—¿Un banco? —interrogó Lena, confundida.
—Sí —respondió Hariella, diciéndole el resto de los detalles—. Encárgate de que recupere el capital gastado; un banco nunca es una mala inversión. Además, paga la deuda de la señora…
—Así lo haré… Pero antes de retirarme tengo otros asuntos que contarle, señora Hariella —dijo Lena, precavida. El tema era demasiado relevante para mantenerlo oculto—. Su padre y su madre la han llamado. Dijeron que vendrán a visitarla y que la avisarán cuando lo harán.
Hariella tomó una gran boconada de aire por la boca y luego la dejó salir. No tenía una buena relación con sus padres; no pasaron tiempo con ella y el cariño que les tenía era porque eran sus padres; los respetaba y los quería; pero evitaba tratar con ellos.
—Espero que no sea pronto —dijo Hariella con voz neutra e inflexiva en su expresión—. Mantenme al tanto y prepara todo para la reunión de la junta directiva.
—Como usted ordene, señora Hariella.
Hermes hacía su labor de mensajero, empujando su carrito de reparto y entregando las carpetas a cada uno de los trabajadores. Su sortija plateada y el diamante, brillaban en su dedo anular diestro. Vio la lista en la que tenía que hacer la entrega; a las once de la mañana, en el nivel ciento ocho, el piso más alto y en el que se reunía la junta directiva de Industrias Hansen para sus reuniones; eran los inversores con acciones y los que lideraban la empresa, en la que la magnate, Hariella Hansen, tenía el setenta por ciento de las acciones, al ser su padre el antiguo director ejecutivo. Presionó el botón del ascensor y se acomodó adentro con su pequeño medio de transporte de archivos. Miró su anillo y sonrió al recordar la extraordinaria noche con la preciosa mujer que ahora era su esposa. Soltó un suspiro, también debía pensar en cómo solucionar el embargo de la casa de su tía, pero las palabras de su amada, también llegaron a sus pensamientos. Se tranquilizó para hacer su recado.
Hariella se puso en pie, rumbo al piso, que estaba solo a un nivel superior al de ella. Nada más eran contados segundos en los que demoraba llegar. Lena se ubicó a su espalda para asistir a la reunión. Eran las últimas en hacer presencia, por lo que los demás ejecutivos de alto rango, ya no estaban en sus oficinas. El elevador estaba ocupado, pero también coincidía al mismo destino, el ciento ocho. Ambos esperaban frente a la puerta plateada que se mantenía cerrada, mientras los números rojos en la pantalla tecnológica de la parte superior, iba aumentando, cada vez más: ciento cinco…, ciento seis…, ciento siete.
Hermes era el que lo ocupaba. Se encontraría cara a cara con Hariella, que esperaba que llegara. Pero, de manera oportuna, varios portafolios se cayeron del carrito al ir mal ubicados.
Ante los ojos de Hariella se abrieron las puertas plateadas y vio al hombre que estaba recogiendo varios archivos del piso.
—Un momento —dijo Hermes con amabilidad.
Los párpados de Hariella se ensancharon y palideció al instante en que escuchó la voz; Hermes estaba a escasos centímetros de ella, en el apartamento donde solo estaban los directores. ¿Cuál sería su excusa? Quizás podía decir que estaba acompañando a Lena, pero el sentimiento de culpa por sus mentiras, nublaron su cabeza y quedó inmóvil como una estatua.
Hermes terminó de levantar lo que se había caído y, al colocarse recto; ante su campo de visión, solo estaba una mujer de cabello marrón a la que ya conocía. Ella cargaba en una tableta tecnológica y su atuendo era glamuroso. Sabía que era una secretaria en la empresa, pero no de quién.
—Hermes —dijo Lena con voz apacible y nerviosa, siendo consciente de lo que sucedía entre su señora y él—. ¿Traes los informes, cierto?
—Lena —dijo Hermes, saludándola—. Sí, aquí los tengo. —Los agarró con cuidado.
—Dámelos… yo los llevaré.
Hermes se los entregó y se quedó viendo a Lena, haciendo que ella tragara saliva y que sus mejillas se sonrojaran.
—Siempre supe que eras secretaria, pero al guiarme el día en que me contrataron, pensé que era de alguien distinto y no a un director ejecutivo —dijo Hermes con gesto de astucia e interés—. ¿De quién eres secretaria, Lena?
Las puertas se comenzaban a cerrar, pero Hermes lo impidió, extendiendo su brazo derecho, haciendo que se cerraran de nuevo.
Hariella se logró mover al último segundo hacia un lado para que Hermes no la viera y escuchó a la perfección lo que él había preguntado a su secretaria. El susto de encontrárselo así la había hecho reaccionar. El pecho se le había agitado, era un sentimiento de temor combinado con adrenalina al estar en el evidente peligro de que él la descubriera. No quería separarse solo un día después de casarse, apenas estaba iniciando una nueva experiencia en su vida y era algo maravilloso para acabar tan pronto. Le había dicho que era una empleada de medio tiempo, pero ese era el piso de Hariella Hansen y era un día en que no le había dicho en que debía trabajar.
Lena no sabía qué responder. Los nombres de los directores sonaban como un cantico en su cabeza y en su garganta ingirió un poco de su saliva ante su nerviosismo. Necesitaba decir algo de manera urgente y que no quedara duda en su respuesta.
—Yo estoy al servicio de… —Hermes la miró atento e ingenuo a lo que pasaba. La pregunta era sencilla y no tenía planeado escudriñar más allá del nombre—. Samuel Park, el director de control de gestión.
—¿En serio? —preguntó Hermes, frunciendo el ceño.
Lena miraba la expresión acusadora de Hermes y temía que no le hubiera creído. Giró su cuello hacia Hariella y ella también la veía angustiada. Había quedado en medio de la relación de Hermes y su señora de forma imprevista. Si era descubierta, las sospechas comenzarían.
—Sí, claro. Por eso estoy aquí —respondió más segura y cambió su semblante—. Y temo que ya no puedo seguir hablando contigo. La reunión de la junta ya va a empezar y debo llevar estos informes.
—Por supuesto que te creo. No me sorprende que seas una secretaria de un ejecutivo de un puesto tan alto. Eres muy inteligente y excelente en lo que haces —dijo Hermes, tratando de mover el carrito para salir del elevador—. Entonces me bajo aquí para que vayas a la reunión.
—No —dijo Lena, evitando que Hermes avanzara, colocando una de sus manos en la parte delantera de la herramienta móvil—. No, no es necesario, puedes volver; tomaremos el otro.
—¿Tomaremos? —preguntó Hermes, ya que solo estaba Lena
Lena maldijo en sus adentros, ya casi lograba deshacerse de Hermes y al final su lealtad hacia Hariella la hacía decir algo imprudente.
—Tomaré —dijo, corrigiéndose a sí misma—. Gracias por traerlos.
—No me agradezcas —contestó Hermes. Antes de que se cerraran las puertas alcanzó a decir—: es mi trabajo.
Hariella y Lena soltaron un suspiro y se quedaron viendo, con su cara llena de complicidad.
—Eso estuvo cerca —comentó Hariella, mientras el susto que nacía en ella, desaparecía—. Lo has hecho bien. Asegúrate de que esto no vuelva pasar.
—Se lo aseguro, señora Hariella, este incidente no volverá a ocurrir —contestó Lena—. Puede confiar en mí.
En los días siguientes, Hermes recibió la llamada de parte de su madre en la que le decía que el embargo de la casa de su tía, ya se había solucionado, pues la deuda había desaparecido. Se lo contó emocionado a su esposa, quien también se alegró de la noticia y celebraron juntos en el apartamento de Hermes. En el transcurso de la semana, Hariella amanecía en la cama de él, después de entregarse a la pasión y el deseo que ambos sentían. Pidieron permisos en sus trabajos, o más bien Hermes lo hizo, y partieron de viaje hacia el tercer país más turístico. Disfrutaron del viaje en el avión y descansaron en un hotel accesible para los dos, pues Hariella no quería dar indicios de que podía, con facilidad, hospedarse en el mejor de los hoteles como acostumbraba a hacerlo en sus salidas. Habían acordado que su luna de miel duraría dos semanas y no se abstuvieron de aprovechar cada momento en los que estaban juntos. Día tras día, después salir a pasear y luego de calmadas fiestas nocturnas, se entregaban el uno al otro sin decoro, de nuevo, luego de sus primeros días. La confianza que habían desarrollado les permitía, no sentir vergüenza, de estar desnudos a la vista del contrario y de ir cada vez más lejos a la hora de la intimidad. Cada trazo de sus cuerpos ahora vivía en sus memorias como un hermoso cuadro pintado con la suave y delicada tinta de la yema de sus dedos. Era ya la octava noche de sus vacaciones maritales. Estaban sentados y abrazados sobre el sofá del hotel, mirando la película de la liga de la justicia de Zack Snyder; eran cuatro horas de un verdadero deleite visual. El celular de Hariella sonó, le dio un rápido beso a Hermes y se alejó de Hermes, para estar fuera de su alcance auditivo para atender la llamada.
—Señora Hariella —dijo Lena, al otro lado de la línea.
—¿Qué ha sucedido, Lena? —contestó Hariella, desde la habitación, luego de haber cerrado la puerta.
—Sus padres —dijo Lena, preocupada—. Han dicho que pronto vendrán a verla.