Capítulo 38 Vida de casados

1246 Words
Hermes esperaba sentado en una silla tapizada de marrón claro, en tanto miraba al lado contrario de donde estaba la cama. Aún estaba sudado y solo tenía la toalla blanca asegurada en su cintura. Varios minutos pasaron y detrás de él, percibió la presencia de su esposa, que le había dicho que se volteara cuando ella le avisara. —Ya puedes darte vuelta —dijo Hariella, avisándole. Hermes se colocó de pie y volvió la mirada hacia ella. Su torso era atlético y su abdomen se le marcaba con ligereza. El pelo castaño lo tenía despeinado y los tonificados brazos, revelaban músculos. Su vista azul oscura, se quedó viendo a la encantadora mujer que se paraba frente a él. Quedó embelesado y hechizado. La había visto desnuda muchas veces, pero sin duda, cuando vestía ropas seductoras y al estar semidesnuda, despertaba las fantasías más profundas de su ser. Hariella se había colocado un baby doll de encaje n***o. La piel blanca se le detallaba de manera provocadora a través de la tela semitransparente, que venían integrados en los sujetadores y que estaban separadas, dejando una apertura en el medio. La cubrían como un corto vestido, de ese que despierta pasiones en los hombres, pues le llegaba hasta por los muslos y por la parte trasera, ni siquiera alcanzaba a proteger la totalidad de sus glúteos. La figura delgada y silueta de ensueño, acompañada de su precioso rostro, sus brillantes ojos azules claros y su sedoso cabello dorado, la hacían ver como un auténtico ángel, descendido de los cielos. Hermes se acercó hasta ella y la agarró por los hombros. Ninguno despega la mirada de los ojos de su acompañante. La recostó con cuidado en la cama y se hizo espacio entre las piernas de ella. El exquisito olor del jabón de la bañera, todavía estaba pegado en su cuerpo. —¿Este es mi obsequio? —preguntó Hermes, entre agitados besos—. Eres preciosa. Hariella sonrió y se puso arriba de él. Se quitó el sujetador, mostrando sus abultados senos, y se apoyó en el pecho de Hermes. —No —dijo, acercando su rostro hasta la oreja de él y luego le susurró el verdadero regalo. —Eso es algo que no hubiera imaginado. A Hermes se le ensancharon los párpados y la dicha no cabía más en él. La tumbó de forma enérgica en el colchón y obtuvo el oscuro deseo erótico del obsequio de Hariella, sumergiéndose, así, en la nueva sensación de hacer el amor griego. Ellos disfrutaron de su luna de miel en el nuevo país. Cuando debían volver, los dos despertaron desnudos y abrazados. Ya habían acordado su regreso, así que se prepararon para su viaje de vuelta. Compararon souvenirs para tener recuerdos de su celebración civil. El vuelo tardó varias horas y tomaron un taxi. Pero Hariella dio una dirección, que no era la del apartamento de Hermes y tampoco la de su envidiable mansión de lujo. Llegaron a un magnífico edificio, ni muy lujoso ni tan humilde; era término medio, justo como Hariella se lo había pedido a Lena. En el transcurso de la semana antes del viaje, ella lo había venido a revisar y había dado su visto bueno. Subieron por el ascensor, rememorando la forma de cómo y cuándo se conocieron. Hariella lo guio hasta el piso donde estaba el piso donde había comprado el apartamento y se pararon al frente de la puerta de madera roble marrón. Buscó en su bolso y sacó dos llaves. —Esta es para ti y esta es para mí —dijo Hariella, entregándole una—. Hace tiempo que quería comprarme un apartamento para vivir sola, pero ahora ya tengo a alguien con quien compartirla. Hermes se quedó pasmado, pero a la vez se sentía afortunado. Lo que ahora vivía, lo había imaginado más a futuro y no tan pronto. La mujer que se había convertido en su esposa, superaba hasta lo que idealizó en sus pensamientos, incluso, hasta el mejor de los sueños. Volvió la vista hacia Hariella y la observó, agradecido por la relación que habían construido. Esta sería el comienzo de una nueva vida y lo haría junto a su precioso ángel. La arrinconó, sonriendo, contra la pared y, volvió a saciarse del sabor de los gruesos labios rosados que tanto le gustaban. —Gracias —dijo Hermes, rebosante felicidad. —¿Por qué? —preguntó Hariella. Él no tenía que agradecerle nada, ambos eran quienes habían hecho posible el matrimonio. —Por estar conmigo y porque ahora tú eres mi mundo, Hela. —La aseguró con más fuerza contra él, como que no la soltaría tan fácil. Era la mujer que amaba, de la que estaba enamorado y la era su esposa; eso era una combinación con pocos antecedentes en la historia. “Hela”, ese nombre, que no era de ella, molestaba a Hariella. Las veces que lo escuchaba la hacía enfadar. Era como si, en plena velada de amor de esposos, le dijera el nombre de una amante. Pero no podía objetar nada; ella era quien se lo había dicho y quien había propiciado la confusión, sosteniéndola con mentiras y engaños. Creyó que tendría la situación bajo control, pero Hermes se había convertido en algo que la superaba. Siempre tuvo el control de cada acción en su vida. Cada paso que daba era planeado, así como lo haría una exitosa empresaria que triunfaba en los negocios. Pero ahora no podía alejarse del que era su esposo; Hermes la hacía sentir viva como nunca antes lo había sentido en el pasado. En el tiempo que había estado con él, su corazón latía emocionado solo de estar con Hermes. Aquellos encuentros y salidas, antes de ser novios, la entusiasmaban como a una chica universitaria, que contaba los segundos para ver a su enamorado. No recordaba haber sido tan feliz como lo era con Hermes, ni siquiera su inmensa fortuna le otorgaban ese grato sentimiento. Amor y felicidad era lo que había encontrado en los brazos de aquel muchacho despistado, que se había topado en el ascensor el día de la entrevista para ocupar el puesto vacante de gerente de finanzas de Industrias Hansen. Ordenaron todas sus pertenecías en su nuevo hogar y quedaron satisfechos con el resultado. Prepararon la cena los dos, pues Hariella en tan solo siete días había obtenido el adiestramiento en las actividades del hogar, por mérito de la excelente maestra que era Amelia, pero también a las habilidades innatas de Hariella para destacar en cualquier área que desempañara. Luego de haberse aseado, se dirigieron a la cama, se abrigaron bajo las cálidas sábanas y encendieron el televisor para ver películas. —Aún nos queda mucho por hacer juntos —dijo Hariella, iniciando la conversación—. Pero estaré visitando la mansión para supervisarla. —¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó Hermes. —Mi bello esposo es alguien muy considerado y amable —dijo Hariella, divertida. —Mi bella esposa —dijo él. Ellos rieron, charlaron, se divirtieron y mientras el oscuro manto de la noche cubría el cielo, se entregaron a la suave y aterciopelada pasión, que enardecía sus almas con incipiente fervor. Hariella y Hermes disfrutaron a plenitud de su vida de casados. Desde temprano en la mañana, compartían rutinas de ejercicios, corriendo juntos por los senderos del parque y participando en diversas actividades físicas. La energía y vitalidad que irradiaban eran evidentes para cualquiera que los observara.
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