El evento continuaba con su bullicio habitual, pero una mujer, que había estado observando la interacción entre Juliana y Alfredo con curiosidad y malicia, se apartó discretamente del grupo. Era conocida por ser una chismosa en el círculo de los cafeteros, siempre al tanto de los últimos rumores y escándalos. Su nombre era Catalina, todos la conocían por Cata, y disfrutaba especialmente de revolver el pasado y causar conflictos. Cata, con una sonrisa astuta en los labios, se dirigió a un rincón del salón y sacó su teléfono móvil. Sabía exactamente a quién llamar para que su chisme causara el máximo impacto. —Antonia, querida, soy Catalina —expresó con un tono falsamente dulce cuando la llamada fue contestada—. Tengo algo que necesitas saber. Al otro lado de la línea, en Milán, Antonia f