Fue una jugada impecable, limpia, perfecta.
Santiago tenía que aceptarlo, estaba abriendo los ojos y el dolor de cabeza le estaba taladrando, sus ojos aún pesaban ardían, dolían, sus manos, sus piernas también, casi parecía que había recibido una paliza.
Supo que era de día, porque el cantar de las aves, el poderoso rayo de sol y la luz se lo dijeron, de lo contrario no sabría ni la hora, ni el día, ni el lugar, que lo identificó cuando vio la fotografía que tenía de su lado de la cama en la que estaba con Fernanda en un parque.
Sonrío en cuanto la vio, eso le dio un parte de seguridad de que no había sido sacado de casa.
Se levantó con cuidado y con los ojos cerrados, seguía mareado, nunca bebía demasiado licor y lo último que había tomado esa noche había sido un vaso de agua.
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