Un rato después, Soledad sintió su cuerpo más relajado, se levantó y sí pudo sostenerse. Caminó un poco, para asegurarse de que era capaz de hacerlo. Cristian entró a la habitación. ―¿Mejor? ―Sí. ―Bien, te enviaré con uno de mis hombres a tu casa. ―¿Puedo irme sola? ―Queda lejos tu casa. ―Lo sé, es que quiero caminar. ―Pueden dejarte donde quieras. ―Está bien. La tomó de la mano y la llevó al estacionamiento donde la esperaba uno de esos autos blindados con vidrios polarizados. ―Espero que no hagas ninguna tontería ―le advirtió antes de que ella se subiera al vehículo. ―Espero que cumplas tu promesa de no molestarme más. ―No te lo prometí ―respondió él con ironía. Ella no contestó y se subió. Max la llevó a la costanera y la dejó allí. ―Estás segura de que t