Morgana temió que la locura la hubiese poseído como un espíritu impuro. Tenía sueños repetitivos, pesadillas que la atormentaban y no le permitían dormir. En los sueños veía su antigua vida, su vieja casa y todo lo que había dejado atrás. Pero no lucía como Morgana; su cuerpo y su cara eran de Étaín. Había visto en sus sueños a Tomás, a Javier, a la vieja Morgana, pero no lograba divisarles el rostro por más que lo intentara. Solo podía verles los ojos, pues el resto de sus cuerpos se mantenían ocultos bajo un denso manto vaporoso.
Los sueños la mantenían sumida en una suerte de hipnosis que no le permitían pensar en algo más; se habían adueñado de su mente provocándole una aguda ansiedad. Sin embargo, había unos sueños a los que temía y luchaba por olvidar, aunque le quedaban aferrados
