Hariella y Hermes se quedaron observando el paisaje por algunos minutos. Ella se quitó el sombrero y se acomodó el cabello rubio que se notaba como hebras doradas.
Hermes la miró y quedó más maravillado con ella. Estaba seguro de que no volvería a conocer a una mujer tan preciosa como esa que tenía al frente.
Luego bajaron del edificio. La noche ya era la que dominaba las alturas y las luces de las pantallas públicas eran las que iluminaban su camino. Ambos se habían vuelto más cercanos, como si hubieran derribado un muro invisible, que ahora les daba más confianza entre ellos. El reloj marcaba las seis y cincuenta de la tarde. El tiempo había pasado volando y lo habían disfrutado estando juntos.
Hariella le daba miradas disimuladas a Hermes y sonreía para ella misma. La altura de él combinaba a la perfección con la de ella. La personalidad de Hermes era calmada y tranquila, mientras que la de ella era un poco más estricta, rígida y formal, pero con él, había encontrado una nueva Hariella; una que disfrutaba de los pequeños detalles, una que era más alegre y una que era más feliz. La brisa los acariciaba y llegaron hasta un restaurante casual y que daba la impresión de ser ordinario. Ella acostumbraba solo a ir a sitios exclusivos y costosos, pero ahora era una persona, una que podía gozar de esos establecimientos regulares. Además, era la hora perfecta para comer la cena y ella quería devolverle la invitación y retribuirle por el delicioso helado que le había comprado. Se detuvo y Hermes dio varios pasos, pero después se detuvo y sus miradas se cruzaron.
—Te invito a cenar. Yo pagaré y no aceptaré un no por respuesta. —Por un momento mostró el verdadero carácter de Hariella y luego le sonrió con amabilidad.
Hermes le devolvió el gesto con sus labios. Ella había tomado la iniciativa y él no tenía problema con eso.
—Está bien, pero yo p**o en la próxima —respondió Hermes.
Ambos disfrutaron de la comida y al final salieron satisfechos. En sus miradas se reflejaba un brillo diferente y los asaltaba un nuevo sentimiento. Eran como dos jóvenes que se habían adentrado en los intensos caminos del amor. Una inexplicable atracción los hacía querer permanecer más tiempo juntos. Pero ya las horas consumían el reloj.
Hariella llamó a su chofer con la excusa de que era un servicio que tenía permitido por ser la ama de llaves. Así que se ofreció a llevarlo y Hermes aceptó.
—No olvides lo que te dije, Hermes —comentó ella, que estaba sentada al lado derecho de él, cuando el auto llegó al frente de su mansión—. Hay que tomar las oportunidades que se presentan. Además… —Hariella sorprendió a Hermes, acercando su rostro al de Hermes y le dio un lento beso en la mejilla y después le dedicó una sonrisa bella sonrisa, una que solo un ángel podría hacer—. Podremos seguir viéndonos. —Abrió la puerta y se bajó del carro—. Gracias por el paseo. Me divertí mucho.
El corazón de Hermes latió desbocado al sentir el agradable tacto de los húmedos labios de Hariella sobre su mejilla. Pero, si ella era quien daba el primer acercamiento, le daba rienda para que él siguiera invitándola, pues era correspondido. El viento frío llegó al interior del auto y Hermes recordó que, en la noche de ayer, ella había salido con el pijama negra, que era cautivante. No dudó en salir, se puso frente a Hariella, se quitó el saco oscuro de su traje de etiqueta y volvió a arroparla, para protegerla.
—Hasta mañana, Hela —dijo Hermes, mirando embelesado a Hariella.
A Hariella le molestaba, no escuchar su verdadero nombre porque es como si estuviera hablando con otra mujer, pero eso era ahora; otra mujer, una multimillonaria empresaria que se escondía bajo la fachada de una ama de llaves, pero sabía que, si Hermes conocía su verdadera identidad, no podría cruzar ni tres palabras con ella y menos invitarla a salir.
—Hasta mañana, Hermes.
Hariella entró a su mansión y fue recibida por Amelia y las demás sirvientas que de costumbre. Pero Amelia había descubierto el saco azul que ella había dejado en la cabecera de su cama y de nuevo traía uno que parecía ser del mismo tamaño y no solo eso, lo traía puesto, por lo que lo aceptaba.
Amelia conocía el fuerte temperamento de ella y sabía que los hombres millonarios y atractivos que la pretendieron obtuvieron un trato bastante complicado y fueron rechazados por parte de Hariella. Estaba extrañada de lo que eso podía significar, pero si había algo, que nada más, ella era la que podía preguntar respecto al tema, ya que nadie más se atrevería a importunarla. Aprovechó que quedó sola en el comedor, no podía esperar más y la curiosidad la invadía.
—Es un bonito saco el que te abriga, mi niña —comentó Amelia, para iniciar la conversación.
—No hables con rodeos, Amelia. He notado que me has estado viendo con curiosidad —respondió Hariella y luego bebió un trago del jugo que le habían servido—. ¿Qué es lo que quieres saber?
—¿Es de algún pretendiente? —preguntó con voz amena.
Hariella adoptó una pose más relajada. Primero miró el saco que la cubría y luego dirigió su mirada a Amelia. Quería compartir su nueva experiencia y Amelia era una de las dos personas a la que podía decirle lo que sucedía. Le tenía el cariño, como si fuera su propia madre.
—Sí, lo es.
Una sonrisa se le pintó en los labios a Hariella al responderle, se le escapó por sí sola, como un gesto espejo de lo alegre que estabab.
Los ojos de Amelia se iluminaron, se acercó a la mesa de Hariella y se sentó dichosa por lo que había escuchado.
—Es lo más lejos que ha llegado un hombre contigo, mi niña, que te dejes abrigar por su ropa, ya es un gran avance —dijo Amelia, recordando a los infortunados que no lograron robar el corazón de Hariella—. ¿Es el que trajo el bolso ayer?
—Sí, ese mismo.
—¿Qué tal es él? Debe ser alguien interesante para que lograra llamar tu atención, mi niña.
—Es un hombre bueno, carismático y sencillo.
—¿Sencillo? —interrogó Amelia. Una de las características que menos esperaba escuchar era sencillez.
—Él es alguien humilde, Amelia —contestó sin titubeo, Hariella.
—Pero, ¿y si es un interesado? —dijo preocupada, Amelia.
—No, ya te lo dije, es un hombre bueno. No está interesado en mi dinero. Además… —dijo y luego guardó silencio; no estaba segura de revelarle la verdad a Amelia, eso la hizo caer en cuenta de que, si era complicado decírselo a otra persona, sería más difícil contárselo a Hermes o tal vez no tendría por qué contarle la verdad a él—. Él no sabe que yo soy yo.
—¡¿Qué?! —preguntó Amelia confundida, arrugando el ceño. Eso la había enredado.
—Piensa que soy Hela Hart, la modesta ama de llaves de esta mansión, y no Hariella Hansen, la multimillonaria empresaria a la que todos le dicen: La magnate. Eso es lo que él cree porque yo así he decidido que sea. —Hariella cambió el semblante de su rostro a uno inflexible e indiferente—. Así que la realidad es contraria a lo que imaginas; él es el bueno y yo soy la malvada reina villana, y a Hermes lo quiero solo para mí.
Los nuevos sentimientos que llenaban a Hariella eran desconocidos para ella. Pero el interés y el ardiente deseo que Hermes había despertado en su pecho, era algo en lo que estaba dispuesta a quemarse, a pesar de todas las mentiras y engaños que fueran necesarios para llevarlo a cabo. Ya no tenía motivo para resistirse y se entregaría a la pasión que ese muchacho le estaba ofreciendo. Después de todo, ese sentimiento del que la mayoría dicen era el más poderoso y hermoso del mundo, no podía tenerlo ni con su inmensa fortuna, ya que no hay precio para el amor porque el amor no se compra.