Morgana, apoyada contra un árbol, sentía que seguía dormida: aquello era una maldita pesadilla que solo acabaría cuando volviera a recuperar su vida. Sabía que solo sus pensamientos le pertenecían, pues ese disfraz de cuero que le vestía no era más que una piel impostara que no reconocía. Sin embargo, si su mente hurgaba en los recuerdos de esa vida que permanecía suspendida en el tiempo, el corazón comenzaba a batirle y un agudo dolor le golpeaba el pecho. ¿Cómo era posible que ese cuerpo respondiera a la voz de sus pensamientos? Era insólito y no lograba comprenderlo. Después de todo, cada centímetro de esa blanca piel era como una membrana que encarcelaba a su verdadero ser.
El recuerdo de Tomás, de su cuerpo, se estaba transformando en un borroso bosquejo. Quería olvidarlo. Anhelaba
