Capítulo 40 La intimidad

1380 Words
Hermes cambió suavemente su posición, inclinándola hacia atrás mientras él la sostenía con firmeza. Ahora, él estaba sobre ella, sus cuerpos alineados en una danza rítmica y apasionada. Cada embestida era una mezcla de fuerza y ternura, un equilibrio perfecto entre deseo y amor. Hariella arqueó la espalda, sus manos aferrándose a las sábanas, sus gemidos llenando la habitación como una melodía dulce y ardiente. En un movimiento fluido, Hermes la giró, sus cuerpos encontrándose en una nueva exploración de placer. Hariella estaba ahora de espaldas a él, su cuerpo curvándose hacia él con una entrega completa. La sensación de sus cuerpos unidos de esta manera era intensa, cada movimiento un eco de su profunda conexión emocional y física. Volvieron a mirarse, cara a cara, sus cuerpos entrelazados en una última y exquisita posición. Hermes sostenía a Hariella con una ternura infinita, sus manos recorriendo su rostro mientras se movían juntos en un ritmo lento y sensual. Sus labios se encontraron una vez más, sellando su unión con un beso lleno de promesas y deseos compartidos. El clímax llegó como una ola, arrastrándolos en una corriente de placer puro y abrumador. Sus cuerpos temblaron al unísono, sus almas tocándose en ese instante perfecto de éxtasis. Quedaron tendidos, exhaustos pero satisfechos, sus cuerpos brillando con una fina capa de sudor, testigos de su entrega total. En ese momento, mientras la luna seguía iluminando suavemente la habitación, Hariella y Hermes supieron que su amor era un refugio, un santuario donde siempre encontrarían consuelo y pasión. El tiempo continuaba, pero para ellos, el tiempo se había detenido, permitiéndoles disfrutar de la perfección de su amor compartido, una y otra vez. Así, vivían su matrimonio. En una noche, Hariella se vistió con un conjunto de ropa interior de encaje n***o que resaltaba cada curva de su figura esbelta. Las medias veladas se ceñían sus torneadas piernas, conectadas a unos ligueros que añadían un toque de sofisticación y sensualidad. El brasier y las bragas, también de encaje n***o, complementaban su atuendo de manera exquisita, dejando entrever su piel blanca como la nieve. Su belleza era casi etérea, como la de un hada o un ángel. Su cabello rubio, largo y sedoso, caía en cascada sobre sus hombros y espalda, contrastando con la oscuridad del encaje y realzando aún más su apariencia celestial. Sus ojos celestes, brillantes y profundos, miraban con una intensidad que podía derretir el hielo más frío. Cada vez que pestañeaba, parecía que el tiempo se detenía, hipnotizando a quien tuviera la suerte de contemplarla. La piel de Hariella, suave y lisa como el mármol, brillaba con un resplandor natural bajo la luz tenue de la habitación. Sus facciones delicadas y perfectamente proporcionadas le daban un aire de realeza, como si hubiera descendido directamente de un linaje de dioses. Los labios carnosos, de un tono rosado suave, se curvaban en una sonrisa que podía iluminar la noche más oscura. Era una visión de perfección. Su gracia innata hacía que pareciera flotar más que caminar, moviéndose con una elegancia sobrenatural. La combinación de su piel blanca, sus ojos celestes y su cabello rubio le daba una apariencia casi irreal, como si perteneciera a un mundo de fantasía. Vestida con el encaje n***o, su belleza etérea se intensificaba, cada detalle de su atuendo, realzando su figura y acentuando su presencia angelical. Era una mezcla perfecta de inocencia y seducción, una visión que podía capturar y mantener la atención de cualquiera, dejándolos asombrados por su magnificencia. Hariella, en ese momento, no era solo una mujer; era una obra de arte viviente, un testimonio de la belleza en su forma más pura y trascendental. Hariella modeló un poco para Hermes, que estaba en la cama, sus movimientos gráciles y llenos de confianza. Cada paso que daba, cada giro, mostraba su figura perfecta envuelta en encaje n***o, provocando que la mirada de Hermes se llenara de deseo y admiración. Lentamente, se acercó a la cama, su caminar lleno de sensualidad y propósito. Hermes no podía apartar la vista de ella, hipnotizado por su belleza etérea. Al llegar junto a él, Hariella se inclinó, rozando sus labios con los de Hermes en un beso suave y provocador, antes de tomar el control y guiarlo hacia el borde de la cama. Con una sonrisa traviesa, se colocó sobre él en la postura de la amazona inversa, su espalda arqueada mientras se movía con una mezcla de suavidad y firmeza, sintiendo cómo él llenaba cada espacio dentro de ella. Sus manos se deslizaron por sus muslos, mientras sus cuerpos se movían en un ritmo perfecto, cada uno adaptándose al otro. Después, cambiaron a la postura de la cuchara, acostados de lado, con Hariella de espaldas a Hermes. Él la envolvió con sus brazos, con su pecho presionando con suavidad contra su espalda mientras sus manos exploraban cada curva de su cuerpo. Los movimientos eran lentos y profundos, creando una sensación de intimidad y conexión aún más fuerte. Los susurros de placer de Hariella se mezclaban con los jadeos de Hermes, el calor de sus cuerpos entrelazados llenando la habitación. Hariella se arrodilló sobre la cama, apoyando sus manos en la cabecera, mientras Hermes la tomaba desde atrás. La postura del perrito le permitía a Hermes una vista completa de su cuerpo esbelto y perfecto, sus manos agarrando con fortaleza sus caderas, mientras se movían con una pasión desbordante. Los gemidos de Hariella se volvían más intensos con cada movimiento, sus dedos aferrándose a la cabecera mientras el placer la envolvía por completo. Hermes, perdido en la sensación de estar dentro de ella, se inclinó hacia adelante, besando su espalda y susurrando palabras de deseo y adoración. Se movían en una danza de cuerpos que se entendían a la perfección. La habitación estaba llena de los sonidos de su pasión, sus cuerpos moviéndose en una sinfonía perfecta satisfacción. Cuando llegaron al frenesí, fue una explosión de sensaciones que los dejó a ambos temblando y satisfechos, sus cuerpos aún entrelazados mientras recuperaban el aliento, sabiendo que este momento de pasión era solo una parte de la profunda y eterna conexión que compartían. Así, mientras en la mañana y en la tarde realizaban actividades de múltiples recreaciones, al caer la noche, los dos se entregaban a su fervor. Hariella cambiaba sus atuendos eróticos de color y modelaba frente a su esposo con una elegancia y confianza que solo ella poseía. Una noche, decidió ponerse un conjunto de encaje rojo que contrastaba maravillosamente con su piel blanca. El encaje delicado se ajustaba perfectamente a sus curvas, resaltando cada contorno de su cuerpo. Se paró frente al espejo, observando su reflejo y disfrutando de la sensación del tejido suave contra su piel. Luego, con una mirada de complicidad, caminó lentamente hacia Hermes, cada paso calculado para provocar y seducir. Hariella comenzó a modelar, moviéndose con gracia y seguridad. Giró, mostrando su figura esbelta desde todos los ángulos, permitiendo que Hermes apreciara cada detalle del encaje que apenas cubría su cuerpo. Sus pechos, acentuados por el brasier de encaje, se movían suavemente con cada paso, y las bragas se ajustaban a sus caderas de manera provocativa. Se inclinó un poco hacia adelante, dejando que su cabello rubio cayera en cascada, y luego se enderezó, girando nuevamente para capturar la atención de Hermes con sus ojos celestes. En otra oportunidad, optó por un conjunto de satén n***o, cuyos reflejos brillantes acentuaban su belleza etérea. El satén se deslizaba sobre su piel como una caricia, y mientras modelaba, sus movimientos eran más lentos y sensuales, casi hipnóticos. Hariella levantaba los brazos, mostrando la delicada caída del camisón sobre sus curvas, y luego dejaba que sus manos acariciaran su propio cuerpo, como si estuviera disfrutando de la textura del satén tanto como Hermes disfrutaba viéndola, para luego consumar su amor. Luego, eligió un conjunto blanco, tan puro y delicado que parecía hecho para un ángel. El encaje blanco resaltaba aún más su piel de porcelana y sus ojos celestes brillaban con una intensidad que parecía casi sobrenatural. Hariella se movía con una gracia casi etérea, sus pasos ligeros como si flotara en lugar de caminar. Dio vueltas lentamente, permitiendo que el encaje blanco se moviera con ella, creando una imagen de pureza y sensualidad que dejaba a Hermes sin aliento.
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