—Podías haber empezado preguntándome si estaba grabando esta reunión —afirmé con ironía. —No seas ridículo Sergio. —claramente ofendida— para eso te hubiera citado en mi oficina. —Bueno, disculpa... ¿Quieres un trago? —Sí, lo necesito. Después de dos tragos, y una charla sin sentido le pregunté la razón de la cita. —Sin saber lo que se avecina en la lectura quiero hacerte dos propuestas, sé que mi papá confiaba en ti, y por eso de te dejó al frente del negocio de los yates. Sin importar lo que diga la lectura quiero proponerte la compra de tu parte del negocio al doble de su valor en este momento. —soltó sin anestesia. —Vaya —musité claramente sorprendido— ¿a que se debe esta generosa propuesta? Por qué suena algo descabellada —seguramente ya había leído el testamento o supo algo de