Nina había espadado inmóvil durante unos segundos más, conteniendo la respiración. Cuando el silencio se apoderó nuevamente del lugar, entreabrió lentamente la puerta del cubículo y, confirmando que estaba sola, salió por completo. Un suspiro profundo escapó de sus labios mientras se apoyaba contra la pared.
—Estúpido rico, qué se cree —murmuró con indignación―Solo porque es guapo y seguro millonario puede tratar mal a cualquiera.
Su ceño se frunció y sus mejillas se sonrojaron mientras recordaba la incómoda proximidad de momentos antes.
—El pervertido era él. Parece que…me estaba apretando a propósito —masculló, acomodándose la ropa con movimientos bruscos—. Si tuviera poder podría denunciarlo, pero ¿para qué? ¿Para yo perder? Es guapo, pero es un imbécil.
Arrodillada frente al balde, acomodando los trapos y productos, siguió murmurando para sí misma:
—Ah, definitivamente, cada vez me doy cuenta de que... en mi país estaba en paz. Pero bueno, le hiciste caso a Driztan y que íbamos a vivir mejor, pero parezco es una esclava y ahora más porque él no consigue empleo.
Sus palabras resonaron en el baño vacío, mezclándose con el suave goteo de un grifo mal cerrado, mientras continuaba con su labor, consciente de que debía terminar rápido para evitar otro encuentro desagradable. Sin embargo, mientras Nina recogía sus implementos de limpieza, su teléfono celular vibró en el bolsillo de su pantalón. Al sacarlo, vio en la pantalla el nombre de su hermano menor.
📱 Whats.App
Emir ♥️ llamando...
[🔴 Rechazar] [🟢 Aceptar]
—¿Emir? —contestó en voz baja, mirando nerviosamente hacia la puerta.
—Hermana, estoy aquí afuera. Ya salí de trabajar, la señora se fue y el cocinero me dijo que podría irme temprano—respondió la voz adolescente al otro lado de la línea.
Nina frunció el ceño, preocupada.
—Ah… y ¿por qué no te fuiste a casa?
—No quiero hablar con Driztan y su madre, tú sabes que me caen mal, no hacen nada —su voz sonaba molesta—. Prefiero esperarte.
—Pero salgo a las doce de la noche —respondió Nina, mirando su reloj de pulsera con preocupación.
—No importa, te esperaré aquí cerca de los contenedores. Jugaré una partida de “Free fire” en el celular.
Nina suspiró. A pesar de tener solo quince años, Emir trabajaba como asistente de jardinería y ocasionalmente ayudante de cocina en la mansión de nada más y nada menos la viuda adinerada…Soraya Al-Fayed antigua esposa de Samir Al-Sharif. El chico se encargaba de podar los arbustos decorativos, alimentar a los pájaros exóticos de la mujer y ayudar al cocinero principal durante las cenas importantes. Un trabajo relativamente tranquilo que le permitía ayudar a su hermana con los gastos.
—Bueno, ten cuidado con los chicos de Pakistán, tu sabes que odian a los blancos —advirtió Nina, recordando los problemas que habían tenido con un grupo de jóvenes del barrio vecino.
—Tranquila, encontré un lugar. Además, sabes que las mujeres no pueden andar solas por aquí —su voz adquirió un tono protector impropio de su edad—. Sabía que a Driztan no le importaría y por eso vine a protegerte, hermana.
Una sonrisa iluminó el rostro cansado de Nina. A pesar de todas las dificultades, el amor y la preocupación de su hermano menor eran un bálsamo para su alma. Desde que su madre los abandonó yéndose con otro hombre y dejándolos al cuidado de su abuela, quien falleció cuando Nina tenía apenas doce años, los hermanos habían formado un vínculo inquebrantable. Nina no pudo terminar la secundaria para poder trabajar y cuidar de Emir, convirtiéndose más en una madre que en una hermana para él.
—Está bien, espérame. Cuando termine mi turno... te buscaré —prometió, sintiendo cómo el peso del día se aligeraba un poco.
Al colgar, Nina guardó el teléfono y respiró hondo. Tenía que darse prisa con la limpieza del baño para poder continuar con el resto de sus obligaciones. Aún quedaban muchas horas por delante antes de poder reunirse con Emir, por lo tanto, se apresuró a terminar la limpieza, mientras que al otro lado del edificio, en el salón principal donde se celebraba la fiesta, Salomón mantenía una sonrisa perfecta en su rostro, aunque por dentro estaba furioso.
Soraya le había arruinado la noche con aquella discusión, y encima, no podía quitarse de la mente las palabras despectivas de aquellos hombres que lo llamaban estúpido a sus espaldas. La rabia burbujeaba dentro de él como lava a punto de erupcionar.
Mientras conversaba con Fadwa Al-Sakhawi, una reconocida cantante y actriz egipcia de la época dorada, ya entrada en años pero que mantenía una elegancia digna de su legendario estatus, la mujer lo examinó con ojos perspicaces.
—¿Qué te pasó en el rostro mi querido Salomón? —preguntó directamente, señalando su mejilla enrojecida.
Salomón se tensó. En medio de su furia, había olvidado por completo que la cachetada de Soraya había sido lo suficientemente fuerte como para dejar marca. Apretó la mandíbula mientras pensaba:
«Esa maldita me dejó una marca»
Con una sonrisa forzada pero convincente, respondió:
—Ah, me pegué en la puerta del baño por equivocación. Fui un tonto —tomó las manos de la mujer mayor con galantería y, desviando hábilmente la conversación, añadió—: Pero, Masha'Allah los años parecen no tocarte, estás hermosa como siempre.
—Shukran jazilan, habibi —respondió ella, sonriendo con coquetería. La frase, que significaba "muchas gracias, querido" en árabe, iba acompañada de un brillo en sus ojos—. Me haces sentir joven, mi rey Salomón.
Él mirándola fijamente con una sonrisa seductora le respondió:
—Me encanta cuando me dicen rey Salomón jajaja —y después su mirada se desviaba hacia Mohamed y Farid, que se aproximaban en su dirección.
«Pedazos de mierdas, los voy a destruir»―pensó.
Los dos hombres, ajenos a que sus palabras en el baño habían sido escuchadas, se acercaron con sonrisas falsas y copas en mano.
—Salomón, ya nos retiramos, veníamos a despedirnos —dijo Mohamed, extendiendo su mano—. Justo le comentaba a Farid sobre esa propuesta de inversión que discutimos la semana pasada. Creo que podrías estar interesado.
—Por supuesto —añadió Farid, con la misma hipocresía—. Tu visión para los negocios es... incomparable.
Salomón estrechó sus manos con firmeza excesiva, manteniendo una sonrisa calculadora que no revelaba nada de la furia que sentía por dentro.
—Me alegra escucharlos. Deberíamos reunirnos dentro de dos días, en mi oficina —propuso con tono amable, pero con un brillo peligroso en sus ojos verdes—. Tengo algunas ideas que podrían beneficiarnos... a todos.
—Sería un honor —respondió Mohamed.
—Ahí estaremos —confirmó Farid, alzando su copa en un brindis.
—Excelente. Mi asistente les enviará los detalles —concluyó Salomón, chocando su copa con las de ellos mientras pensaba en las múltiples formas en que podría destruirlos financieramente antes de que terminara el mes.
Mohamed y Farid se retiraron con sonrisas falsas y reverencias exageradas, alejándose entre la multitud de invitados hacia otra parte del salón. Salomón los siguió con la mirada, calculador, como un depredador que memoriza los movimientos de su presa antes de atacar.
Fadwa Al-Sakhawi tocó suavemente el brazo de Salomón, reclamando su atención.
—Ha sido un placer verte nuevamente, querido —dijo con la elegancia que solo los años y la experiencia pueden otorgar—. Y de verdad, qué honor estar aquí, entre tanta gente importante y, sobre todo, en presencia del gran Salomón Al-Sharif.
Salomón inclinó su cuerpo en una reverencia perfecta, tomando la mano de la dama para besarla con galantería.
—El honor es completamente mío, Fadwa. Tu presencia ilumina cualquier espacio.
La mujer sonrió complacida, con sus ojos brillando ante el cumplido. Con un gesto de despedida, se alejó entre la multitud, dejando a Salomón momentáneamente solo.
Hassan se acercó inmediatamente, como si hubiera estado esperando ese momento preciso.
—¿Todo bien? —preguntó en voz baja.
Salomón, manteniendo su sonrisa perfecta mientras observaba a los invitados, le susurró al oído:
—Ya quiero terminar la celebración. Estoy golpeado, ni modo que me vaya a maquillar, qué bajeza. Además quiero matar a alguien...
Hassan contuvo una sonrisa divertida.
—¿A quien?
―A Mohammed y a Farid, después te cuento bien.
―Jajaja, está bien, mandaré a traer el pastel.
Con un gesto discreto, Hassan llamó a uno de los meseros, quien llegó hacía él. Minutos después, las luces del salón disminuyeron gradualmente su intensidad, creando un ambiente íntimo y expectante para que no se le viera el golpe a Salomón. Es entonces, cuando una melodía tradicional árabe comenzó a sonar, mientras seis meseros entraban portando un elaborado pastel de tres pisos, decorado con motivos geométricos dorados y plateados, típicos del arte islámico.
Los invitados comenzaron a entonar "Kul sana winta tayeb", la versión árabe de "Cumpleaños feliz", mientras formaban un círculo alrededor de Salomón. El ritual continuó con Hassan entregándole un cuchillo ceremonial con empuñadura de plata y piedras preciosas, un regalo de cumpleaños del año anterior.
Siguiendo la tradición, Salomón cerró los ojos momentáneamente, actuando como si pidiera un deseo antes de cortar la primera porción del pastel. Los aplausos resonaron en el salón mientras él alzaba la porción en un plato de porcelana fina, siguiendo la costumbre de compartir el primer bocado con alguien especial. En esta ocasión, eligió a Fadwa, en un gesto calculado que sabía generaría comentarios positivos entre los invitados. Su madre Samira Al-Sharif no estaba ya que se encontraba en Los Estados Unidos y el clima le imposibilitó ir.
—Bishifa'a —dijo la multitud al unísono, deseándole salud y bienestar mientras probaba el pastel.
Una vez concluido el ritual del pastel, la música cambió a ritmos más festivos. Los invitados aplaudieron con entusiasmo cuando Salomón, contra todo pronóstico dado su estado de ánimo, se dirigió al centro del salón. Con la gracia y el porte de un hombre acostumbrado a ser observado, comenzó a bailar al ritmo de la darbuka, un tambor en forma de copa que marca el pulso vibrante, y el oud, el ancestral instrumento de cuerdas que es el corazón melódico de la música árabe, ejecutando movimientos que mezclaban la tradición árabe con un estilo propio y dominante.
—¡Esta noche es para celebrar la vida! —exclamó Salomón con voz potente mientras giraba con precisión calculada—. ¡Y para recordar que, como dice el proverbio, “Al enemigo, ni agua”!
Sus palabras provocaron risas y aplausos entre los presentes, quienes lo interpretaron como una broma ingeniosa, sin entender la verdadera intención rencorosa que se escondía tras ellas. Su mirada se cruzó brevemente con las de Mohamed y Farid al pronunciar la última frase, un mensaje velado que solo ellos podrían haber entendido si hubieran estado atentos.
Sus manos dibujaban, de manera masculina pero muy sensual, patrones en el aire mientras su cuerpo se movía con mucha elegancia. Los invitados formaron un círculo a su alrededor, aplaudiendo al ritmo mientras Salomón, o el “Rey Salomón” el rey de la noche, demostraba por qué era admirado en tantos aspectos.
Mientras tanto, en una pequeña oficina del área de servicio…
Nina se encontraba de pie frente al escritorio de Farida Al-Majid, la supervisora de personal. La mujer de mediana edad, con su uniforme impecable y su cabello recogido en un moño severo, la miraba con expresión inflexible.
—Te llamé porque estuve revisando tu historial y llegaste tarde dos veces esta semana. Esto es inaceptable. Además, ni siquiera te dio tiempo de ponerte el uniforme —pronunció Farida, sosteniendo una carpeta abierta frente a ella.
—Lo siento mucho, señora Al-Majid —respondió Nina, con la voz temblorosa—. El autobús se retrasó y cuando llegué, usted me dijo que me apresurara sin el uniforme completo porque había mucho trabajo por la fiesta.
—Lo sé y no me contradigas —cortó la supervisora con tono seco—. Estás despedida. Recoge tus cosas ya.
El color abandonó el rostro de Nina. Sus manos comenzaron a temblar ligeramente mientras el pánico se apoderaba de ella.
—Por favor, señora Al-Majid, deme una oportunidad más —suplicó, con su acento extranjero haciéndose más pronunciado por la angustia—. Necesito este trabajo. Mi esposo ahora no tiene trabajo y… mi hermano y mi suegra y él dependen de mí, y tenemos que pagar el alquiler la próxima semana.
La supervisora la miró impasible, con sus labios apretados en una línea severa.
—No hay ninguna oportunidad más para ti. Ya tomé la decisión —respondió con frialdad—. Hay docenas de chicas esperando por tu puesto, chicas que llegan a tiempo y siguen las reglas. Ya una chica va a suplantar tu turno hasta las doce.
Nina tragó con dificultad, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. No podía permitirse llorar, no aquí, no ahora.
—Al menos... ¿podría darme una carta de recomendación? —preguntó con un hilo de voz—. Para buscar otro trabajo.
Farida soltó una risa corta y sin humor.
—¿Recomendación? ¿Por qué habría de recomendarte? —cerró la carpeta con un golpe seco—. Ahora, buscas tus cosas y no quiero volver a verte por aquí.
Nina asintió en silencio, consciente de que cualquier palabra adicional solo empeoraría su situación. Con la cabeza gacha, salió de la oficina, cerrando la puerta suavemente tras de sí. En el pasillo vacío, se apoyó contra la pared y respiró profundamente varias veces, luchando contra el nudo que se formaba en su garganta.
―Mierda… necesito ahora otro empleo.
Minutos más tarde…
Nina recibió su cheque de liquidación de manos de Farida, quien se lo entregó con un gesto indiferente, como quien arroja una migaja.
—Aquí tienes, 2,500 dirhams —dijo secamente—. Firma aquí.
Nina miró la cantidad: aproximadamente 680 dólares. Después de ocho meses de trabajo arduo, limpiando incansablemente y soportando humillaciones, esto era todo lo que recibía por solo dos veces que vino tarde. Con mano temblorosa firmó el documento que le extendían.
Salió de la oficina con el dinero en efectivo, contándolo nuevamente mientras caminaba por el pasillo desierto. La realidad de su situación la golpeaba con cada paso.
—Guao, y eso que Dubái y que era el lugar en donde te hacías rico en tu primer mes de trabajo... y es todo lo contrario —murmuró con amargura—. Este país... es difícil.
Sacó su teléfono del bolsillo y abrió Whats.App. Buscó el contacto de su hermano “Emir ♥️” y pulsó el ícono de llamada.
Llamando... 📞
Después de dos tonos, la imagen de su hermano apareció en la pantalla. El rostro juvenil de Emir se veía pixelado por la mala conexión, pero aun así Nina pudo notar su sonrisa.
—¿Hermana? ¿Ya terminaste? —preguntó el muchacho, con su voz entrecortándose ligeramente por la señal irregular.
—Sí, ya salí. Estoy en la entrada principal —respondió Nina, intentando que su voz sonara normal—. ¿Dónde estás?
—Estoy cerca de los contenedores, como te dije. Voy para allá.
—Te espero.
La llamada se cortó. Nina guardó el teléfono y se apoyó contra una columna, observando cómo los últimos invitados lujosamente vestidos salían del recinto, algunos tambaleándose ligeramente por el exceso de alcohol.
Cinco minutos después, divisó la figura delgada de Emir aproximándose a paso rápido. A sus quince años, su hermano era un muchacho de estatura media, cabello castaño ligeramente largo y piel blanca que contrastaba con la mayoría de los habitantes locales. Sus ojos, del mismo tono café que los de Nina, se iluminaron al verla, pero rápidamente su expresión cambió a preocupación.
—¿Nina? —preguntó, acercándose a ella y notando inmediatamente que algo no estaba bien—. ¿Qué te pasa, hermana? Te ves triste. Además, aun no son las 12. ¿Saliste temprano?
Nina intentó sonreír, pero el gesto no llegó a sus ojos. Emir la abrazó instintivamente, y fue entonces cuando las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a fluir silenciosamente.
—Me despidieron —confesó finalmente, con su voz apenas audible—. Por llegar tarde, por... dejarte la comida lista a Driztan.
Emir se tensó visiblemente, con sus jóvenes facciones endureciéndose con enojo.
—Nina, sí que eres tonta. No deberías cocinarle a ese idiota.
—Lo sé, pero es para evitar problemas —respondió ella, secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Ahora tocará mañana conseguir trabajo.
Comenzaron a caminar juntos hacia la parada de autobús.
—Pues... puedo decirle al cocinero si hay alguna vacante, tal vez... en casa de la señora Soraya haya algo —sugirió Emir, intentando animar a su hermana.
—Tal vez, pero no me dieron ninguna carta de recomendación... solo me pagaron esto —Nina mostró los 2,500 dirhams que sostenía en la mano—. Todavía nos falta.
—Deberías pegarle una patada en el culo a Driztan y botarlo —dijo Emir con la franqueza propia de su edad.
Nina se detuvo bruscamente y lo miró con seriedad.
—No puedo, sabes que si estoy soltera en este país nos harán trizas. Además, sé que si le pido el divorcio, no lo haría.
—Pues debería de darte el divorcio, no tienes hijos con él que te aten ademas, yo estoy para defenderte, hermana —respondió Emir, irguiéndose con orgullo adolescente.
Nina no pudo evitar sonreír ante el gesto protector de su hermano menor. Extendió la mano y revolvió su cabello con ternura.
—Emir, estás muy pequeño aún —dijo con suavidad—. Ven, vamos a esperar el autobús.
Reanudaron su camino en silencio, con dos figuras solitarias bajo el resplandor de la ciudad de los excesos, donde el lujo y la opulencia convivían con la lucha diaria de aquellos que, como ellos, intentaban sobrevivir en los márgenes.
Otros minutos más tarde…
El imponente Rolls-Royce Phantom negr0, con sus detalles cromados reluciendo bajo las luces de la ciudad, avanzaba silenciosamente por las calles de Dubái. Salomón Al-Sharif se encontraba en el asiento trasero, con el espacio vacío a su lado como recordatorio silencioso de su estatus. Hassan iba en el asiento del copiloto, separado de su amigo y jefe por esa distancia física que las normas sociales de los Emiratos exigían entre personas de diferentes rangos, aunque fueran cercanos.
—Soraya me arruinó mi noche —dijo Salomón, rompiendo el silencio mientras miraba por la ventana polarizada—. Esa maldita me tiene harto.
El conductor, un hombre de mediana edad con uniforme impecable, mantenía la vista fija en el camino, entrenado para ser invisible ante las conversaciones de sus pasajeros. El vehículo avanzaba suavemente, deslizándose entre el tráfico como una sombra elegante.
Hassan giró ligeramente su rostro hacia el asiento trasero.
—Parece que aun está enamorada de ti, se nota —comentó con cierta cautela.
Salomón soltó una risa seca, carente de humor.
—Já, es una loca. Eligió a Samir antes que a mí —su tono se volvió más grave, y rencoroso casi amenazante—. Además, se salva porque es la hija del gran muftí, y porque mi madre le tiene estima aún. Si no, pues... ya sabes.
Hassan asintió en silencio, conociendo demasiado bien las implicaciones de aquella frase inacabada. El Rolls-Royce comenzó a reducir la velocidad mientras se aproximaban a un semáforo en rojo. El tráfico, inusual para esa hora de la noche, había formado una pequeña congestión en la intersección.
—Qué raro, tráfico a esta hora —comentó Hassan, mirando por la ventanilla.
En ese momento, Salomón no respondió, ya que su atención había sido capturada por una figura familiar en la acera. Allí, bajo la luz amarillenta de una farola, estaba la mujer del baño. Su cabello castaño recogido en una coleta despeinada, con su rostro cansado, pero aun así con esa dignidad que había notado antes. A su lado, un adolescente delgado hablaba animadamente, gesticulando con las manos.
—La limpiadora —murmuró Salomón, con sus ojos verdes siguiendo cada movimiento de la mujer mientras esperaban juntos en la parada del autobús.
—¿Qué? —preguntó Hassan, volteándose hacia él.
—Nada —respondió Salomón, sin apartar la mirada de Nina.
Algo en la forma en que aquella mujer albana, y en cómo sonreía al muchacho a su lado, captó la atención de Salomón más de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir. Por un instante fugaz, sintió un impulso inexplicable de ordenar al conductor que se detuviera.
El semáforo cambió a verde y el Rolls-Royce reanudó su marcha, dejando atrás a Nina y Emir que, sin saberlo, habían capturado momentáneamente la atención de uno de los hombres más poderosos de la ciudad.
Nina...
Nina miró el horario digital que marcaba que faltaban ocho minutos para la próxima llegada. Suspiró, acomodando su bolso mientras contemplaba las opciones que tenía por delante.
—Bueno... —dijo finalmente, volviéndose hacia Emir— tocará hablar entonces con la señora Soraya a ver si me da el empleo.
Continuará...