— ¡Étaín!
La voz surcó la atmósfera y atravesó las tinieblas.
— ¡Reacciona, niña! … Por Dios, ¿aún respira?
Morgana no reaccionó. El eco de aquella voz rebotó entre las rocosas paredes de la casa y le golpeó el pecho como una oleada. Las palabras le sonaron extrañas, pronunciadas en una lengua que conocía, pero que no recordaba. ¿Qué idioma ere ese? ¿Estaba muerta o deliraba?
Por unos segundos sintió que no respiraba. Luchó por llevarse una mano al pecho, pero no lo logró. Estaba petrificada y sus músculos no reaccionaban. Cuando recordó que había visto a su alma abandonarle el cuerpo, el corazón le dio un vuelco. Entonces apretó los párpados y un soplo de pavor le robó el aliento. Tembló.
— ¡Étaín!
La voz sonó con mucha más potencia.
Bajo la espalda, Morgana sintió la molest
