Hariella se mantenía en su oficina, en su silla de escritorio, de espaldas a Hermes. Cada vez que él entraba, su corazón se agitaba por la emoción que le generaba la situación. Era un juego estimulante, uno que la mantenía al borde de sus emociones. Hermes no sabía quién era, y esa ignorancia lo hacía todo más intrigante.
Día tras día, Hariella escuchaba los pasos de Hermes, entrar y salir de su despacho. El ritmo constante de sus pisadas, el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose, se habían convertido en una melodía familiar que marcaba el pulso de su rutina. Cada visita era una mezcla de anticipación y temor, una danza silenciosa en la que ambos participaban sin que él lo supiera.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, Hariella dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. El documento había sido una excusa, una prueba de su propio control. Mientras permanecía sentada, mirando al frente, sabía que este juego de sombras no podría durar para siempre. Aunque, de forma eventual, la verdad tendría que salir a la luz. Pero por ahora, disfrutaba de la emoción clandestina, del misterio que envolvía cada encuentro.
La vez que lo hizo entregarle un documento en mano fue especialmente intensa. Sabía que arriesgaba mucho con ese gesto, pero la tentación era demasiado fuerte. Para proteger su identidad, había usado un guante de seda. El tacto suave y frío del guante contrastaba con la calidez de su propia mano, una barrera física que le daba una falsa sensación de seguridad.
Hermes había tomado el documento con una breve mirada de curiosidad. Ella, desde la protección del respaldo de su asiento, había observado su reflejo en la ventana. La tensión en su pecho había sido casi insoportable, cada fibra de su ser deseando girarse, enfrentarlo, pero también temiendo lo que eso significaría.
Luego, Hariella decidió que Hermes analizara unos documentos financieros en su propia oficina. Observaba cada movimiento de Hermes a través del reflejo en la ventana, moldeando un gesto grácil en su bello rostro. Era un juego de observación y control que le proporcionaba una extraña satisfacción.
Hermes trabajaba con concentración, su mirada fija en los documentos. A veces, levantaba la vista y miraba en la dirección de Hariella, pero nunca sospechaba la presencia vigilante detrás de él. Su eficiencia y precisión eran evidentes en cada línea que revisaba, en cada cálculo que verificaba.
Cuando Hermes terminaba su análisis, dejaba el informe en el escritorio de Hariella con un gesto de respetuosa formalidad. Ella, manteniéndose en su papel, no se giraba hasta que él había salido de la oficina y cerrado la puerta tras de sí. Así, cuando el clic de la puerta confirmaba que estaba sola, Hariella giraba su silla para revisar los archivos. Los informes de Hermes eran impecables, detallados hasta el último centavo, demostrando no solo su habilidad para las finanzas, sino también su dedicación y meticulosidad.
Cada documento que revisaba aumentaba su admiración por él. Hermes era un hombre increíble, sencillo y hermoso. La combinación de su talento y su humildad lo hacía aún más atractivo a sus ojos. Sentía que había encontrado a alguien que, aunque no lo sabía, ya tenía un lugar especial en su vida.
Hariella, acostumbrada a tener el control y a manejar cada aspecto de su existencia con precisión, se encontraba cada vez más fascinada por este hombre que, sin saberlo, había comenzado a despertar en ella emociones que creía enterradas bajo capas de responsabilidad y apariencias. En esos momentos de soledad en su oficina, mientras revisaba los informes perfectos de Hermes, se permitía soñar con la posibilidad de una conexión más allá de los números y los documentos. O, como aquella vez que por forzar su voz al acento alemán para que no la descubriera, tuvo que toser. Él se ofreció a comprarle un café y al rato volvió para entregárselo.
—Gracias, Hermes —dijo ella, tomando el vaso con elegancia—. Eres muy atento.
—Es un placer ayudarla, señora Hariella —respondió él, retrocediendo un paso para darle espacio.
Mientras sentía cómo la bebida caliente renovaba su garganta, observó a Hermes dirigirse al puesto para realizar el nuevo informe financiero. Desde su asiento, lo miraba trabajar con una concentración que la embelesaba. No importaba si era Hariella Hansen o Hela Hart, ese hombre lograba cautivarla con su presencia y su dedicación. Hermes era atento, amable, inteligente y maravilloso. Cada gesto suyo, cada palabra, reafirmaba los sentimientos de Hariella y los planes que tenía para él. Sabía que su atracción hacia él no era solo profesional, sino también profundamente personal. Mientras moldeaba una sonrisa de satisfacción, reafirmó su determinación de llevar a cabo sus planes.
Sentía que estaba jugando un juego complejo y delicado, pero la recompensa valía cada riesgo. Hariella se permitía soñar con un futuro donde no solo ella, sino también Hermes, pudieran compartir algo más allá de los muros de la oficina y las barreras de sus identidades.
—Tú eres mío, Hermes —murmuró para sí misma, saboreando el café que él le había traído, con la mirada fija en el hombre que, sin saberlo, ya ocupaba un lugar especial en su corazón…
Hariella estaba en una reunión ejecutiva, mientras sus directores exponían el informe de cada sección. Aunque su rostro mantenía la expresión seria y profesional que exigía el momento, su corazón latía con una emoción contenida. Recibió un mensaje en su teléfono y, al abrirlo discretamente, leyó la invitación de Hermes para salir el domingo por la tarde. No pudo evitar sonreír con felicidad, y rápidamente le respondió de forma positiva.
Desde la mañana de aquel domingo, Hariella estuvo despierta, rebosante de anticipación. Se dirigió a los salones de belleza más exclusivos del país, acompañada por su estilista y diseñador personal, los mejores en su campo. Sabía que esta ocasión era especial, y quería estar perfecta.
Pasó horas siendo arreglada por los profesionales. Su cabello fue peinado con esmero, su maquillaje aplicado con precisión, y su atuendo seleccionado meticulosamente para resaltar su elegancia natural. Cada detalle fue cuidado, desde las uñas hasta los accesorios, asegurándose de que todo estuviera en armonía.
Más tarde, Hariella consiguió una joya sorpresa, una pieza exquisita que había elegido especialmente para la ocasión. Sabía que el gesto significaba mucho más que una simple invitación; era un paso hacia algo más profundo y significativo.
Al acercarse la hora del encuentro, Hariella se miró en el espejo una última vez, ajustando los últimos detalles de su atuendo. Se veía radiante, no solo por la impecable apariencia externa, sino también por la emoción interna que brillaba en sus ojos. Con una última mirada de aprobación, salió de su mansión y se dirigió al lugar de encuentro, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Sabía que este momento podría cambiar muchas cosas, y estaba preparada para enfrentarlo con la misma determinación y gracia que había demostrado en su vida profesional. Cuando llegó al lugar acordado, vio a Hermes esperándola y parecía estar practicando sobre algo. Eso le pareció encantado,
—Creo que he llegado a la hora justa —dijo Hariella, anunciando su llegada.