CAPÍTULO VEINTE A Catalina le encantaba su entrenamiento, tanto si eran los extraños ejercicios de escabullirse por el campamento como el tiempo que pasaba aprendiendo táctica. Pero practicar con una espada era lo que más le gustaba de todo. El problema era que, después de lo que había sucedido con el maestro de espada, casi ninguno de los soldados quería entrenar con ella, ni con una espada de práctica. Lord Cranston era diferente y, aunque él no tenía la misma fuerza y velocidad que Catalina había conseguido de la fuente, lo compensaba con todos los trucos aprendidos durante toda una vida de lucha. Catalina se tambaleaba hacia atrás cuando de un puntapié le tiraba arena en la cara, o esquivaba armas que le lanzaban, o le cogía por sorpresa cuando él fingía una herida. Del comandante C
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