—Gracias, Hermes —dijo ella, su voz firme, pero con una nota de algo más, algo que Hermes no pudo identificar de inmediato.
—De nada, señora —respondió él, aun con el corazón acelerado.
—¿Quieres revisar algunos documentos? —preguntó ella de forma afable.
—Sí, señora Hariella.
—Allí en la mesa… Puedes sentarte y trabajar en esos documentos —dijo Hariella Hansen de forma autoritaria—. Haz el informe y déjalo en mi escritorio.
—Como ordene, señora Hariella.
Hermes se dirigió a la mesa que ella había indicado, encontrando una pila de documentos a revisar. Se sentó y comenzó a trabajar en su informe, concentrándose en la tarea, pero también sintiendo una extraña mezcla de emoción y responsabilidad. Miraba ocasionalmente hacia la silla de la CEO, que permanecía inmóvil, como si la presencia de Hariella se extendiera por toda la oficina, incluso sin necesidad de moverse.
Mientras trabajaba, una sonrisa de alegría moldeó sus labios. No podía creer que estuviera allí, en la oficina de Hariella Hansen, la magnate cuya identidad seguía siendo un enigma para él. Su poder empresarial, su acento refinado y etéreo, y la forma en que manejaba todo con una autoridad indiscutible le daban un aura enigmática, majestuosa y casi celestial, como si no fuera un ser de este mundo.
El silencio en la oficina estaba impregnado de su presencia. Cada palabra que había pronunciado, cada gesto, quedaban grabados en la mente de Hermes, inspirándolo a dar lo mejor de sí mismo en ese informe. El hecho de que ella le hubiera confiado una tarea tan importante era un reconocimiento tácito de sus capacidades, algo que lo llenaba de orgullo y determinación.
Mientras escribía, Hermes no podía evitar imaginar cómo sería conocer realmente a Hariella, ver su rostro, comprender más de su personalidad y de los misterios que la rodeaban. Pero por ahora, estaba contento de estar allí, trabajando en su oficina, sintiendo que, de alguna manera, estaba más cerca de ella que nunca.
Después de algunas horas que parecieron eternas, terminó el informe. Lo revisó cuidadosamente, asegurándose de que cada detalle estuviera correcto. Luego, con una mezcla de nerviosismo y satisfacción, se levantó y lo colocó en el escritorio de Hariella, justo donde ella había indicado.
—Aquí está el informe, señora Hariella —dijo, su voz firme, pero con una ligera vibración de emoción.
—Gracias, Hermes —respondió ella, su tono sereno y autoritario a la vez.
Al salir de la oficina, Hermes sintió que había dado un paso importante. No solo había cumplido con una tarea crucial, sino que había tenido la oportunidad de trabajar más cerca de la figura enigmática que tanto admiraba. Y aunque todavía había mucho por descubrir, sabía que ese día marcaba el comienzo de algo más significativo en su relación profesional con Hariella Hansen.
Desde aquel día que realizó el primer informe, Hariella comenzó a pedirle a Hermes que hiciera otros más. Además, le entregaba los documentos en la mano, siempre girándose de manera que él no pudiera verla. Con el tiempo, estas interacciones se volvieron parte de su rutina. En una oportunidad, mientras él estaba revisando unos papeles, escuchó a Hariella toser.
—¿Se encuentra bien, mi señora? —preguntó Hermes, con genuina preocupación.
—Sí, solo quisiera algo de tomar… Un café —respondió ella, su voz un poco más débil de lo habitual.
—Iré a comprar uno para usted… Ya regreso —dijo él con preocupación y angustia por su jefa.
Hermes salió de la oficina, abordó el ascensor y se dirigió a un puesto de café cercano. Compró un vaso de café humeante, asegurándose de que estuviera bien caliente, y regresó con apuro a la oficina.
—Aquí tiene, señora Hariella —dijo Hermes, acercándose con cuidado.
Hariella extendió el brazo al costado de la silla, siempre cubierto con su guante de seda n***o. Hermes le entregó el café, sintiendo una vez más esa mezcla de curiosidad y respeto hacia la enigmática mujer.
—Gracias, Hermes —dijo ella, tomando el vaso con elegancia—. Eres muy atento.
—Es un placer ayudarla, señora Hariella —respondió él, retrocediendo un paso para darle espacio.
Mientras ella bebía su café, Hermes volvió a su trabajo, pero no podía evitar sentir una conexión más fuerte con ella. Cada pequeño gesto, cada interacción, le daba una visión más profunda de la persona detrás de la figura de poder.
A medida que los días pasaban, Hermes se acostumbraba a este nuevo nivel de confianza. Aunque todavía no había visto su rostro, sentía que estaba conociendo a Hariella de una manera única. Sus pequeños momentos de vulnerabilidad, como el día que pidió café, le mostraban que, a pesar de su autoridad y misterio, ella también era humana.
Estos detalles, de apariencia insignificantes, hacían que Hermes se sintiera cada vez más comprometido con su trabajo y con la mujer que dirigía la empresa. Cada día era una oportunidad para aprender algo nuevo, para acercarse un poco más a la enigmática figura de Hariella Hansen.
Hermes salía de la empresa después de entregar los documentos. Cada vez eran menos los que debía entregar, y ya pasaba más tiempo en la oficina de la CEO, Hariella Hansen. Fue a su apartamento, se quitó la ropa y se relajó. Luego, habló con Hela por teléfono, contándole de su experiencia como mensajero en Industrias Hansen. Hela, una empleada a medio tiempo, era preciosa, como un ángel, y su compañía siempre le traía paz.
Mientras hablaba con Hela, no podía evitar preguntarse cómo lucía la poderosa y majestuosa Hariella Hansen, la gran señora, reina, diosa y directora de la compañía. ¿Cómo sería su rostro, su expresión, su presencia fuera de ese entorno tan formal y resguardado?
—La magnate —susurró para sí mismo, intrigado por el misterio que la rodeaba.
Hermes no sabía que la persona con la que salía a citas, aquella que se hacía pasar por una persona común y corriente, era la magnánima y única Hariella Hansen, bajo el nombre de Hela Hart. Esa dualidad, desconocida para él, lo mantenía en una constante búsqueda de respuestas, mientras el enigma de Hariella seguía creciendo en su mente.
Cada encuentro con Hela era un bálsamo, una conexión genuina que lo hacía sentir especial. Pero, sin saberlo, estaba más cerca de la verdad de lo que jamás habría imaginado. Hariella, en su faceta de Hela, disfrutaba de esos momentos de anonimato, de ser vista y apreciada sin las barreras del poder y la responsabilidad que su nombre conllevaba.
Para Hariella, cada día que pasaba con Hermes era una confirmación de que su plan de mantener una identidad separada estaba funcionando. Podía ver la admiración y el respeto en los ojos de Hermes, tanto para Hela como para la figura de Hariella, aunque él no supiera que ambas eran la misma persona. Esa dualidad le permitía experimentar una vida más plena, más rica en experiencias humanas, sin las restricciones que su posición normalmente imponía.
Y así, mientras Hermes seguía divagando sobre la verdadera apariencia y naturaleza de Hariella Hansen, disfrutaba de la compañía de Hela Hart, sin saber que ambas eran, en realidad, la misma mujer.
Algunas veces, almorzaba con Hela en un restaurante cercano, cuando iba a la empresa. Siempre llegaba cubriendo su cara con gafas y sombrero.
Hariella cambiaba su ropa para no ser descubierta. Además, tener que hacerlo le daba una sensación de estar en una película.