—Muy bonito todo, pero están llamando mucho la atención y para acabar de rematar están en la escuela, en el aula y su profesor, el cual soy yo —enfatizó en la última palabra—. Está presente.
Dicho esto prosiguió a colocar dos de sus dedos en mi frente y despacio me alejó de Amaru. Por el acto repentino lo miré mal, pero al darme cuenta de que estaba mal parada en esta situación, decidí bajar la cabeza y mantenerme dócil.
—Ahora, en vez de uno, tengo dos problemas. Tú, que eres una impertinente e irrespetuosa —me señalo con el dedo para posteriormente dirigir su apunte a Amaru— y tú, que al parecer te crees el jefe de la escuela, ya que hasta los capos se mantienen sumisos y ocultos entre la gente por su posición y, sin embargo, entras aquí como Juan por su casa.
—Lo lamento —murmuré.
—Les diré lo siguiente: por hoy lo dejaré pasar porque es el primer día, pero una próxima vez no sucederá. Ahora se sientan o se salen, elijan. Rápido.
Sin pensármelo demasiado, tomé la mano de Amaru y nos hice camino hasta mi asiento, ya que había un espacio disponible a mi lado.
Quité la mochila de entre sus hombros e iba a hacerlo sentar, empero un carraspeo a mis espaldas me detuvo.
Desvié mi mirada en aquella dirección y un nudo se atoró en mi garganta cuando me topé de lleno con la presencia de mi profesor a mis espaldas; arrugué mi frente al no entender cuál era el problema y por verme frente a la ignorancia, me atreví a preguntarle directamente, pues aunque quisiera no soy de esas personas que captan las indirectas.
—¿Pasa algo…?
—Veo que son una pareja.
Abrí mis ojos en sorpresa, ¿desde cuándo los profesores son así de atrevidos?
—Oh, no es…
—Por ende no pueden sentarse juntos, de lo contrario van a distraerse y con ello también puede que distraigan a la clase y eso definitivamente no lo puedo permitir.
Negué con la cabeza, e hice un mohín de desagrado con mis labios en el momento en que sentí como mis mejillas se calentaron, justo cuando mis compañeros empezaron a hacer alboroto por dichas palabras. ¿Novios?, ¿nosotros?, jamás.
Amaru y yo somos muy buenos amigos; desde que lo conocí ha sido de esa manera, aunque admito que una vez mis sentimientos hacia él se fueron por otro rumbo, pero al ver su evidente desinterés en este sentido hacia mí, como si el solo imaginar tener ese sentir por mí fuese un pecado mortal y además solo pensar lo que afectaría en nuestra amistad esos sentimientos, definitivamente no.
La cuestión es que casi de inmediato volví en sí, y quedamos nuevamente en el punto de partida. Amigos. Ni más ni menos.
—Se equivoca, nosotros… —la voz de Amaru me acalló, le dediqué una mirada entre indignada y asombrada cuando me percaté de que su rostro blanquecino estaba totalmente sonrojado, desde sus orejas hasta su quijada y que no se le veía con intención de desmentir esas palabras.
—No habrá ningún problema si nos sentamos juntos —empezó—, se lo aseguro, puede ponernos a prueba esta primera semana y verá que lo que digo es cierto.
Lo miré horrorizada, él sabe perfectamente que yo puedo hacer todo en esta vida menos mantenerme callada, al menos no por mucho tiempo y eso no es un secreto para nadie. Gamaliel se toma el tiempo de mirarnos, analizándonos, mientras que yo me quedo de piedra.
—Una semana de prueba, no más, pueden sentarse ahora.
Y con eso terminó, yo me quede estática en mi lugar, asimilando lo sucedido, al contrario de Amaru que se fue a sentar.
Él me miró y cerró los ojos con fuerza, a la vez que dejó que un suspiro saliera de sus labios. Entreabrí mi boca para objetar ante su decisión, pero no me atreví cuando lo vi levantarse y caminar hacia mí.
—Sé una chica buena —me susurró al oído al tiempo en que me guio hacia mi asiento.
—Prefiero que nos separen ahora a tener que pasar vergüenza más adelante —murmuré entre dientes, mientras crucé mis brazos sobre mi pecho y fijé mi vista al frente. Lo escuché reír por lo bajo antes de murmurarme de vuelta.
—¿Por qué pasarías vergüenza, Emylie?
Abrí la boca en indignación y justo cuando iba a responderle, el profesor alzó la voz indicándonos que abriéramos el cuaderno y anotáramos algunas de las reglas del salón que nos dictaría a continuación.
—¿En serio me lo preguntas?, todos piensan que salimos, se han burlado lo suficiente de mí esta mañana. No quiero pasar el año escolar con la misma suerte que hoy y mucho menos, que seas tú quien lo hagas —dije cuando incliné mi cuerpo hacia el lado en busca de mi libreta.
—¡Emylie!
Me estremecí y me erguí casi al instante delante de aquella voz fuerte e imponente.
—¡Pero no he hecho nada, estaba buscando mi libreta! —justifique, no me escucho.
—¡Guarda silencio y ven aquí!, con tus cosas, te sentarás a mi lado. En donde pueda verte.
Un gemido lastimero salió de mis labios antes de que cerrará fuertemente mis ojos para posteriormente levantarme.
…
Ha pasado una semana y como supuse, alejaron a Amaru de mí. El profesor me tomó como saco de boxeo para todas sus quejas y las casi diarias exclamaciones con sus manos extendidas al cielo para que Dios le dé paciencia y yo… bueno, yo estoy que me quiero tirar de un puente.
Amaru se encuentra en la fila a mi derecha, a dos lugares adelante, muy lejos de mí, y yo estoy sufriendo por eso, ya que tenía la esperanza de que me ayudará con las asignaciones que no entendía y ahora está a un mundo de distancia. Así como me encuentro a un mundo de poder aprender algo de esta clase aburrida.
Pongo mi codo en la mesa y apoyo mi cabeza en mi palma, mientras me dedico a observarlo. Él parece sentir mi mirada dado que gira su rostro en mi dirección y niega con la cabeza, al unísono que señala rumbo al pizarrón, que es en donde ahora se encuentra el profesor de espaldas escribiendo y se dispone nuevamente a mirar al frente.
Hago un mohín con la boca y no aparto mis ojos.
Me quedo observando su espalda y su cabello n***o, cierro los ojos y la imagen de su rostro viene a mí, sus ojos verdes rasgados, sus labios, su cabello oscuro que parece enredado pese a ser liso… Salgo de mi trance en el tiempo en que un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Abro mis ojos despacio y me encuentro con los suyos, sus ojos impávidos me observan y una sonrisa boba me asalta.
—Hola —saludo sin emitir palabra, solo moviendo mis labios con exageración para que, según yo, este sea capaz de leerlos—. Pienso en ti —una pequeña sonrisa se asomó por su rostro y yo sonrió sacando todos mis dientes.
Su sonrisa se pierde, mientras que inclina su rostro hacia el lado. Observándome. Di un salto al momento de que algo, o mejor dicho, alguien golpeó mi pupitre con fuerza.
Mi mirada viaja rápidamente desde mi mesa hasta el rostro de mi profesor, el cual se ve furioso.
—¿Cuándo…?, ¿cómo? —balbuceo sin entender cómo se halla aquí, frente a mí, sin que me haya dado cuenta.
—¡Emylie! —ruge en mi dirección y yo me encojo en mi asiento. Mi pecho se oprime al instante y trago grueso, sintiendo el calor que me invade por los nervios. —Emylie… —pronunció mi nombre nuevamente, pero esta vez despacio, de una manera que se divisó amenazadora y yo aguante la respiración.
—¿Cuántas veces tengo que…? —en ese preciso momento el timbre sonó y yo me levanté de golpe y sonreí plenamente nerviosa.
—Me castiga el lunes, profesor. Ya es hora de irnos y hoy es viernes, usted sabe. Esto fue obra de los cielos, nada pasa si Dios no quiere.
Tomé con rapidez mi mochila y emprendí la huida sin siquiera mirar atrás. Tengo la esperanza de que su furia aminore, ya que su momento favorito del día es cuando finalizan las clases. De esto no solo me he dado cuenta yo, sino todos, puesto que el profesor no hace ni el más mínimo intento para ocultar la dicha y alivio que lo envuelve cuando llega la hora de irse.
—Dudo que lo olvidé. Ese profesor me lleva muy presente por lo mucho que me detesta —mascullé entre dientes cuando me encontraba lo bastante lejos del salón como para evitar ser atrapada y pude asimilar con mayor cuidado mi paradero frente a esta situación.
—Sí, te detesta.
—No tienes que decirme algo que ya sé a la perfección —farfullé con desgana al momento en que empecé a salir junto a Amaru de la escuela—, ¿no podías advertirme?
—Lo siento, ni siquiera yo me percaté de que él estaba ahí.
Asentí.
Nos encontrábamos en la acera caminando en dirección a nuestras casas que de alguna u otra forma se encontraban en la misma dirección.
—Quiero llegar a casa, camina rápido.
Avancé mi andar y lo dejé un poco atrás con la intención de que esto lo hiciera caminar, aunque sea, un poco más rápido.
—Despacio, Emylie.
—Más rápido, Amaru.
—Por favor… —y eso fue suficiente para que me detuviera abruptamente.
El mal humor o las palabras bromistas se esfumaron instantáneamente. Di la vuelta sobre mis talones y le di frente, así haciendo que este se detuviera de igual forma.
—¿Te pasa algo?, ¿te hizo algo? —tomé sus manos y examiné el interior de sus muñecas en busca del daño.
—No, no me hizo nada.
Me quedé en silencio todavía mirando sus manos y supe que lo que me decía era cierto, ya que la herida estaba cicatrizando bien, no tenía ni un índice de daño reciente.
—Si te hace algo, dímelo, podemos... no lo sé, podremos hacer algo, estoy segura —di un corto suspiro y tragué saliva debido a que un nudo doloroso se formó en mi garganta.
—No tienes que preocuparte. No es tan grave, puedo soportarlo.
Mi estómago se revolvió.
—Has vivido tanto tiempo aguantando que no ves lo grave que es.
—No es que no lo vea, sino que aún puedo soportarlo —declaró calmado. Mi pecho ardió frente a sus palabras, dichas de forma fría y automática. Mis brazos lo rodearon y mi pecho cercano al suyo sintió los latidos erráticos de su corazón.
—Sé que no lo dices en serio —masculle en un hilo de voz para no perder mi voz ante las lágrimas que aclamaban salir—, y te entiendo, Amaru.
Quisiera poder hacer más que abrazarlo y superficialmente entenderlo. Cuánto deseo que mi calidez sea la solución a sus tormentos.