—Suéltame —Amaru dejó salir con serenidad, pero esta se vio interrumpida, cuando él se soltó bruscamente del agarre que su padre mantenía en su brazo—. Te dije que me soltarás.
—Responde a mi pregunta, Amaru —habló el señor Bruno Viagel entre dientes e ignorando por completo la forma tosca en la que su hijo se soltó, me levanté de golpe de donde estaba, viendo las cosas ir por un mal camino.
Los dos hombres frente a mí voltearon su vista hacia mi persona y yo me quedé estática.
El padre de Amaru me dedicó una mirada de pocos amigos; haciendo con esta acción que me encogiera en mí misma, sintiéndome tan indefensa ante él.
—Ya sabía que esto iba a pasar —aseguró—, te dije que te alejaras de ella y mira en donde los encuentro, dime bastardo. ¿Hasta dónde han llegado?
—¿Hasta dónde hemos llegado? —pregunté al unísono que volteé mi rostro hacia Amaru, mientras lo otorgué una mirada interrogante.
—No te preocupes, me encargaré de él y luego hablaremos. Vete ahora —explicó Amaru, sus ojos parecían implorarme que le hiciera caso y supe que no tenía más opción que acatar sus palabras.
Di la vuelta sobre mis talones con entorpecimiento y de forma rápida empecé a alejarme de ambos, no sin antes echar un último vistazo a mis espaldas y encontrarme de lleno con la mirada endurecida de aquel hombre sobre mí. Acto que me hizo tragar saliva y que volviera mi vista al frente casi instantáneamente.
No hasta que entre a mi casa y cerré la puerta detrás de mí, me percaté del ritmo desgobernado al que latía mi pobre corazón.
Sin tiempo que desaprovechar corrí escaleras arriba en camino a mi habitación, tropezando una que otra vez en el camino pero teniendo éxito al cerrar la puerta a mis espaldas.
Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, a la par que di un largo suspiro antes de apresurarme a buscar mi celular con esmero y solo cuando lo tuve entre mis manos pude respirar en paz. Aún no pasaban de las siete de la mañana, lo cual significaba que mis padres no se darán cuenta que salí.
Me tumbé en mi cama y cerré los ojos con fuerza, mientras coloqué mi mano hecha puño en mi pecho, obligándome a despejar la mente con la esperanza de que de esta manera logré escapar de la opresión dolorosa que se ha hecho presente, pero eso tanto como el poder dormir me fueron imposibles, ya que en mi mente se encarceló un único pensamiento.
—Le pidió que se alejará de mí. ¿Por qué?
...
—En física, la masa es una magnitud física y propiedad general de la materia que expresa la inercia o resistencia al cambio de movimiento de un cuerpo. De manera más precisa es la propiedad de un cuerpo que... —perdí el hilo de lo que exponía el profesor de ciencias naturales y me centré en mirar a través de la ventana como las hojas del árbol, que se encontraba afuera de mi salón, se mecían con rudeza de un lado a otro por la potencia del viento.
¿En serio aquel sujeto se hacía llamar el padre de Amaru?
Aquel que le llamó bastardo y le habló como si no le tuviera ningún tipo de afecto. A ese hombre lo había visto en mi vida unas tres veces y de que no fueran más se encargó Amaru, cuando en una de esas pocas ocasiones aun cuando era una niña incapaz de hacer algo, observé como este personaje maltrato a su propio hijo de una forma que nunca pensé que en mi vida iba a presenciar.
Traté de dejar esos recuerdos atrás, ya que el mismo Amaru me lo pidió, lo hizo incluso cuando estuve dispuesta a hablar en su defensa y también a pesar de que llevaba a rastras todas las fúnebres noches en donde siendo un niño después de aguantar todos los abusos de ese hombre buscaba consuelo en los brazos de una infante estúpida que ha guardado silencio hasta ahora.
—Emylie —alguien llamó mi nombre y yo me limite a parpadear confundida tratando de enfocar el rostro de la persona frente a mí—, Emylie.
Le dediqué una última mirada al árbol y vi como algunas hojas empezaron a caer para finalmente chocar con el duro suelo, y solo entonces ese rostro se hizo claro en mi campo de visión.
—¿Laura?
—Emylie, ya es hora de irnos —entrecerré los ojos aturdida y sí, efectivamente ya era hora de irse; pues nadie, además de nosotras dos, se encontraba en el aula.
—Oh, entiendo —coloqué mis manos en la mesa delante y me impulsé hacia arriba con desgana—. Gracias, Laura.
—Siempre —me dedicó una sonrisa amable y prosiguió a darme la espalda con la intención de irse, pero aquello nunca llegó, ya que nuevamente me dio frente y su voz otra vez se hizo escuchar—, ¿te pasa algo?
Guarde silencio ante su pregunta.
La pelinegra de cabello rizado frente a mí me miró expectante y prosiguió a decir—: no quiero ser metida, pero es que hoy estuviste rara. Callada.
Una pequeña risa salió de mis labios y Laura entrecerró sus cejas cosa que hizo que mi sonrisa se esfumara de inmediato.
—Perdón, no creas que me causa gracia lo que dices al contrario, agradezco mucho tu preocupación y todo está bien. No te preocupes —humedecí mis labios con mi lengua y me di un tiempo para después seguir hablando al ver nuevamente la soledad del salón—. ¿Dónde están todos?, ¿cómo es que ninguno se quedó hasta el final?, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que despacharon?
—Oh, eso... —expuso mientras al igual que yo, le echó una ojeada al lugar— bueno, el profesor hizo una de las suyas.
—¿Qué quieres decir?
—Él quiso que te dejáramos en la ignorancia, quiero decir, que no te avisáramos sobre irnos para que aprendieras a no adentrarte tan profundo en tu ensoñación y mucho menos cuando estás en clase —negó con la cabeza y sonrió al parecer recordando aquello—. Pero decidí volver y despertarte. De todas formas debes tener precaución, pueden fácilmente robarte o hacerte algo peor si estás tan distraída.
Me quedé en silencio una vez terminó.
—Tienes razón, muchas gracias por volver y por hablarme sobre esto. Y no te preocupes no le diré nada al profesor de lo que me has dicho aquí.
Una dulce y contagiosa sonrisa se mostró en sus labios y no pude evitar medio sonreír ante este gesto.
—Imaginaba que eras agradable con solo escucharte hablar y me alegra no haber estado equivocada —entreabrí mis labios al escuchar tal confesión—. Debo irme ahora.
Afianzó el agarré de la mochila que sostiene entre sus hombros y yo asentí con la cabeza.
—No tardes, seguramente ya no queda absolutamente nadie en la escuela.
Y con eso me dio la espalda por completo y se marchó.
Dejé salir un largo suspiro y comencé a recoger mis cosas con rapidez, ya que no me gusta estar mucho tiempo a solas y mucho menos sabiendo que nadie vendrá por más que lo esperé.
Una vez tuve todo en orden, apuré mis pasos fuera de la estancia y noté que tal como dijo Laura no había nadie, ni siquiera en los pasillos que la mayoría del tiempo se mantenían plagados de infinidad de estudiantes.
Hoy es lunes y Amaru no vino a la escuela, la última vez que lo vi fue aquel día, un sábado para ser específica y a pesar de que fui a buscarlo al día siguiente al bosque no pude dar con él y aunque mis ganas de verlo eran muchas, me sentía demasiado cobarde como para ir a su casa. Pero había tomado una decisión y esto es que si nuevamente no logró contactarlo, tendré que llenarme de coraje y dirigirme hasta allá, inclusive si eso implica que tendré que enfrentar a ese hombre. No me quedaré sin hacer nada.
Forme mis manos puños y me encamine con pasos decididos por la acera que me llevaba camino a la entrada del bosque. Mis ojos inmediatamente me empezaron a picar. Qué cobardes hemos sido, o mejor dicho yo he sido. Amaru ha aguantado hasta ahora y yo me he quedado como una espectadora sin hacer ni el más mínimo intento, ocultándome bajo la excusa de que él me pidió no decir nada.
—¿Por qué tienes esa expresión? —una voz con tono burlón hizo que detuviera mi andar con rudeza y dirigí mi vista en un santiamén en dirección de la persona portadora de ella —. Y peor aún, una postura como la de esos héroes de caricaturas que se preparan para luchar.
—Ran.