tal vez mi tía se había equivocado, o tal vez lo hizo para que me fuera de su casa.