Hariella sentía el agradable peso de los labios de Hermes contra su boca. Escuchó el sonido del maletín, cuando él lo dejó caer en el suelo y enseguida pudo apreciar los dos brazos que la rodeaban por la cintura, que la jalaron hacia él, haciendo que sus pechos se aplastaran en el cuerpo de Hermes. La piel de ambos ardía, y ni el reconfortante llanto de las nubes, que se expresaba en una repentina lluvia, podía apagar el naciente fuego que les quemaba el pecho, como una incontrolable flama, que los arropaba como un incitante y lujurioso abrigo. Entonces, sintió que no podía respirar. Así, que se detuvo y se vio obligada a despagarse de Hermes, para volver a tomar aire.
La respiración de los dos era pesada y caliente, el pecho les brincaba con intensidad por el apasionado beso. Hariella le quitó los lentes y observó el cautivador rostro de Hermes. Ya estaba claro para ella, ese muchacho era enloquecedor y atractivo, pero, sobre todo, era alguien bueno y honesto. Era alguien a la que ella podía confiarle su cariño y su confianza.
Hariella salió de sus pensamientos. Todavía tenía el bolso, el saco azulado que la había puesto Hermes y la rosa amarilla eterna en sus manos, y aún se encontraban bajo el resguardo del techo de la mansión, después de que Hermes la había avisado lo de su pecho. ¿Qué era lo que había despertado Hermes en ella, que la había hecho imaginar esa escena tan lasciva y romántica? Estaba delirando cosas que nunca antes había hecho con ningún hombre. No lo sabía, pero sus mejillas se acaloraron y se ruborizaron, solo de recordarlo. No tenía experiencia en asuntos del amor, pero era muy pronto para ellos, quizás en el futuro si podría suceder algo entre los dos, porque ella no se negaría a vivirlo junto a él. Quería experimentar esa intensa atracción emocional y s****l, que ni toda su fortuna podía comprar. Eso era en lo que se había convertido Hermes para ella, en una prueba para poder sentir: amor. Giró la cabeza y vio a Hermes, se veía tan calmada, pero a la vez tan nervioso. Estar compartiendo de esta manera, era algo lindo.
—¿Te gusta la lluvia, Hela? —preguntó Hermes, volviendo la vista hacia Hariella y sus miradas coincidieron.
Hermes, cada vez que la detallaba, la encontraba más hermosa y preciosa. La figura que tenía era, sin duda, perfecta para ella.
—Me gusta, es refrescante y un auténtico calmante natural.
—Sí, a mí también me gusta la lluvia —dijo Hermes—. Es agradable y hermosa, como tú.
Ambos se miraron y se sonrieron con complicidad. Los dos sabían que se atraían y sus ojos lo expresaban. Luego de eso, Hariella le entregó un papel con su número a Hermes.
—Te escribiré mañana —informó él a Hariella.
—Estaré esperando tu mensaje —respondió ella con voz apacible.
Hermes se despidió por la ventanilla y se alejó de la mansión dentro del carro.
Hariella entró a su mansión y se dirigió a un caneco de la basura, quería solo experimentar junto a Hermes, no necesitaba regalos de ningún tipo. Extendió sus brazos, lista para dejar caer a la rosa, pero ese momento, recordó aquellas palabras: “—Quisiera regalarte esto, Hela. —Hermes reveló la rosa amarilla eterna, que escondía con su mano izquierda detrás de su espalda—. ¿Si no te molesta?”. Entonces, también vio el saco azul que le había colocado para cubrirla del frío y desistió de la idea. Subió las escaleras y llegó a su habitación. Allí, acomodó con cuidado la rosa en la mesa de noche. Se quitó el chaleco de Hermes y se acostó de lado, mirando a la flor. Sonrió, ese detalle inesperado era más valioso y significativo que, cualquiera que le habían regalado. Se volteó boca arriba, observando el techo. Abrió su boca y acercó su dedo índice y el del medio a su labio inferior, las yemas de los dedos se mojaron en su saliva y luego hizo peso contra sus dos labios. Sus mejillas se calentaron y un cosquilleó le bajó del pecho hacia el vientre. Nuevas emociones habían nacido en ella y estaba dispuesta a sentirlas sin resistirse.
«¿Un beso?». Agarró un control y apagó la lámpara del techo. ¿Qué se sentiría ser besada? Debido a su alto estatus y su poderío en el mundo empresarial, nadie se atrevería a hacerlo y, los que han tratado de seducirla, han sido ignorados o evitados por ella. Su mala fama y su pésimo carácter no eran ajenos a la realidad. Era arrogante y trataba a la mayoría con desdén. Sus párpados le pesaban por el sueño.
—Hermes, el mensajero de…
Una idea vino a Hariella. Era algo imprevisto, pero quizás era el último recurso. Hermes se había ganado su afecto y su apoyo, o tal vez más que eso.
Un nuevo día ya había llegado. El tiempo pasó a toda prisa y la tarde ya había iniciado. Estaba en su oficina y Lena se encontraba con ella.
—¿Quiere que contratemos a Hermes como mensajero de medio tiempo y asesor de finanzas? —preguntó Lena, al escuchar la orden de Hariella.
—Sí, será por medio de un contrato indefinido. Él podrá cancelarlo cuando obtenga una mejor propuesta de trabajo, o cuando esté disponible una nueva vacante en la empresa en a un puesto que él se merezca. Hermes Darner ocupará cualquier puesto ejecutivo que quede libre en Industrias Hansen. Estoy segura de que él tendrá un excelente desempeño en el área que esté bajo cargo —dijo Hariella, mientras explicada, sentada en su cómoda silla—. Haz el contrato.
—Como usted ordene, señora. ¿Pero si él se niega? Después de todo, Hermes Darner aspiraba un puesto ejecutivo y no a uno tan insignificante como mensajero.
—Yo, ya he motivado al director de recursos humanos, y si no es capaz de persuadirlo para que Hermes acepte, eso expondrá que no es alguien óptimo para el cargo. ¿Alguna otra duda?
—No, mi señora. Ya me pondré a realizar lo que usted ha dicho.
En el momento que que Lena salió de la oficina, Hariella agarró su celular en sus manos y miró la pantalla suspendida. Podía apreciar su precioso reflejo. Nunca había estado tan ansiosa, solo por esperar un mensaje.