Parte 1: Capítulo 5.2

1499 Words
Al gozar de unos lindos días de verano, Mikhail se encontraba apreciando el paisaje que le proveía el jardín posterior de la mansión desde el solárium. A partir de que dejara el tratamiento porque no había mejoría se la pasaba sentado en una de los cómodos sofás de esa estancia admirando la belleza de la vista que obtenía desde ese punto de la gran casa. Absorto en sus pensamientos, reflexionaba sobre el pasado; arrepintiéndose de los errores que cometió; pidiendo perdón para no irse con esas cargas cuando llegara el momento de morir; añorando volver a ver a Ana, a quien nunca había dejado de amar. Había noticias que Los Cuatro Puntos Cardinales querían compartir con él, pero se había negado a escucharlas, ya que empezaba a sentirse más cansado y por más que estuviera sujeto a un balón de oxígeno que llevaba a todas partes consigo, el respirar ya se empezaba a tornar más difícil. Kevin O’brien lo acompañaba hablando sobre el único tema que permitía que trataran con él: la plasmación de su última voluntad en un testamento. Kevin ya había terminado de dar la vuelta al mundo visitando las oficinas de los diferentes negocios que Mikhail Belyayev había fundado y hecho crecer, así que ya tenía lista la relación de los bienes del magnate ruso. Al no tener herederos, Mikhail quería dejar parte de su herencia a diferentes instituciones rusas que trabajan en labores sociales, como asilo de ancianos, hospitales públicos y orfanatos. Estos últimos centros serían los que en mayor cantidad se verían beneficiados, ya que le recordaban a Ana, por las muchas historias que ella le contó sobre su vida en un centro de acogida para menores de edad allá en su natal Mendoza. Otra parte había pensado repartirla entre Los Cuatro Puntos Cardinales, ya que los quería como si fueran sus hermanos, y sabía que ellos podían seguir gestionando las empresas Belyayev, asegurando el trabajo de los empleados que eran miles en todo el mundo. También había pensado en dejarle una parte de su fortuna a Ana. Sabía que al lado de Ichiro Furukawa no le faltaría nada, pero quería entregarle algo que solo pudiera ser de ella y que podría heredar a su hijo, a ese niño japonés que tanto amaba. Como buen abogado, Kevin supo ocultar muy bien el arribo de Ana a suelo moscovita, por lo que no mencionó ese detalle cuando Mikhail empezó a hablar de ella en su testamento. «Quizás tengas que cambiar tus planes, amigo Mikhail. Algo me dice que todo lo que tienes será para Ana, solo espero que así sea porque significa que serás feliz al lado del amor de tu vida durante el fin de la misma», reflexionaba Kevin mientras pretendía aparentar que prestaba completa atención a Mikhail. -Mi Señor Mikhail, mire a quien le traigo –se escuchó la voz de la ama de llaves. Mikhail giró para ver de quién se trataba y sonrió al encontrarse con que era Tiziano, el bailarín argentino, esposo de su amigo y abogado, con quien el lazo de amistad se afianzó cuando Ana se marchó a j***n por la necesidad del magnate ruso de no perder contacto con alguien que le hablara de su amada. -Mi amigo Tiziano, me da mucho gusto verte –dijo Mikhail y dejó su asiento para darle un abrazo a Tiziano. -Gracias, Mikhail, pero espero que el gusto de verme sea mayor en otra personita que estoy mirando –Kevin, al sentirse aludido, se acercó a Tiziano y abrazó a su esposo. Por los viajes del abogado, los esposos habían estado separados por varios días, así que ir a Moscú no solo sería reencontrarse con el amigo enfermo, sino reencontrarse con el esposo viajero. -Haré que lleven su maleta a la habitación del Señor Kevin. Me disculpan, pero debo continuar con mis labores para que el almuerzo esté listo en breve –así se despidió la ama de llaves, pero no fue hacia la cocina, sino hacia la entrada de la mansión para tomar de la mano a Ana y llevarla hacia el solárium. -Mikhail, yo… lo siento mucho –la voz de Tiziano se entrecortó y las lágrimas se acumularon en sus ojos. En algún momento pensó que podría ser más fuerte ante la difícil situación que enfrentaba su amigo ruso, pero al tenerlo enfrente y verlo con la cánula sujeta a sus fosas nasales para que el oxígeno contenido en el balón que llevaba consigo le ayude a sentirse mejor, hizo que el bailarín argentino entendiera de golpe que por lo que pasaba Mikhail Belyayev no era cosa tan simple de tratar. El magnate ruso le sonrió con tristeza en la mirada, ya que le apenó que a su amigo le doliera lo que le estaba aquejando a su salud. -Tranquilo, Tiziano, necesito a mis amigos contentos y alegres para que me transmitan esa felicidad. Me rehúso a pasar mis últimos días triste, ocupado con trabajo o molesto, así que cambia esa cara y disfrutemos de este maravilloso paisaje que nos regala la naturaleza y los miles de dólares que invertí en jardinería. Los tres hombres reían por el último comentario del magnate ruso mientras este regresó a sentarse en el sofá. Tiziano y Kevin quedaron parados enfrente de él, así que ambos pudieron ver a la Señora Anastasia guiando a Ana hacia la puerta del solárium. Kevin miró a su esposo y le sonrió con una mirada cómplice. Tiziano se secó las pocas lágrimas que escaparon a su esfuerzo de evitar llorar y se alegró al ver a su amiga. Kevin extendió su mano hacia su esposo y este la tomó, y ambos comenzaron a caminar para dejar esa habitación. Mikhail los miró con extrañeza, ya que pensó que pasarían junto a él lo que quedaba de tiempo para la hora del almuerzo. -Nosotros nos vamos, pero te dejamos en mejor compañía –soltó Tiziano a la par que le guiñaba un ojo al ruso. Mikhail giró para ver hacia la puerta del solárium y entender a qué se refería Tiziano. En eso notó la figura de una esbelta mujer, pero no logró verle el rostro porque la pareja de esposos le impedía hacerlo. Kevin saludó a la mejor amiga de su esposo con besos en las mejillas y Tiziano la animó a no ser tímida, a tomar la iniciativa, cosa que Ana consideró y aceptó que haría afirmando con un movimiento de cabeza. Cuando la pareja se retiró Mikhail pudo ver el rosto de la mujer de bonita figura: era Ana Ibarra, su amada Ana. El magnate ruso parpadeó varias veces porque por un breve momento pensó que el tumor que tenía alojado en una zona inoperable del cerebro estaba haciéndole ver un espejismo, uno que le resultó hermoso y perfecto. «Hola, Mikhail», la dulce voz de Ana le hizo darse cuenta que no era su imaginación ni el tumor cerebral lo que creaba la escena que tenía enfrente de él: a Ana vistiendo un bien entallado vestido verde que le llegaba por debajo de las rodillas y de mangas largas que cubrían sus delgados brazos; con los cabellos castaños cayendo libres sobre sus hombros y con esa mirada que tenía ese peculiar tono verde que le recordaba a su madre. Al saber que lo que veía era real quiso correr hacia ella, pero al olvidarse de llevar consigo el balón de oxígeno sintió que la cánula sujeta a su nariz se tensó y le apretó la cara, regresándolo a la realidad, una que era penosa, que no quería que afectara a Ana, por lo que su rostro alegre cambió bruscamente a uno de profunda tristeza y detuvo su avance hacia la bella exbailarina. Ella se percató del cambio de ánimo en Mikhail, pero no entendió el por qué, ya que aún lucía fuerte, vigoroso, atractivo e imponente como siempre. Recordando las palabras de su amigo, Ana caminó hacia él, se acomodó entre sus brazos y lo abrazó fuerte. Al sentir el delicado cuerpo de su amada pegado al suyo, Mikhail rodeó la pequeña cintura de la exbailarina y permitió que sus sentidos se perdieran al oler el embriagador aroma a flores que desprendía de sus cabellos; al sentir el calor que emanaba de ese bello cuerpo que tanto añoraba; al oír los latidos de ese cálido corazón ante el cual cayó rendido cuando la conoció. -Eres real –dijo Mikhail con una voz muy baja, ya que fue un pensamiento que soltó sin querer. -Sí, he venido a verte –respondió Ana tratando de no llorar por la emoción de volver a sentir el cuerpo masculino que tanto añoró. -Te extrañé –soltó Mikhail en un susurro tan íntimo que sus labios rozaron el lóbulo de la oreja de Ana, gesto que la hizo temblar. -Yo también te extrañé –y apretando más su cuerpo al de él, ambos amantes reencontrados gozaron por unos minutos de la cercanía que por tanto tiempo se les había negado.
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