Waverly se sentó inmediatamente en su cama, insegura de lo que acababa de escuchar. ¿Libre? No era posible.
El Lobo Carmesí no dejaba de vigilarla, sus inconfundibles ojos azules y negros la examinaban como si tratara de leer sus pensamientos. Ella dudó antes de estirar el brazo para tocar la caja. Recorrió con los dedos las hendiduras talladas, admirando la hermosa obra de arte forrada que decoraba su exterior.
¿A qué podía referirse con «libre»? ¿Por qué la llevaría allí, la encerraría en una habitación y le obsequiaría un impresionante montón de joyas, para dejarla ir sin más? ¿Se sentía culpable? No, él era el Lobo Carmesí, no sentía nada de eso. Eso tenía que ser una especie de prueba. Pero, sin embargo, cuando lo miró, vio la disposición de un niño mientras él seguía viendo la caja.
Waverly cerró la tapa y empujó el recipiente hacia él.
—Gracias —afirmó ella con intensidad—. Pero no puedo aceptarlo.
Los ojos del Lobo Carmesí se abrieron de par en par mientras la miraba fijamente y preguntaba: —¿Qué quieres decir?
—Has permanecido en silencio desde el día en que nos conocimos y, cuando llegué, me encerraste en esta... —Waverly miró alrededor de la habitación vacía—. Esta lúgubre habitación durante tres días sin ninguna explicación y sin nadie con quien hablar como si fuera una prisionera, enviada a vivir mis días en una celda hasta que llegara mi momento en el corredor de la muerte.
Su rostro se arrugó en un descontento mezclado con una pizca de ira mientras replicaba: —Tenías a los sirvientes. Ellos te traían la comida, yo te proporcionaba una cama.
—¿Y crees que eso es lo que hace falta? —preguntó Waverly sorprendida por su comentario. ¿Cómo podía ser tan... duro?—. Todos los años tienes tus sacrificios, obligando a las manadas a entregar a uno de los suyos para satisfacer tus propios deseos enfermos y retorcidos para poder encontrar a tu pareja.
La fuerte mandíbula del Lobo Carmesí se apretó y habló con los labios entrecerrados: —No me conoces.
—Tienes razón, no te conozco. Y es obvio que no me conoces si crees que voy a sentarme aquí a jugar a tus estúpidos y patéticos juegos.
El Lobo Carmesí se levantó de golpe; su ira era abiertamente visible: —¿Qué juegos? ¿Qué parte de eres libre no entiendes? ¿Eres tan estúpida?
Waverly se levantó enfadada, totalmente aturdida por sus acusaciones: —¿Estúpida? ¿Cómo puedes ser tan asquerosamente arrogante?
El Lobo Carmesí se agachó y cogió la caja de la cama: —Bien, si no la quieres o no quieres tu libertad, es tu elección. Pero no te atrevas a preguntar a mi gente si puedes irte si no aprovechas la oportunidad cuando se te presenta.
Ambos se miraron fijamente, ambos demasiado obstinados para ceder ante el otro, las emociones de cada uno estaban a flor de piel. Así que le contaron sus peticiones. ¿Qué más sabía él? Ella suspiró y volvió a sentarse en la cama. Al cabo de un minuto, el rostro del Lobo Carmesí se desencajó y salió de la plataforma con la caja en la mano.
—Mira —comenzó mientras se dirigía a la mesa—. Lo dejaré aquí. Si cambias de opinión... podemos hablarlo en otro momento.
Dejó la caja encima, junto a su nota del día anterior, y luego se dirigió a la puerta, sacando la llave del bolsillo. Waverly estudió sus movimientos. Su andar era seguro y robusto y se echaba hacia atrás el pelo peinado con la mano que le quedaba libre. No podía negar su buen aspecto y la parte de ella que quería creer en su palabra habló:
—¿Cómo te llamas?
El Lobo Carmesí se detuvo con la mano en el pomo de la puerta. Giró la cabeza en su dirección y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
—Sawyer.
Y entonces, se fue, con la cerradura haciendo clic mientras se iba.
Waverly volvió a caer en la cama.
Sawyer. Eso no era lo que ella esperaba en absoluto.
Cuanto más permanecía en las Montañas Trinidad, más preguntas se hacía y más sorpresas se encontraba. Mientras permanecía tumbada, contemplando todo lo que había sucedido en los últimos días, se sumió en un merecido sueño.
Esa vez, vio al hombre de las sombras en sus sueños. Estaba agachado y parecía estar de espaldas a ella. Su sólida estructura era ahora de un gris claro, casi como si fuera transparente, y vio cómo sus manos jugueteaban con algo delante de él.
Los dos lobos que se habían mostrado anteriormente no eran visibles; sin embargo, otra figura apareció a su lado, absolutamente negra. La silueta caminó lentamente hacia el otro hombre. Waverly intentó gritar para advertir a su misterioso compañero, pero ninguno de los dos le prestó atención. La segunda figura se acercaba cada vez más. Waverly siguió gritando, solo que nadie la escuchó y el hombre levantó el brazo hasta...
Se despertó sobresaltada, con el edredón atado alrededor de las piernas. Abrió los ojos y buscó en la habitación, tratando de orientarse. Cuando se incorporó, clavó los ojos en un hombre que estaba sentado frente a ella, en una silla que nunca había estado allí.
—Así que te has despertado. Ya era hora —comentó. Miró el reloj que llevaba en la muñeca—. Son... las cuatro de la tarde. Pero supongo que, ¿qué otra cosa se puede hacer cuando se está en este lugar?
Echó un vistazo a la habitación e hizo una mueca: —Demonios, Sawyer realmente necesita hacer algo aquí. Es tan... aburrido.
Waverly permaneció inmóvil en su cama. Su expresión y su tono le recordaban a Finn: demasiado confiado y directo al grano, solo que, de alguna manera, parecía más consciente de sí mismo y de su impacto. Se sentó en la silla y abrió las piernas, sus zapatillas de correr golpearon el suelo en el proceso.
Sus sentidos empezaron a dar la alarma. Sentía que su respuesta de lucha o huida estaba a punto de activarse, pero reprimió el impulso y se dirigió al hombre con cautela.
—¿Quién es usted?
Sus ojos se entrecerraron cuando se rió, mostrando el pequeño hueco que cabía entre sus dos dientes delanteros.
—Supongo que aún no nos hemos conocido formalmente, ¿verdad? Soy Christopher, pero la mayoría de la gente me llama Chris. Christopher es demasiado... pretencioso para mi gusto.
—¿Cómo has entrado aquí? —preguntó ella, tratando aún de descifrar sus intenciones.
Christopher se metió la mano en el bolsillo y sacó una llave similar a la que Sawyer había utilizado hacía apenas unas horas.
—¿Cómo has...?
—Le dije a Sawyer que quería traerte unos muebles nuevos. ¡Oh! Eso me recuerda... —exclamó. Se agachó y extendió una mano hacia la bolsa que estaba en el suelo a su lado. Waverly miró su brazo, que estaba cubierto de numerosos tatuajes, formando una manga, con el escudo de los Sombra Carmesí colocado en el centro.
Sacó un bloc de dibujo y luego un paquete de lápices.
—He oído que te gusta dibujar y como Sawyer ha estado tan ocupado con el Eclipse Lunar que se avecina el mes que viene, he pensado en traerte un poco de entretenimiento.
Extendió la mano, dejando ver un tatuaje de un lobo, con su cola envolviendo cada uno de sus dedos.
Waverly se reunió lentamente con él en el centro y tomó el libro y los lápices.
—Gracias... —dijo con curiosidad. Aunque estaba cansada del hombre que tenía delante, le había parecido una eternidad la última vez que había arañado la superficie de una hoja de papel nueva.
—De nada.
Waverly abrió el cuaderno de dibujo, dejando caer las páginas mientras las hojeaba. Luego lo cerró y miró a Christopher, que estaba sentado con las piernas cruzadas en la silla, mirándola fijamente con una sonrisa.
—¿Por qué estás realmente aquí? —preguntó ella, mirándolo con cautela.
Christopher sonrió y levantó las manos en el aire.
—Mira, no pretendo hacer ningún daño, en serio —declaró. Levantó una de sus manos y la pasó por su cabello rizado.
Waverly lo escudriñó, la sensación en su cuerpo crecía.
—¿Qué quieres decir?
Christopher suspiró, tomándose un momento antes de hablar: —No sé por dónde empezar... para la mayoría de las manadas, el Eclipse Lunar es un acontecimiento especial, un momento de celebración y festejos. Y no me malinterpretes, para nuestra manada también lo es. Solo que este año... es... no sé cómo decirlo...
Waverly esperó pacientemente, escuchando atentamente al hombre que tenía enfrente. Era la vez que más había hablado y recibido respuestas de otra persona y no iba a darlo por sentado.
De repente, Christopher se sentó erguido y se concentró, con la voz firme y baja.
—Hace diez años, Sawyer infringió una antigua ley, llamada Ley de Pausanias. Como consecuencia, un mago le echó una maldición, diciendo que si no encontraba a su pareja en los próximos diez años para el momento del último Eclipse Lunar, se enfrentaría a la muerte, y nuestra manada sería destruida.
Waverly sintió como si el viento se le hubiera escapado. Esas eran las respuestas que buscaba desde que llegó.
—Por eso lleva a cabo el sacrificio anual. Para encontrar a su pareja...
Christopher asintió. Waverly respiró hondo. Todo había cobrado sentido de repente. Pero si ella estaba allí como sacrificio, ¿por qué no quería intentarlo? ¿No quería romper la maldición? Como Alfa, debería querer salvar a su manada, si no, a sí mismo.
Ella miró por la ventana y vio a la gente abajo. El sonido de las risas apagadas del exterior rebotaba en las paredes. Se giró y miró a Christopher, con una sensación de determinación.
—Bien, entonces, probemos el vínculo.
Christopher tomó aire y lo soltó lentamente y con tono solemne:—No podemos. Por eso he venido a advertirte. Si te quedas aquí, tú también morirás.