—Con el tiempo entendí eso Sergio, continué la época que me quedaba del liceo siendo una persona muy triste y me volví solitaria, hasta que un día dije basta y decidí sacar un clavo con otro clavo, cuando me di cuenta ningún clavo logró sacarte de aquí —dijo poniéndose la mano en el corazón— Y mucho menos cuando me llamabas semanalmente. Tus llamadas rutinarias las odiaba cada vez que terminaba de hablar contigo, maldecía los mil demonios por haber sido tan débil, y comportarme como una colegiala enamorada cada vez que sonaba el teléfono, vivía todo el día esperando que sonara. Perdí la cuenta de cuantos teléfonos rompí. A pesar de saber como iba a terminar cada llamada, nunca perdí la esperanza de que me dijeras que sí a lo que te pedía, vamos a vernos, voy para allá… lo único que me daba