CAPÍTULO 1-2

2018 Words
—Lo eres hasta que la ley diga lo contrario —dio dos pasos hacia ella, la agarró por los hombros y le dio la vuelta—y tu vas a mirarme cada vez que te hable. Stella intentó deshacerse de él, pero sus dedos la apretaban demasiado la piel, uno de ellos (¿lo hizo a puesta?) pinchó un nervio creándole un calambrazo de dolor que hizo separarlo de él. —Mucho mejor —dijo él— por lo menos un hombre puede esperar un poco de buenos modales de su propia mujer. —Lo siento —dijo suavemente. Había cierto resquemor en su voz cuando intentaba ponerle cierta alegría en ello— debería ir al horno y preparar mi gran pastel hecho en casa de tu querida-esposa. —Guárdate el sarcasmo para alguien que le guste es mierda, Stella —gritó Stoneham— quiero saber porque pides el divorcio. —Bueno, la razón principal es que —empezó diciendo con el mismo tono que antes, pero Stoneham la abofeteó en una mejilla— te dije que podría pasar —dijo él. —Creo que mis razones deberían ser más evidentes —dijo Stella con rencor. Ahora su mejilla estaba sonrojada en el mismo lugar donde había sido golpeada. Colocó su mano allí, más como cohibición que por dolor. A Stoneham se le inflaron las narices, y su mirada se convirtió en algo muy frío. Stella la evitó, pero obstinadamente se mantuvo en pie. Había algo maligno en las palabras de su marido. —¿Has tenido algún amorío con aquel hippie mayor? Necesitó un instante para darse cuenta de lo que quería decir. A una milla de la cabaña, en el Cañón Totido, un grupo de jóvenes habían llegado a un campamento de verano abandonado para crear lo que terminaron llamando “Comuna Totido”. Por culpa de su extraño comportamiento y vestimenta, fueron considerados por los residentes del lugar como hippies y tratados como tales. Su líder era un hombre mayor, de casi cuarenta, el cual parecía mantener aquel grupo en orden según sus leyes. —¿Estás hablando de Carl Polaski? —preguntó Stella incrédula. —No me refiero a Papá Noel. A pesar de su nerviosismo, Stella rió —Eso es ridículo. Y además, él no es ningún hippie. Es un profesor de psicología investigando el fenómeno del abandono. —La gente me dice que suele venir a esta cabina a menudo, Stell. No me gusta. —No hay nada malo en ello. Viene para algunos recados y de paso me hace alguna chapuza. Le p**o dejándole la cabaña para escribir. Escribe aquí porqué no tiene otro lugar con suficiente intimidad para decir lo que realmente piensa en la comunidad. A veces hablamos. Es un hombre muy interesante, Wes. Pero no, no hemos tenido nada junto, y no lo tendremos. —¿Y que es lo que te corroe por dentro? ¿Por qué quieres el divorcio? —fue hacia el sofá y se sentó sin apartar la mirada de ella un instante. Stella caminó de un lado a otro delante de él unas pocas veces. Juntó y separó sus manos, para al final dejarlas a los lados. —Me gustaría ser capaz de tener cierto respeto hacia mi mismo— dijo. —Ya lo eres. Puedes llevar la cabeza bien alta ante cualquiera en este país. —No es lo que quería decir. Me gustaría, aunque fuera una vez, ser capaz de firmar como “Stella Stoneham” en lugar de “La sra. Wesley Stoneham”. Quizás hacer una fiesta para la gente que yo quiera, no para tus compinches políticos. Sí, me gustaría sentirme alguien igual que tu en este matrimonio, no otro de tus objetos sin gracia que tienes en casa. —No te entiendo. Te he dado todo lo que cualquier mujer desearía. —Excepto identidad. Por la parte que te toca, no soy un ser humano, tan sólo tu esposa. Hago de florero en cenas de cien dólares el plato mientras le río las gracias a las esposas de otros posibles políticos. He hecho a un abogado de empresa lo suficientemente respetable socialmente como para presentarse como candidato. Y, cuando no me usas, me olvidas, enviándome a una pequeña cabaña junto al mar o me dejas hablando conmigo misma por alguna de las quince habitaciones de la casa. No puedo vivir de esta manera, Wes. Quiero irme. —Que tal una separación temporal, quizás un mes. —Dije I-R-M-E. Una separación no serviría de nada. Lo malo, querido marido, está en nosotros mismos. Te conozco bien, y se que nunca cambiarás a algo aceptable para mi. Y nunca estaré contenta siendo un adorno. Por lo tanto, una separación no será bueno para nosotros. Quiero el divorcio. Stoneham cruzó las piernas. —¿Ya has hablado de esto con alguien? —No— dijo mirando su rosto. —No, tenía pensando verme con Larry mañana, pero siento que tenía que decírtelo a ti primero. —Bien— dijo Stoneham en un susurro casi imperceptible. —¿Y eso, qué significa? —preguntó Stella rápidamente. Sus manos se movían nerviosamente, lo que provocó que fuera hasta el escritorio a por un paquete de tabaco. Necesitaba un cigarrillo. Pero no fue hasta que tuvo un cigarrillo entre sus labios cuando se dio cuenta que no le quedaban cerillas. —¿Tienes fuego? —Sí— Stoneham hurgó en el bolsillo de su abrigo y sacó una caja de cerillas. —Quédatelos— dijo dándoselos a su mujer. Stella los cogió y los examinó con interés. El dorso de la caja era plateada, con estrellas rojas y azules alrededor del borde. En el centro habían unas palabras que decían: WESLEY STONEHAM SUPERVISOR CONDADO DE SAN MARCOS Dentro, el papel alternaba rojo con blanco y azul. Miró a su marido de manera burlona, el cual le estaba sonriendo. —¿Te gustan? —preguntó él. —Me las dio esta tarde el impresor. —¿No es algo precipitado? —preguntó ella sarcásticamente. —Solamente por un par de días. El viejo Chottman ha renunciado al Consejo por enfermedad a finales de la semana, y han permitido que nombre como sucesor a quien quiera el puesto. No será oficial, por supuesto, hasta que el gobernador lo nombre, pero sé de fuentes fiables que mi nombre será uno de los tenidos en cuenta. Si Chottman dice que me quiere para el puesto, el gobernador aceptará. Chottman tiene setenta y tres años y muchos favores. Algo empezó a vislumbrarse en la mente de Stella. —O sea, es por eso que no quieres el divorcio, ¿no es así? —Stell, tú sabes tan bien como yo lo puritano que es Chottman —dijo Stoneham— el viejo se opone rotundamente a cualquier tipo de pecado, y para él el divorcio es uno de ellos. Solamente Dios sabe porqué. Él se levantó del sofá y regresó junto a su mujer otra vez, agarrando sus hombres esta vez con cuidado. —Es por esto que te pido que esperes. Será una semana o dos. Stella mostró una sonrisa triunfante en su rostro. —Bueno, ahora ya sabemos porqué el grande y poderoso Wesley Stoneham ha venido reptando hasta aquí. No me dejarás ni con un mínimo de respecto hacía mi, ¿verdad? No me dejarás ni con la certeza de que tu llegada era para salvar el matrimonio, por poco que quedara de él. No, es por un favor que tú quieres. Ella dejó sacó con furia una cerilla y la encendió junto al cigarrillo como una locomotora de vapor subiendo una montaña. Tiró la cerilla usada en el cenicero, y la caja junto a este. —Bueno, ya tengo suficiente con tu cosas, Wesley. Estoy cansada de hacer tanto para tu imagen ante la ciudadanía de San Marcos. La única persona que tienes en cuenta eres tú mismo. Supongo que nunca me darás el divorcio si me quedo esperando, ¿verdad? —Sí, si es lo que quieres. —Sí. El Gran Político en búsqueda de acuerdos mutuos. Haz lo que tengas que hacer, si es lo que te lleva a lo que realmente quieres. Bueno, tengo una pequeña sorpresa para ti, Señor Supervisor. No hago tratos con gente como tú. No me importa una mierda si eres político o no. Mañana iré a la oficina de tu abogado para empezar con el papeleo. —Stella. —Quizás tendré también una pequeña charla con la prensa sobre toda la humanidad que corre por tus venas, mi querido marido. —Te lo advierto, Stella. —Eso será un gran problema, ¿no, Wes? Y más si vas a ser elegido... —¡PARA, STELLA! —... por los votantes en tu nuevo puesto en lugar de ser asignado por lo que realmente eres. —¡STELLA! Sus manos estaban sujetando su cuello mientras gritaba su nombre. Quería detenerla, pero no podía. Sus labios seguían hablando y hablando, y las palabras dieron paso a una neblina de silencio que envolvió toda la cabaña. Sus colores en la habitación desaparecieron para pasar a un tenue rojo sangre. Él la sacudió mientras apretaba con fuerza sus enormes manos junto a su cuello. El cigarrillo cayó de sus dedos durante el ataque, soltando parte de su ceniza al suelo. Stella colocó sus manos sobre el pecho de su marido intentando separarse de él. Durante un instante lo logró, pero él seguía con ello, esta vez utilizando sus brazos con todas las fuerzas con las que disponía. Sus dedos se iban adormeciendo a medida que se acercaban al cuello. No notaba calor alguno en la piel de ella mientras apretaba sus arterias del cuello y sus músculos. Lo único que sentía eran los suyos propios, apretando, apretando y apretando. Fue apagándose poco a poco. Su rostro parecía contento, aunque aquella confusión le nubló la vista. Sus ojos saltones estaban preparados para fijarse en sus bolsillos, abiertos de par en par contemplándole... La dejo ir. Ella cayó al suelo despacio. Como a cámara lenta, tan lento como un sueño. No se escuchó sonido alguno cuando golpeó contra el suelo. Se desplomó como cuando un muñeco de trapo cae junto a otros juguetes. Parecía uno más de ellos, a excepción de su cara, un rostro morado e hinchado. Tenía la lengua fuera con una mueca grotesca, y sus ojos vidriosos mostraban terror. Un fino hilo de sangre caía por su nariz, cayendo sobre sus morados labios terminando en la alfombra marrón. Uno de los dedos de su mano izquierda se había torcido dos o tres veces, terminando rígido por completo. * * * Aquel mundo azul y blanco estaba bajo sus pies, esperando ser tocado con su mente. Garnna atravesó la atmósfera quedando abrumado por la abundancia de vida. Había criaturas en el aire, criaturas en tierra y criaturas en el agua. La primera prueba, por supuesto, fue la búsqueda de cualquier Offasii que pudiera haber por ahí, pero tan sólo le bastó un escaneo rápido para descubrir que no había ninguno. Los Offasii no habían sido encontrados en ningún planeta explorado por los Zarticku, pero la búsqueda tenía que continuar. La r**a Zartic no podía respirar tranquila hasta que descubrieran lo que pasó con sus antiguos amos. El propósito principal de la Exploración ahora estaba cumplido. Quedaba la segunda misión: determinar que tipo de vida había habitado este planeta, inteligente o no, y si podía resultar algún problema para los Zarti. Garnna creó otra red, esta vez más pequeña. Recorrió todo el planeta con su mente, buscando señales de inteligencia. Su búsqueda tuvo éxito al instante. Luces empezaron a brillar durante la noche, indicado la presencia de grandes ciudades. Un gran número de ondas de radio, moduladas artificialmente, cruzaban la atmósfera por todas partes. Las siguió hasta su origen encontrando torres y edificios altos. Y encontró criaturas responsables de aquellas ondas de radio, de la construcción de los edificios y de las luces. Caminaban derechos sobre sus dos piernas con sólidos, sin ninguna armadura como los Zartic. Eran más bajos, quizás tan sólo la mitad que los Zarticku, y la mayor parte de su pelo se concentraba en sus cabezas. Observó sus hábitos alimenticios y se dio cuenta de que eran omnívoros. Para una r**a herbívora como la Zarticku, tales criaturas parecían ser crueles y maliciosas por naturaleza, más peligrosos que otras especies. Pero por lo menos eran mejores que los feroces carnívoros. Garnna había visto un par de sociedades carnívoras, donde las matanzas y destrucción ocurrían a diario, y el mero pensamiento sobre ellos lo estremeció. Deseó que toda la vida en el universo fuera herbívora. Se suponía que sus prejuicios personales no debían interferir en sus obligaciones. Su trabajo ahora era el de observar aquellas criaturas durante el período de tiempo que le permitiera volver en un futuro estudio. Tomó nota sobre estas criaturas, especificando que parecían tener el instinto de rebaño más que el actuar como individuos solitarios. Se congregaban en grandes ciudades y parecían hacer la mayoría de cosas en multitudes. Tenían el potencial de poder vivir solos, pero no lo utilizaban mucho.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD